lunes, 9 de julio de 2012

Límites sanadores


Anselm Grün es un monje benedictino, autor de innumerables publicaciones sobre temas espirituales. María Robben es licenciada en Pedagogía Social y dirige jornadas de meditación.

Juntos escribieron un libro llamado “Límites sanadores”, que les recomendamos especialmente, del cual extractamos algunos párrafos para compartir con ustedes e iniciar así una reflexión sobre el tema de los límites humanos, que nos incumbe y nos involucra a todos.

Dice Anselm Grün: “Cada vez que me dejo convencer por alguien para algo que en realidad no quería, me enojo. He desarrollado, entonces, algunas estrategias que me protegen contra el enojo y me ayudan a delimitarme mejor y más consecuentemente”.

“La primera estrategia es que nunca acepto de inmediato una proposición en el teléfono, sino que solicito un tiempo para pensarlo. Entonces tengo tiempo de ordenar mis sentimientos. ¿Qué habla a favor? ¿Es conveniente ir allí? ¿Tengo ganas de ello? ¿Todo en mí se resiste contra ello? ¿Me siento usado? Escucho entonces mis sentimientos. Si percibo rechazo y resistencia en mí, al día siguiente puedo tranquilamente decir no”.

“Otra estrategia que utilizo”, continúa el autor, “es reservar para mí tiempos tabú claros. Antes aceptaba reuniones incluso los domingos al mediodía. No existía motivo alguno para decir no cuando alguien solicitaba una reunión. Ahora he reservado para mí el domingo por la tarde y una noche en la semana. Si alguien tiene una solicitud, claramente le puedo decir que no. En esos horarios no acepto nada. Es el tiempo de repliegue durante el cual no estoy al alcance”.

Y continúa: “Todos necesitamos tales zonas tabú en nuestra vida, que nos son sagradas. Lo sagrado es lo que está sustraído del mundo. Los rituales pueden ayudar a proteger tales zonas. Creamos un espacio sagrado libre de las continuas exigencias alienantes que se abalanzan sobre nosotros”.
“El tiempo que me reservo es, en este sentido, un tiempo sagrado, porque tiene un valor para mí que ningún otro valor puede discutir. Durante este tiempo sagrado puedo respirar con alivio y tomo contacto conmigo mismo. Percibo cómo me vuelvo íntegro. El tiempo sagrado me hace bien, sana mis heridas, clarifica algo en mí que se había enturbiado”.

Las palabras de Anselm Grün nos ayudan entonces a revisar la cuestión de los propios límites y nos proponen diversas maneras de identificarlos y reconocerlos, para poder así aceptarlos con el respeto que merecen.
Probablemente todos hayamos vivido alguna vez la experiencia de sentir que nuestros límites eran avasallados y hasta violentados por una persona o por muchas, tanto de manera inocente e involuntaria como consciente y caprichosa.
Algo así como si de repente nos cubriera una avalancha de demandas ajenas que por algún motivo se nos imponen y se instalan en nuestro interior como urgencias a las que debemos atender porque si no lo hacemos dejaremos de ser buenas personas y sobre todo, perderemos el afecto de los que nos rodean y a quienes amamos.

Por supuesto, nadie quiere quedarse sin el amor de aquellos a quienes quiere. Es entonces cuando todo se confunde en nuestra mente y nuestro corazón, y respondemos a esas demandas indiscriminadamente, sin discernir si podemos, si deseamos o si nos hace bien –inclusive si le hace bien al otro-satisfacerlas sin más.

Está claro que la generosidad es una virtud importante, noble y necesaria en los vínculos interpersonales si queremos que sean significativos y profundos.
Pero no sirve ni ayuda a nuestro crecimiento ni a las relaciones con los demás el hecho de estar siempre tan a disposición de los otros, que terminamos por olvidarnos de nosotros hasta el punto en que  se va borrando nuestra identidad y un día ya ni siquiera podemos reconocernos.

Cuando sucede esto, quedamos tan agotados, tan vacíos, que a veces no tenemos las fuerzas suficientes para hacernos las preguntas que nos propone Anselm Grün en su libro “Límites sanadores”: ¿Quiero esto? ¿Me conviene? ¿Lo deseo? ¿O siento rechazo y resistencia?

También podría pasar que nos convenciéramos de que todo lo que hacemos, lo hacemos por los demás y que eso solo justifica y ennoblece nuestra entrega absoluta y sin límites.
Pues parece que no es así. Si no llegamos a darnos cuenta de esto a través de una reflexión sincera o de la charla con alguien que nos quiera bien, ya se encargará nuestro cuerpo de ir generando síntomas de todo tipo para alertarnos acerca de una sobrecarga emocional que nos está consumiendo la energía, la vitalidad, la alegría.

Y además, si nos decidimos a enfrentar algunas verdades, también tendremos que admitir que en infinidad de ocasiones hacemos por los demás cosas que no nos pidieron y que ni siquiera los benefician, porque quizás en nuestro afán de allanarles todos los escollos, les estamos impidiendo que maduren, que puedan crear sus propias búsquedas, encontrar sus propias respuestas, trazar sus propios caminos y en definitiva, hacerse cargo de su vida.

Entonces: es esencial que dejemos de considerar a nuestros límites como enemigos a los que hay que vencer y comencemos a verlos como lo que realmente son: fronteras físicas y emocionales que nos permiten forjar nuestra personalidad, proteger nuestra intimidad y establecer vínculos sanos donde se respete nuestra voluntad y donde el decir sí o decir no sea producto de nuestra libertad.

Como siempre les decimos, nos encanta escucharlos. ¿Han sentido alguna vez que alguien violentaba sus límites? Y ustedes ¿han avasallado los límites de otras personas? ¿Cómo creen que podrían revertir estas situaciones?

Clarina Pertiné

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