La belleza es una cualidad que solemos admirar y
disfrutar cuando la encontramos o la descubrimos en las personas, los paisajes,
los objetos, el arte, y también en determinadas situaciones propias de nuestra
vida diaria si estamos en sintonía con nuestra capacidad de apreciar lo que nos
gusta, lo que nos atrae, lo que nos hace bien.
Parece entonces que la belleza es cosa seria. El Diccionario
de la Real Academia Española dice que la belleza es “la propiedad de las cosas
que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual”. Es una bella
definición, sin duda.
Santo Tomás sostenía que la belleza es el “splendor
veritatis”: el esplendor de la verdad. Es decir, la belleza es la luz de la
verdad que ilumina, fulge y brilla con
un resplandor que ninguna mentira puede opacar.
Fedor Dostoievsky creía que “el mundo se salvará por la
belleza”. Podemos interpretar de mil maneras diferentes esta frase del gran
escritor ruso sin restarle ni un ápice de sabiduría. Seguramente todos hayamos
sido salvados por la belleza alguna vez. Frente al desasosiego, quizás la
contemplación de la belleza del mar, de una puesta de sol o del fuego generaron
calma en nosotros y restauraron nuestros equilibrios frágiles o rotos.
O tal vez cuando el cansancio y el hartazgo nos
desbordaron, pudimos echar mano a antídotos como el aroma del pasto después de
la lluvia, el rostro apacible de un niño dormido, la música que nos devolvió la
alegría o las palabras amorosas de un amigo del alma.
Los griegos usaban una sola palabra –“kalosagathos”-
para decir al mismo tiempo VERDAD y BONDAD. Podríamos concluir así que la
verdad es buena y también que la bondad es verdadera. Esta idea merece ser
atesorada y sacada a relucir cada vez que nos enfrentamos a la mentira y la
maldad con que todos nuestros corazones conviven.
Albert Einstein decía que “si una teoría no es bella,
probablemente tampoco sea verdadera”. Más allá del humor, la ironía y la
picardía habituales en el genial científico, la unión entre belleza y verdad,
para él, parecía tener un carácter lógico, deductivo.
Para Aristóteles, el hombre bondadoso es uno, mientras
que el malvado es dos. Porque la bondad unifica e integra al ser humano,
mientras que la maldad lo divide, lo escinde.
Por suerte, las personas somos cada vez más conscientes
de la importancia de vivir integrados, de ser coherentes y auténticos, de ir
abandonando progresivamente las máscaras con que inútilmente intentamos
disfrazar nuestros errores y nuestras vulnerabilidades, sin lograr ocultarlas
pero distorsionándolas hasta que ya ni siquiera nos reconocemos.
¡Existe tanta gente alrededor nuestro “que nos hace
amarla”, como reza la definición de belleza, y hay tanto en nuestra vida capaz
de “infundir en nosotros deleite espiritual”!
La pregunta que hoy nos hacemos y que como siempre
queremos compartir con ustedes, es si estamos lo suficientemente atentos para
percibir el amor de los demás y lo suficientemente abiertos para dejarnos
deleitar por ese amor.
Un amor que puede ser muchos amores simultáneamente. El
amor de pareja, el de la amistad, el amor fraternal, el amor a los hijos, a un
ideal, el amor a nuestro país, al arte en cualquiera de sus maravillosas
manifestaciones, a la humanidad en su conjunto cuando comprendemos que nos une
la misma naturaleza y logramos aceptarla con sus luces y sus sombras, el amor a
la vida, que aún siendo caótica y en ocasiones muy compleja, nos acerca de mil
modos una nueva oportunidad una y otra vez.
Hoy queremos dejarles una convicción que es también un
deseo sincero y una apuesta irrenunciable: Todos somos capaces de renovar
nuestra mirada para hacerla más aguda, más perspicaz y más lúcida frente al
desafío de redescubrir la belleza.
Nos encantaría conocer sus opiniones, sus puntos de
vista y las experiencias que quieran contarnos.
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