Anselm
Grün es un monje benedictino, autor de innumerables publicaciones sobre temas
espirituales. María Robben es licenciada en Pedagogía Social y dirige jornadas
de meditación.
Juntos
escribieron un libro llamado “Límites sanadores”, que les recomendamos especialmente,
del cual extractamos algunos párrafos para compartir con ustedes e iniciar así
una reflexión sobre el tema de los límites humanos, que nos incumbe y nos
involucra a todos.
Dice
Anselm Grün: “Cada vez que me dejo convencer por alguien para algo que en
realidad no quería, me enojo. He desarrollado, entonces, algunas estrategias
que me protegen contra el enojo y me ayudan a delimitarme mejor y más
consecuentemente”.
“La
primera estrategia es que nunca acepto de inmediato una proposición en el
teléfono, sino que solicito un tiempo para pensarlo. Entonces tengo tiempo de
ordenar mis sentimientos. ¿Qué habla a favor? ¿Es conveniente ir allí? ¿Tengo
ganas de ello? ¿Todo en mí se resiste contra ello? ¿Me siento usado? Escucho
entonces mis sentimientos. Si percibo rechazo y resistencia en mí, al día
siguiente puedo tranquilamente decir no”.
“Otra
estrategia que utilizo”, continúa el autor, “es reservar para mí tiempos tabú
claros. Antes aceptaba reuniones incluso los domingos al mediodía. No existía
motivo alguno para decir no cuando alguien solicitaba una reunión. Ahora he
reservado para mí el domingo por la tarde y una noche en la semana. Si alguien
tiene una solicitud, claramente le puedo decir que no. En esos horarios no
acepto nada. Es el tiempo de repliegue durante el cual no estoy al alcance”.
Y
continúa: “Todos necesitamos tales zonas tabú en nuestra vida, que nos son
sagradas. Lo sagrado es lo que está sustraído del mundo. Los rituales pueden
ayudar a proteger tales zonas. Creamos un espacio sagrado libre de las
continuas exigencias alienantes que se abalanzan sobre nosotros”.
“El
tiempo que me reservo es, en este sentido, un tiempo sagrado, porque tiene un
valor para mí que ningún otro valor puede discutir. Durante este tiempo sagrado
puedo respirar con alivio y tomo contacto conmigo mismo. Percibo cómo me vuelvo
íntegro. El tiempo sagrado me hace bien, sana mis heridas, clarifica algo en mí
que se había enturbiado”.
Las
palabras de Anselm Grün nos ayudan entonces a revisar la cuestión de los
propios límites y nos proponen diversas maneras de identificarlos y
reconocerlos, para poder así aceptarlos con el respeto que merecen.
Probablemente
todos hayamos vivido alguna vez la experiencia de sentir que nuestros límites
eran avasallados y hasta violentados por una persona o por muchas, tanto de
manera inocente e involuntaria como consciente y caprichosa.
Algo
así como si de repente nos cubriera una avalancha de demandas ajenas que por
algún motivo se nos imponen y se instalan en nuestro interior como urgencias a
las que debemos atender porque si no lo hacemos dejaremos de ser buenas
personas y sobre todo, perderemos el afecto de los que nos rodean y a quienes
amamos.
Por
supuesto, nadie quiere quedarse sin el amor de aquellos a quienes quiere. Es
entonces cuando todo se confunde en nuestra mente y nuestro corazón, y
respondemos a esas demandas indiscriminadamente, sin discernir si podemos, si
deseamos o si nos hace bien –inclusive si le hace bien al otro-satisfacerlas
sin más.
Está
claro que la generosidad es una virtud importante, noble y necesaria en los
vínculos interpersonales si queremos que sean significativos y profundos.
Pero
no sirve ni ayuda a nuestro crecimiento ni a las relaciones con los demás el
hecho de estar siempre tan a disposición de los otros, que terminamos por
olvidarnos de nosotros hasta el punto en que
se va borrando nuestra identidad y un día ya ni siquiera podemos
reconocernos.
Cuando
sucede esto, quedamos tan agotados, tan vacíos, que a veces no tenemos las
fuerzas suficientes para hacernos las preguntas que nos propone Anselm Grün en
su libro “Límites sanadores”: ¿Quiero esto? ¿Me conviene? ¿Lo deseo? ¿O siento
rechazo y resistencia?
También
podría pasar que nos convenciéramos de que todo lo que hacemos, lo hacemos por
los demás y que eso solo justifica y ennoblece nuestra entrega absoluta y sin
límites.
Pues
parece que no es así. Si no llegamos a darnos cuenta de esto a través de una
reflexión sincera o de la charla con alguien que nos quiera bien, ya se
encargará nuestro cuerpo de ir generando síntomas de todo tipo para alertarnos
acerca de una sobrecarga emocional que nos está consumiendo la energía, la
vitalidad, la alegría.
Y
además, si nos decidimos a enfrentar algunas verdades, también tendremos que
admitir que en infinidad de ocasiones hacemos por los demás cosas que no nos
pidieron y que ni siquiera los benefician, porque quizás en nuestro afán de
allanarles todos los escollos, les estamos impidiendo que maduren, que puedan
crear sus propias búsquedas, encontrar sus propias respuestas, trazar sus
propios caminos y en definitiva, hacerse cargo de su vida.
Entonces:
es esencial que dejemos de considerar a nuestros límites como enemigos a los
que hay que vencer y comencemos a verlos como lo que realmente son: fronteras
físicas y emocionales que nos permiten forjar nuestra personalidad, proteger
nuestra intimidad y establecer vínculos sanos donde se respete nuestra voluntad
y donde el decir sí o decir no sea producto de nuestra libertad.
Como
siempre les decimos, nos encanta escucharlos. ¿Han sentido alguna vez que
alguien violentaba sus límites? Y ustedes ¿han avasallado los límites de otras
personas? ¿Cómo creen que podrían revertir estas situaciones?
Clarina Pertiné
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