domingo, 1 de julio de 2012

Las mil y una curiosidades de Buenos Aires


"   "Las mil y una curiosidades de Buenos Aires (la ciudad que no conocemos)”
     el título del libro de Diego Zigiotto, un periodista argentino que investigó
r   recopiló en esa obra cientos de anécdotas sobre Buenos Aires a través de su historia.

El libro es una verdadera joya donde el autor, con pinceladas risueñas o nostálgicas, va configurando una pintoresca miscelánea de cada barrio de la ciudad porteña en todas sus épocas. Aquí van un par de textos para compartir con ustedes, nuestros oyentes. Dice Diego Zigiotto:

“Pocos saben que además del dulce de leche, el colectivo o la birome, el bastón blanco que utilizan los ciegos también es un invento argentino.

El 22 de junio de 1931, José Mario Fallótico se disponía a cruzar la calle en la esquina de Rivadavia y Medrano, Almagro, cuando observó a un hombre parado en medio de la calzada, desconcertado y algo perdido.

Recién al acercarse para ayudarlo comprendió que se trataba de un ciego, ya que nada lo identificaba como tal. Una vez que alcanzaron a salvo la vereda y luego de que el hombre se presentara como Fidel, Fallótico le dijo: “Creo que volveré a servirle a usted muchas veces, aunque no esté a su lado; a usted y a todos los que se encuentren en su condición. Se me ha ocurrido una idea”.

Fallótico se dirigió a la Biblioteca Argentina para Ciegos y pidió hablar con su presidente, el oftalmólogo Agustín Rebuffo, a quien le expuso su idea, que fue aprobada y puesta en práctica de inmediato.

El inventor regresó a su casa, buscó un viejo bastón, lo pintó de blanco y se lo obsequió a Fidel. En tanto, la institución comenzó a difundir la novedad y a distribuir bastones entre los ciegos que concurrían a la biblioteca. Poco a poco, el sistema fue conocido y usado en todo el mundo.

Fallótico nunca patentó su idea ni obtuvo rédito material alguno de su invento”.

En otro pasaje del libro, Zigiotto relata lo siguiente:

“Hace años, al finalizar las veladas de boxeo del Luna Park, el público cruzaba a cenar al restaurante “Nápoli”, por el apellido de don José, propietario del local.

Un viejo cliente de don José pedía siempre milanesas. Una noche llegó más tarde de lo acostumbrado, cuando la cocina ya había cerrado. Pidió como de costumbre su milanesa; quedaba solo una y, para peor, el ayudante la cocinó de más. “¿Cómo le voy a dar esa milanesa a uno de mis mejores clientes?” pensó don José.

Recordó entonces una receta italiana, la “costeleta a la baldostana”, que es una milanesa recubierta con jamón y queso. Le agregó salsa de tomate para disimular la parte chamuscada, y la gratinó.

Le dijo al cliente que había creado un nuevo plato y quería que lo probara.
Desde entonces el cliente siguió pidiendo milanesas, pero preparadas como la última vez.

Por su parte, don José agregó “Milanesa a la Nápoli” al menú de su restaurante, tal el nombre del plato, y no “a la napolitana”, como se lo conoce popularmente.

En diciembre de 2006 una diputada de la Ciudad presentó un proyecto para incluir la milanesa a la napolitana al patrimonio cultural porteño. La propuesta levantó críticas entre quienes instaban a la legisladora a ocuparse de asuntos más relevantes”.

A todos los amantes de Buenos Aires y su historia les recomendamos entonces muy especialmente este libro de Diego Zigiotto, que se llama “Las mil y una curiosidades de Buenos Aires (la ciudad que no conocemos)”.

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