Muchas
veces hemos escuchado a escritores o a
poetas hablar de su proceso creativo como algo pesado, difícil y hasta
desgarrador.
Algunos, a
veces, llegan a compararlo con la muerte. Si uno escribe en Google la frase
“escribir es morir un poco” aparecen 256 resultados de diferentes páginas donde
se menciona esta expresión y casi todas están relacionadas con la tremenda
angustia que, según se dice allí, produce el acto creativo.
Son blogs,
artículos periodísticos, citas de escritores. Entonces, la pregunta inevitable
parece ser: ¿la creación es dolorosa? O, para ser más exactos: ¿la creación
debe ser necesariamente dolorosa?
La
escritora norteamericana Elizabeth Gilbert ofrece una hipótesis interesante sobre este tema en las
conferencias TED y además nos propone una salida a este “destino” al que
pareceríamos estar condenados quienes creamos.
Elisabeth
Gilbert es la autora del famoso libro “Comer, rezar, amar” que fue best-seller
mundial. Ha ejercido la profesión de escritora por más de veinte años y antes
de este ha publicado varios libros. Y cuenta lo siguiente:
“La gente
me trata como si estuviera acabada. Me preguntan: ¿No te da miedo que nunca
vayas a hacer algo mejor? ¿No te da miedo no volver a escribir un libro que le
importe a alguien en el mundo? ¿No te da miedo no volver a tener éxito nunca? ¿No
te da miedo que la humillación del rechazo acabe contigo?”
“¿No te da
miedo que el trabajo de tu vida termine en saco roto y mueras con el sabor amargo del
fracaso en tu boca?” remata la autora con humor para alivianar esta
terrible idea.
Y continúa:
“La respuesta corta a todo eso es: Sí,
me da miedo. Pero ¿por qué? ¿Es lógico tener miedo del trabajo que sientes
que viniste a hacer a la Tierra?”
“¿Qué
tienen las actividades creativas que nos hacen preguntarnos por la salud mental
de una forma que otras carreras no lo hacen? Como mi papá, que era un ingeniero
químico y no recuerdo ni una sola vez en su carrera que alguien le haya
preguntado si tenía miedo de ser un ingeniero químico”.
“Pero para
ser francos, los ingenieros químicos no tienen una reputación de ser alcohólicos
maníaco-depresivos. Nosotros, los
escritores, la tenemos. Y no solo los escritores sino las personas creativas en
general. Basta con hacer el sombrío conteo de fallecimientos ocurridos tan solo
en el siglo XX de maravillosas mentes creativas muertas en su juventud y en
general por su propia mano”.
“E incluso
los que no se suicidaron parecen haber muerto por el proceso creativo: Norman
Mailer, en su última entrevista, dijo: “Cada uno de mis libros me ha matado un
poco más.”
“Una
información extraordinaria sobre el trabajo de tu vida”, sonríe Elisabeth
Gilbert en su conferencia.
“Pero ni
pestañeamos cuando escuchamos decir esto porque hemos aceptado colectivamente
que sufrimiento y creatividad van unidos, de la mano, están inherentemente
vinculados”.
“Que el
arte finalmente siempre llevará a la angustia. Y lo que quiero preguntarles es:
¿les parece bien esto? ¿Están de acuerdo con esta idea?”
“No,
definitivamente no”, responde enseguida. “La realidad es que no tiene por qué
ser así. Hay algo del éxito que se cuela en esta suposición. En general se cree
que alguien que no tiene éxito no sirve, no es feliz. Pero, por otra parte, creadores
de renombre que han logrado la fama mundial se han quitado la vida: Ernest
Hemingway, Virginia Wolf, Alfonsina Storni, Kurt Cobain son sólo algunos
ejemplos”.
“¿No sería mejor
si alentáramos a nuestras grandes mentes a vivir?”
La
escritora sigue relatando: “En particular siento que cada cosa que escriba va a
ser juzgada como lo que vino después del
mega éxito sensacional del libro
“Comer, rezar, amar”.
“Y quiero
decirles algo: es sumamente probable que mi más grande éxito esté en mi pasado.
¡Guauu, que pensamiento! Ese es el tipo de pensamiento que podría llevar a una
persona a comenzar a beber ginebra a las 9 de la mañana! Y no quiero llegar a
ese punto; quiero seguir haciendo este trabajo que amo. Entonces, la cuestión
es: ¿cómo?”
Ella dice
que mientras revisaba modelos de cómo hacerlo –es decir, cómo ayudar a la gente
creativa a lidiar con los riesgos emocionales inherentes a la creatividad- se
encontró con que en otras épocas, concretamente en las antiguas Grecia y Roma,
no se creía que la creatividad viniera de los seres humanos sino de los dioses.
Entonces,
si tu trabajo era maravilloso no te podías atribuir todo el mérito; todos sabían que tenías un genio incorpóreo
que te había ayudado. Por otra parte, si tu trabajo fracasaba, no era del todo
culpa tuya. Y así se pensó la creatividad en la cultura occidental por mucho
tiempo.
Hasta que
llegó el Renacimiento y puso al ser humano como centro del universo sin lugar para
criaturas etéreas que tomaran dictado de lo divino. Por primera vez se dijo que
tal o cual artista “era” un genio en lugar de “tener” un genio.
Pero
Elisabeth Gilbert se cuestiona si no será demasiado peso para un simple mortal
pensar que todo el talento, todo la sabiduría, toda la originalidad de una
creación provienen solamente de su mente.
Que una
persona piense que ella sola es la fuente y la esencia de la genialidad de su
trabajo, es quizás demasiada responsabilidad para una frágil mente humana.
“Deforma y
distorsiona egos completamente y crea todas estas inmanejables expectativas
sobre el desempeño”, dice Elisabeth Gilbert.
Entonces ¿se
puede manejar el proceso creativo de manera diferente? ¿Es lógico creer que
unas hadas o unos elfos nos van persiguiendo para ayudarnos a hacer nuestro
trabajo?
Y la
pregunta es ¿por qué no?
La poetisa
norteamericana Ruth Stone hablaba de su proceso creativo como una ráfaga de
aire que se acercaba a ella a gran velocidad en medio del paisaje. La sentía
venir porque la ráfaga hacía temblar el piso debajo de sus pies y ella sabía
que en ese momento solo podía hacer una cosa: correr como el demonio, salir
como alma que lleva el diablo hacia su casa.
Ella sentía
que el poema –que luego escribiría- la “perseguía”, y lo urgente en esa
instancia era conseguir una hoja de papel y un lápiz a tiempo, para que cuando
el poema la alcanzara, ella pudiera atraparlo capturándolo en el papel.
A veces
ocurría que ella no era lo suficientemente rápida; corría y corría pero no
llegaba a tiempo y el poema la atravesaba; entonces lo perdía. Según sus
palabras, “el poema seguía avanzando por el campo buscando a otro poeta”.
Otras veces,
casi lo perdía: el poema la atravesaba y si ella tomaba el lápiz justo en este
instante, podía alcanzarlo con una mano, atraparlo por la cola y tironearlo de
regreso a su cuerpo mientras lo transcribía con la otra mano.
En estos
casos, el poema aparecía intacto y
perfecto en la hoja, pero escrito al revés, de la última palabra a la primera.
Indudablemente
hay una parte de trabajo, muchas veces tedioso, que uno tiene que encarar, que
es ponerse a crear. Pero no siempre logramos que esta creación llegue a buen
puerto.
Ahora bien:
si pensamos que es un trabajo “compartido” con algo o alguien que podemos
llamar: ente divino, hada, musa, espíritu o el nombre que queramos ponerle, y
que necesitamos de su presencia para lograr atravesar el proceso creativo; si
pensamos que sin esa magia hay días en que lo que sale solamente de nuestra
mente no alcanza, sino que nos resulta imperioso que ese algo o alguien
aparezca: inspiración, iluminación, elevación, conexión o lo que fuera:
¿No cambia
bastante el asunto?
Porque
entonces, si lo que hacemos sale mal, no va a ser sólo nuestra “culpa”, ya que nosotros
habremos hecho nuestra parte de la tarea.
“Ese podría
ser un buen pensamiento”, propone Elisabeth Gilbert. “Porque si amas lo que
haces, lo importante es el proceso. Lo importante es intentarlo. Es una frase hecha pero no deja de tener
sentido por serlo”, sostiene.
Entonces,
si la obra creadora que sale de nosotros después de horas y horas de trabajo
creativo laborioso no es exitosa, si nadie la lee o nadie la admira, no hay que
tener miedo.
Podemos,
como dice Elizabeth Gilbert, “sentirnos tranquilos de haber hecho nuestra
parte. Si el divino y absurdo genio que tienes asignado decide que se vislumbre
por un momento “la maravilla” mediante tus esfuerzos, entonces ¡Bravo por ti!”
“Si no,
baila, escribe o pinta de todas formas y ¡Bravo por ti de todas formas!, solo
por tener ese total amor humano y la tenacidad de presentarte todos los días a
hacer tu trabajo.”
Interesante
punto de vista para tener en cuenta a la hora de crear, ¿no les parece?
Quizás, sólo
quizás, nos sirva para aligerar el peso de la tarea creativa y nos permita
disfrutarla más, sin culparnos sino más bien haciéndonos amigos de las musas
que a cada uno lo habiten, aunque sea de vez en cuando.
¿Ustedes están
de acuerdo? ¿Qué opinan de esta idea? ¿Se han sentido frustrados a la hora de
crear? ¿Qué han hecho para recuperar la inspiración y retomar la acción
creadora?
Vicky Detry
Absolutamente maravilloso artículo!!!!. Creo que la mejor forma de recupaerar la inspiración es , primero, no desesperar, y luego, ponerse en movimiento, salir a cominar a mirar cosas nuevas. si de escribir se trata, volcarse a leer, a ver pinturas si la plástica es el arte en cuestión... ésto hace que podamos colocarnos en esa sintonía, ponernos a tono... como una suerte de "contagio creativo".
ResponderEliminarExcelente el espacio!!1 saludos!
Silvina! Mil gracias por tus elogios!! Estoy de acuerdo, lo primero es no desesperar. Tal cual!!! Me encanta lo de ponerse a tono y contagio creativo. Divinas opciones para ayudar a "la chica que a veces se hace la difícil", o sea, la inspiración!!
ResponderEliminarBesos y devuelta gracias!!
Vicky Detry