Hoy quiero
compartir con ustedes el pensamiento de una mujer que considero brillante tanto
desde su solidez intelectual como desde su profunda y sensible comprensión de
las emociones humanas.
Su nombre
es Clarissa Pinkola Estés y es una psicoanalista junguiana, autora de un libro
llamado “Mujeres que corren con los lobos”, un maravilloso trabajo acerca de
los modos en que las personas podemos sanar nuestras heridas psíquicas –que son
también heridas del alma- a través de las herramientas que nos brindan los
relatos, los mitos y las historias tradicionales de diversas culturas.
Respecto
del perdón, explica que el contexto al que llega, cuando finalmente llega, es
el de una antigua y persistente cólera, producto de mil razones posibles,
justificadas o no. Pero no es la cólera el foco, si bien es esencial
reconocerla e identificarla, sino la necesidad imperiosa de sanarla.
“Llega un
momento en que hay que perdonar para que la psique pueda liberarse y recuperar
su estado normal de paz y serenidad”, dice.
Y continúa:
“A veces la gente se confunde y cree que el hecho de quedarse atascada en una
antigua cólera consiste en armar alboroto, alterarse y arrojar objetos por ahí.
En la mayoría de los casos no consiste en eso. Consiste más bien en una perenne
sensación de cansancio, en andar por la vida bajo una gruesa capa de cinismo,
en destrozar todo aquello que es esperanzador, tierno, prometedor”.
“Consiste
en tener miedo de de perder antes de abrir la boca. Consiste en alcanzar por
dentro el punto de ignición tanto si se nota por fuera como si no. Consiste en
hacer irritados silencios de carácter defensivo. Consiste en sentirse
desvalido. Pero hay un medio de salir de esta situación y este medio es el
perdón”.
La autora
sostiene que muchas personas tienen dificultades para conceder el perdón porque
les han enseñado que se trata de un acto singular que hay que completar en una
sola sesión. Pero no es así. El perdón tiene muchas capas y muchas estaciones.
En nuestra cultura se tiene la idea de que el perdón debe ser al ciento por
ciento. O todo o nada.
También se
nos enseña que perdonar significa pasar por alto, comportarse como si algo no
hubiera ocurrido. Tampoco es eso, dice. Y además, en la mayoría de las personas
el perdón es un don que hay que aprender tal como se aprende una técnica. No
somos malos si nos cuesta perdonar, ni somos santos si lo hacemos. Todo a su
debido tiempo.
Clarissa
Pinkola Estés nos propone cuatro niveles del perdón, cada uno de los cuales
tiene varios estratos.
Estos niveles
son:
1) Apartarse
o dejar correr. Es
decir, dejar de pensar durante algún tiempo en aquella persona o
acontecimiento. Eso no significa dejar algo por hacer sino tomar distancia para
poder fortalecernos y disfrutar de otras felicidades en nuestra vida. Dejar la
situación, el asunto, el recuerdo, tantas veces como sea necesario. Asegurarle
así a nuestra psique que por ahora le aplicaremos un bálsamo suavizante y más
adelante abordaremos la cuestión que nos lastima.
2) Tolerar
o abstenerse de castigar.
Tolerar quiere decir tener paciencia, soportar y canalizar la emoción. Podemos
abstenernos de hacer comentarios y murmullos de carácter punitivo y de
comportarnos con hostilidad y resentimiento. El hecho de abstenerse de aplicar
castigos innecesarios fortalece la integridad de la acción y del alma. Tolerar
equivale a practicar la generosidad.
3) Olvidar
o arrancar del recuerdo.
Olvidar no significa comportarse como si el cerebro hubiera muerto. El olvido
consciente consiste en soltar, aflojar la presa, sobre todo de la memoria. Es
no entretenernos con pensamientos, emociones e imágenes repetitivas que nos
irritan. El olvido es un esfuerzo activo, no pasivo. Significa abandonar
deliberadamente las obsesiones, distanciarnos voluntariamente y perder de vista
el objeto de nuestro enojo; no mirar hacia atrás y vivir en un nuevo paisaje,
crear una nueva vida y unas nuevas experiencias en las que pensar, en lugar de
seguir pensando en las antiguas. Esta clase de olvido no borra el recuerdo pero
entierra las emociones que lo rodeaban.
4) Finalmente,
perdonar o dar por pagada la deuda.
Hay muchos medios y maneras de perdonar una ofensa. Algunas personas optan por
conceder un perdón total, eximiendo al ofensor de la obligación de pagar una indemnización
ahora o más adelante. Otras optan por desistir de cobrar la deuda en su
totalidad y decir que lo hecho, hecho está y que lo que se ha pagado hasta
ahora es suficiente. Otra forma de perdón consiste en exonerar a una persona
sin que esta haya satisfecho ningún tipo de indemnización emocional o de otra
clase.
Para
algunas personas la conclusión del perdón significa mirar al otro con
indulgencia, que es lo más fácil cuando se trata de ofensas relativamente
leves. Una de las formas más profundas de perdón consiste en ofrecer de la
manera que sea una compasiva ayuda al que nos ha ofendido.
El
perdón es un acto de creación. Se puede otorgar de muy variadas maneras,
insiste Pinkola Estés. Se puede perdonar de momento, perdonar hasta entonces,
perdonar hasta la próxima vez, perdonar pero no dar más oportunidades. Se puede
dar otra oportunidad, varias o muchas oportunidades o dar oportunidades con
determinadas condiciones. Se puede perdonar en parte, en su totalidad o la
mitad de la ofensa. Se puede otorgar un perdón general. Nosotros somos quienes
lo decidimos.
¿Cómo
sabemos si hemos perdonado o no? pregunta la autora de “Mujeres que corren con
los lobos”. Bueno, en caso afirmativo, tendemos a compadecernos de la
circunstancia en lugar de sentir cólera; tendemos a compadecernos de la persona
en lugar de estar enojados con ella. Tendemos a olvidar lo que teníamos que
decir al respecto. Comprendemos el sufrimiento que dio lugar a la ofensa.
Preferimos permanecer al margen. No esperamos nada. No queremos nada. Ningún
estrecho lazo alrededor de los tobillos tira de nosotros desde lejos para
arrastrarnos hacia acá. Somos libres de ir adonde queramos.
Clarissa
Pinkola Estés, la autora que venimos citando al hablar sobre el perdón,
concluye que cuando perdonamos, puede que la cosa no termine con un “vivieron
felices y comieron perdices”, pero a partir de ahora estará esperándonos con
toda certeza un nuevo “Había una vez”.
Una
vez más, les queremos decir que nos encanta que se comuniquen con nosotros y
nos cuenten sus experiencias. ¿Han experimentado el dolor de una ofensa difícil
de perdonar? ¿Pudieron perdonarla finalmente o quizás están en proceso de
hacerlo? ¿Se sintieron perdonados generosamente por alguien alguna vez? ¿Cómo
les resultó esa vivencia?
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