“No se
trata de los que ustedes creen. No hay desgracias maravillosas. Pero cuando
sobreviene la adversidad, ¿hay que someterse? Y si combatimos, ¿con qué armas
contamos?”
Con este cuestionamiento
comienza el libro de Boris Cyrulnik llamado “La maravilla del dolor, el sentido
de la resiliencia”, que hoy queremos recomendarles.
Comencemos
entonces por definir la resiliencia. En Física, es la capacidad de un cuerpo de
resistir un choque. Las Ciencias
Sociales, basándose en esta idea, definen a la resiliencia como “la capacidad
para triunfar, para vivir y desarrollarse positivamente, de manera aceptable, a
pesar de la fatiga o de la adversidad, que suelen implicar riesgo grave de
desenlace negativo”.
Cuando en
la vida de una persona todo está mal, cuando ocurre una tragedia o se produce
un trauma; por ejemplo cuando un niño sufre un abuso o se queda huérfano o vive en la calle, la expectativa general
suele augurarle un futuro poco prometedor.
En tales
circunstancias resultan pertinentes las
preguntas que propone Cyrulnik: “¿Hay que someterse?” “¿Y si combatimos?” “¿Cómo
volverse humano a pesar de los golpes del destino?”
La Segunda
Guerra Mundial generó una verdadera revolución cultural en el campo de la
resiliencia. Tanto Anna Freud como Francoise Doltó describen a pacientes con
infancias muy complejas que se convirtieron en adultos equilibrados.
¡Cuántas
veces hemos escuchado historias de vida con aristas desgarradoras y
tremendamente dolorosas por parte de adultos que sin embargo, a pesar de sus
terribles desgracias, han podido sobreponerse y se han convertido en genios o en
personas exitosas!
“Se sueñan
cosas bellas cuando la realidad es desoladora y se imaginan para ello refugios
maravillosos”, afirma Boris Cyrulnik.
El humor es
un condimento que juega un papel fundamental en este proceso, puesto que logra
transformar una situación dramática y oscura en algo abierto a la esperanza.
Con la risa
se aliviana el peso dramático de la carga que se lleva y el alma puede así ir
soltándola. Se levan las anclas y el barco vuelve a navegar en calma. El humor
transforma, de un solo trazo, una pesada tragedia en ligera euforia.
La película
“La vida es bella”, de Roberto Benigni, representa esta idea de manera simple y
lírica. No se trata de tomar en broma o de faltarle el respeto a la memoria de
Auschwitz “sino por el contrario, de una escenificación de la función protectora del humor”, según sostiene
Cyrulnik.
El humor
sana y desparrama tragicomedia para salvarnos de ser aplastados por el dolor. El
humor afloja las situaciones más tensas. Cuando hay sólo horror, los
testimonios no pueden ni siquiera ser escuchados. La vida sin humor corre el
riesgo de tornarse insostenible.
“Cuando el
dolor es demasiado fuerte, nos vemos sometidos a su percepción. Sufrimos. Pero
apenas logramos tomar un poco de distancia, apenas podemos convertirlo en
representación teatral, la desdicha se hace soportable…”, nos dice el autor.
Los traumas
son siempre desiguales y sobrevienen en momentos específicos que nunca son
idénticos a los vividos por otros.
Ocurren en
diversas circunstancias y sobre todo son experimentados por personas
diferentes. Pero lo que transmite el
concepto de resiliencia es que nuestra
historia no es un destino. Es, por supuesto, un hecho innegable pero eso no
la convierte en un condicionante inexorable.
Una
carencia afectiva, un trauma, crean una vulnerabilidad momentánea, que las
experiencias afectivas y sociales podrán reparar o agravar. Lo que somos en un
momento se entremezcla y se entreteje con medios ecológicos, afectivos y
verbales.
Y como dice
Cyrulnik, basta con que uno sólo de esos medios falle para que todo se hunda.
Así como también basta con que haya un solo punto de apoyo para que la
edificación pueda sostenerse.
Once niños
seleccionados por la Ayuda Social norteamericana fueron estudiados durante
cincuenta años. Al comienzo estaban bastante perturbados.
Cuando
llegaron a la adolescencia todavía quedaban en ellos algunos factores de riesgo
importantes, pero en la mayoría ya se notaban rasgos de resiliencia. No fracasaron las tres personas que habían
sufrido mayores agresiones sino aquellas que por estar demasiado aisladas,
contaron con menos apoyo.
Está claro
que es más difícil salir adelante cuando se ha tenido una infancia
resquebrajada; cuando se ha vivido una situación límite o trágica, pero sabemos
y tenemos que confiar en que aún así, no todo está perdido. Se puede combatir y
resurgir de entre los escombros.
Somos
nosotros los que categorizamos el mundo. En la realidad todo está entremezclado
y no es tan claro ni tan estricto.
“Ser
ambulante no es ser errante. Incluso cuando sabemos de dónde venimos, o aún cuando la genética nos limita, podemos
inventar nuestro futuro como queramos”, afirma Cyrulnik.
Casi todos
los niños resilientes se han hecho dos preguntas. La primera es: “¿Por qué
tengo que sufrir tanto?” y la segunda, que esconde la clave fundamental de la
resiliencia, es: “¿Cómo voy a hacer para ser feliz de todos modos?”
Y ustedes,
queridos oyentes: ¿cómo hacen para ser felices de todos modos? ¿Qué recursos
ponen en práctica para “resistir” y quizás transformar la tragedia en un tesoro?
¿Qué rituales los ayudan a liberarse de las garras del destino?
Vicky Detry
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