Nuestro tema del
día es la amistad.
De la amistad se ha hablado mucho. Desde
tiempos inmemoriales encontramos huellas de pensadores que han escrito sobre
ella: poetas, escritores, dramaturgos… y filósofos.
Aristóteles, hace más de 2.500 años, decía
con mucha razón que la amistad “es cosa muy
seria para la vida, pues sin amigos nadie desearía vivir”[i].
¿Estaría hablando de lo mismo que nosotros hoy cuando pensaba en la amistad uno de los más brillantes filósofos de la Grecia clásica?
¿Estaría hablando de lo mismo que nosotros hoy cuando pensaba en la amistad uno de los más brillantes filósofos de la Grecia clásica?
Es importante tener en cuenta, en principio,
que la concepción del hombre en esa época era un tanto diferente.
El hombre era para Aristóteles un “zoon
politikon”, un animal político cuyo desarrollo pleno se producía en la polis. Se
presuponía su inclusión en contextos
mayores que su esfera o su mundo individual; era natural que se proyectara y
participara en planos como el de la sociedad, la política y la naturaleza.
La realización del hombre se daba en esas
esferas. La amistad significaba un vínculo que se perfeccionaba en tanto el
hombre se relacionaba con sus pares en estos diferentes niveles.
No existía, como hoy, una división tan
profunda entre los ámbitos público y privado, y la amistad formaba parte de
todo tipo de asociaciones, siendo la asociación suprema la polis.
No hubiera sonado creíble allá por el 400
AC decir, por ejemplo, que uno trataba bien a sus amigos y mal a sus empleados,
a sus socios o al ambiente que lo rodeaba. Uno debía ser en lo privado igual
que en lo público.
Nosotros estamos acostumbrados a pensar la
amistad como una relación afectiva más bien íntima, y en la esfera pública la
relación con los otros es de tipo contractual.
Ojo, tampoco tenemos que caer en el error
de creer que en esas épocas todos eran amigos entre sí: solo los hombres
virtuosos establecían vínculos verdaderos de amistad. La amistad por interés y
motivada por lo placentero no era considerada una amistad verdadera.
Claro que Aristóteles no tuvo la
oportunidad de convivir en una polis cuyos miembros interactuaran, como nos
sucede hoy en día a nosotros, a través de las redes sociales.
Quizá de haber sido así, habría reescrito
la “Ética a Nicómaco”, o quizá no.
Pero bien vale la pena preguntarnos hoy
cómo definimos nosotros la amistad y a quiénes consideramos amigos. ¿Son aquellos
que figuran en nuestra lista de contactos? ¿Aquellos de quienes nos llegan
invitaciones de amistad virtual que llenan nuestra casilla de correo? ¿O son,
al decir de Aristóteles, aquellos a quienes queremos por lo que son,
desinteresadamente, a quienes deseamos el bien y sabemos de su reciprocidad en
el afecto?
Nos despedimos planteándonos estas
preguntas y abriendo horizontes para que surjan muchas más. Sabemos que en las
preguntas residen la clave y el secreto para recorrer el camino hacia la
sabiduría.
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