Hace poco
me enteré de que “el cielo por asalto”, una de las frases más lindas que
conozco, se le atribuye a Carlos Marx en una carta que le escribió a un amigo
desde Londres en el año 1871.
Más allá de
la significación política que subyacía en el escrito del pensador alemán, que
tenía que ver con la actitud de parte de la sociedad parisina, tomar el cielo
por asalto me suena a volar alto, tan alto como para que el cielo sea nuestra
conquista.
Porque el
cielo hay que conquistarlo, creo yo. Ese cielo donde reinan los ideales se nos
presenta cada vez más lejano; hay algo que nos tira para abajo y nos aleja, nos
achata. Y el camino de ascenso resulta a veces demasiado arduo para intentarlo.
No es el
camino del confort el que nos acerca. No. El auto puede ser cada día más
rápido, la casa más inteligente, la tecnología más amigable y sin embargo, no
salimos de lo pedestre.
Podemos
mirarnos mucho más el ombligo y descubrir hasta los pliegues más sutiles de
nuestra fisonomía; la felicidad casi ya viene en pastillas y las recetas de
autoayuda están prácticamente al alcance de todos nosotros.
Algunos nos
convocan a ese ascenso. Otros nos lideran o sencillamente compramos sin
protestar promesas de armonía y equilibrio. Soñamos con bailar o cantar por la
televisión pero como no podemos, nos pasamos las horas viendo cómo los otros
bailan o cantan. O simplemente cómo habitan una casa ficticia con la intimidad
desnudada.
Y cuanto menos
queremos, menos tenemos. Cuanto menos cielo anhelamos, más lejos nos queda.
Pero se
puede querer más. Se puede creer en los ideales de ese cielo que nos estamos
perdiendo. Podemos seguir soñando con una sociedad más justa, más inclusiva.
Podemos recuperar esos sueños que alguna vez encendieron nuestro corazón de
esperanza. Podemos enamorarnos sin reservas y pensar en la amistad como el
encuentro más valioso entre dos personas.
Podemos
soñar para nuestros hijos un mundo mejor. Y eso supone luchar por nuestras
convicciones. Luchar para que nos unan los hilos de la solidaridad y no nos
separen diferencias que no tienen fundamentos más sólidos que aquellos que
enfrentan a los simpatizantes de dos equipos de fútbol.
Por eso, tomar
el cielo por asalto me suena a volar alto. A “tirar para arriba”, como decía
Miguel Mateos en los 90. A preferir lo que nos gusta a lo que nos conforma. A animarnos
a descubrir nuestro deseo y no satisfacer el de los hacedores del rating.
Tomar el
cielo por asalto me suena a burlar a la vulgaridad que lo custodia. Porque es
difícil manejar a aquellos que vuelan alto. Se dispersan, se embriagan con la
libertad que les brinda ese cielo inmenso. Es más fácil manejarlos desde abajo,
desde atrás de una pantalla de televisión, por ejemplo, fabricando escándalos
que despiertan nuestro costado más mórbido.
A ese cielo
apuntamos; ese cielo queremos conquistar. ¿Les gustaría acompañarnos?
Natalia Peroni
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