viernes, 27 de julio de 2012

Creatividad


Muchas veces hemos  escuchado a escritores o a poetas hablar de su proceso creativo como algo pesado, difícil y hasta desgarrador.
Algunos, a veces, llegan a compararlo con la muerte. Si uno escribe en Google la frase “escribir es morir un poco” aparecen 256 resultados de diferentes páginas donde se menciona esta expresión y casi todas están relacionadas con la tremenda angustia que, según se dice allí, produce el acto creativo.
Son blogs, artículos periodísticos, citas de escritores. Entonces, la pregunta inevitable parece ser: ¿la creación es dolorosa? O, para ser más exactos: ¿la creación debe ser necesariamente dolorosa?
La escritora norteamericana Elizabeth Gilbert ofrece una hipótesis  interesante sobre este tema en las conferencias TED y además nos propone una salida a este “destino” al que pareceríamos estar condenados quienes creamos.
Elisabeth Gilbert es la autora del famoso libro “Comer, rezar, amar” que fue best-seller mundial. Ha ejercido la profesión de escritora por más de veinte años y antes de este ha publicado varios libros. Y cuenta lo siguiente:
“La gente me trata como si estuviera acabada. Me preguntan: ¿No te da miedo que nunca vayas a hacer algo mejor? ¿No te da miedo no volver a escribir un libro que le importe a alguien en el mundo? ¿No te da miedo no volver a tener éxito nunca? ¿No te da miedo que la humillación del rechazo acabe contigo?”
“¿No te da miedo que el trabajo de tu vida termine en saco roto y mueras con el sabor amargo del fracaso en tu boca?” remata la autora con humor para alivianar esta terrible idea.
Y continúa: “La respuesta corta a todo eso es: Sí, me da miedo. Pero ¿por qué? ¿Es lógico tener miedo del trabajo que sientes que viniste a hacer a la Tierra?”
“¿Qué tienen las actividades creativas que nos hacen preguntarnos por la salud mental de una forma que otras carreras no lo hacen? Como mi papá, que era un ingeniero químico y no recuerdo ni una sola vez en su carrera que alguien le haya preguntado si tenía miedo de ser un ingeniero químico”.
“Pero para ser francos, los ingenieros químicos no tienen una reputación de ser alcohólicos maníaco-depresivos.  Nosotros, los escritores, la tenemos. Y no solo los escritores sino las personas creativas en general. Basta con hacer el sombrío conteo de fallecimientos ocurridos tan solo en el siglo XX de maravillosas mentes creativas muertas en su juventud y en general por su propia mano”.
“E incluso los que no se suicidaron parecen haber muerto por el proceso creativo: Norman Mailer, en su última entrevista, dijo: “Cada uno de mis libros me ha matado un poco más.”
“Una información extraordinaria sobre el trabajo de tu vida”, sonríe Elisabeth Gilbert en su conferencia.
“Pero ni pestañeamos cuando escuchamos decir esto porque hemos aceptado colectivamente que sufrimiento y creatividad van unidos, de la mano, están inherentemente vinculados”.
“Que el arte finalmente siempre llevará a la angustia. Y lo que quiero preguntarles es: ¿les parece bien esto? ¿Están de acuerdo con esta idea?”
“No, definitivamente no”, responde enseguida. “La realidad es que no tiene por qué ser así. Hay algo del éxito que se cuela en esta suposición. En general se cree que alguien que no tiene éxito no sirve, no es feliz. Pero, por otra parte, creadores de renombre que han logrado la fama mundial se han quitado la vida: Ernest Hemingway, Virginia Wolf, Alfonsina Storni, Kurt Cobain son sólo algunos ejemplos”.
“¿No sería mejor si alentáramos a nuestras grandes mentes a vivir?”
La escritora sigue relatando: “En particular siento que cada cosa que escriba va a ser juzgada como lo que vino después del mega éxito sensacional del libro “Comer, rezar, amar”.
“Y quiero decirles algo: es sumamente probable que mi más grande éxito esté en mi pasado. ¡Guauu, que pensamiento! Ese es el tipo de pensamiento que podría llevar a una persona a comenzar a beber ginebra a las 9 de la mañana! Y no quiero llegar a ese punto; quiero seguir haciendo este trabajo que amo. Entonces, la cuestión es: ¿cómo?”
Ella dice que mientras revisaba modelos de cómo hacerlo –es decir, cómo ayudar a la gente creativa a lidiar con los riesgos emocionales inherentes a la creatividad- se encontró con que en otras épocas, concretamente en las antiguas Grecia y Roma, no se creía que la creatividad viniera de los seres humanos sino de los dioses.
Entonces, si tu trabajo era maravilloso no te podías atribuir todo el mérito;  todos sabían que tenías un genio incorpóreo que te había ayudado. Por otra parte, si tu trabajo fracasaba, no era del todo culpa tuya. Y así se pensó la creatividad en la cultura occidental por mucho tiempo.
Hasta que llegó el Renacimiento y puso al ser humano como centro del universo sin lugar para criaturas etéreas que tomaran dictado de lo divino. Por primera vez se dijo que tal o cual artista “era” un genio en lugar de “tener” un genio.
Pero Elisabeth Gilbert se cuestiona si no será demasiado peso para un simple mortal pensar que todo el talento, todo la sabiduría, toda la originalidad de una creación provienen solamente de su mente.
Que una persona piense que ella sola es la fuente y la esencia de la genialidad de su trabajo, es quizás demasiada responsabilidad para una frágil mente humana.
“Deforma y distorsiona egos completamente y crea todas estas inmanejables expectativas sobre el desempeño”, dice Elisabeth Gilbert.
Entonces ¿se puede manejar el proceso creativo de manera diferente? ¿Es lógico creer que unas hadas o unos elfos nos van persiguiendo para ayudarnos a hacer nuestro trabajo?
Y la pregunta es ¿por qué no?
La poetisa norteamericana Ruth Stone hablaba de su proceso creativo como una ráfaga de aire que se acercaba a ella a gran velocidad en medio del paisaje. La sentía venir porque la ráfaga hacía temblar el piso debajo de sus pies y ella sabía que en ese momento solo podía hacer una cosa: correr como el demonio, salir como alma que lleva el diablo hacia su casa.
Ella sentía que el poema –que luego escribiría- la “perseguía”, y lo urgente en esa instancia era conseguir una hoja de papel y un lápiz a tiempo, para que cuando el poema la alcanzara, ella pudiera atraparlo capturándolo en el papel.
A veces ocurría que ella no era lo suficientemente rápida; corría y corría pero no llegaba a tiempo y el poema la atravesaba; entonces lo perdía. Según sus palabras, “el poema seguía avanzando por el campo buscando a otro poeta”.
Otras veces, casi lo perdía: el poema la atravesaba y si ella tomaba el lápiz justo en este instante, podía alcanzarlo con una mano, atraparlo por la cola y tironearlo de regreso a su cuerpo mientras lo transcribía con la otra mano.
En estos casos,  el poema aparecía intacto y perfecto en la hoja, pero escrito al revés, de la última palabra a la primera.
Indudablemente hay una parte de trabajo, muchas veces tedioso, que uno tiene que encarar, que es ponerse a crear. Pero no siempre logramos que esta creación llegue a buen puerto.
Ahora bien: si pensamos que es un trabajo “compartido” con algo o alguien que podemos llamar: ente divino, hada, musa, espíritu o el nombre que queramos ponerle, y que necesitamos de su presencia para lograr atravesar el proceso creativo; si pensamos que sin esa magia hay días en que lo que sale solamente de nuestra mente no alcanza, sino que nos resulta imperioso que ese algo o alguien aparezca: inspiración, iluminación, elevación, conexión o lo que fuera:
¿No cambia bastante el asunto?
Porque entonces, si lo que hacemos sale mal, no va a ser sólo nuestra “culpa”, ya que nosotros habremos hecho nuestra parte de la tarea.
“Ese podría ser un buen pensamiento”, propone Elisabeth Gilbert. “Porque si amas lo que haces, lo importante es el proceso. Lo importante es intentarlo.  Es una frase hecha pero no deja de tener sentido por serlo”, sostiene.
Entonces, si la obra creadora que sale de nosotros después de horas y horas de trabajo creativo laborioso no es exitosa, si nadie la lee o nadie la admira, no hay que tener miedo.
Podemos, como dice Elizabeth Gilbert, “sentirnos tranquilos de haber hecho nuestra parte. Si el divino y absurdo genio que tienes asignado decide que se vislumbre por un momento “la maravilla” mediante tus esfuerzos, entonces ¡Bravo por ti!”
“Si no, baila, escribe o pinta de todas formas y ¡Bravo por ti de todas formas!, solo por tener ese total amor humano y la tenacidad de presentarte todos los días a hacer tu trabajo.”
Interesante punto de vista para tener en cuenta a la hora de crear, ¿no les parece?
Quizás, sólo quizás, nos sirva para aligerar el peso de la tarea creativa y nos permita disfrutarla más, sin culparnos sino más bien haciéndonos amigos de las musas que a cada uno lo habiten, aunque sea de vez en cuando.
¿Ustedes están de acuerdo? ¿Qué opinan de esta idea? ¿Se han sentido frustrados a la hora de crear? ¿Qué han hecho para recuperar la inspiración y retomar la acción creadora?
Vicky Detry

2 comentarios:

  1. Absolutamente maravilloso artículo!!!!. Creo que la mejor forma de recupaerar la inspiración es , primero, no desesperar, y luego, ponerse en movimiento, salir a cominar a mirar cosas nuevas. si de escribir se trata, volcarse a leer, a ver pinturas si la plástica es el arte en cuestión... ésto hace que podamos colocarnos en esa sintonía, ponernos a tono... como una suerte de "contagio creativo".
    Excelente el espacio!!1 saludos!

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  2. Silvina! Mil gracias por tus elogios!! Estoy de acuerdo, lo primero es no desesperar. Tal cual!!! Me encanta lo de ponerse a tono y contagio creativo. Divinas opciones para ayudar a "la chica que a veces se hace la difícil", o sea, la inspiración!!
    Besos y devuelta gracias!!
    Vicky Detry

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