domingo, 1 de julio de 2012

La gratitud


En su libro “Pequeño tratado de las grandes virtudes”, el filósofo francés Andrè Comte-Sponville nos describe algunas características de la gratitud que hoy me gustaría compartir con ustedes.

Dice el filósofo que la gratitud es la más agradable de las virtudes y el más virtuoso de los placeres. La gratitud no nos quita nada: es un don que se da a cambio de otro, pero sin pérdida y casi sin objeto. Lo único que la gratitud tiene para dar es el placer de haber recibido.

¿Existe una virtud más ligera, más luminosa? se pregunta Comte-Sponville. ¿Existe una virtud más feliz y más humilde, una gracia más fácil y más necesaria que la de dar las gracias con una sonrisa o con un paso de danza, con un canto o con la felicidad?

La generosidad de la gratitud… Esta expresión, que debo a Mozart, me ilumina, expresa el filósofo. Si la gratitud nos falta tan a menudo ¿no será por la incapacidad de dar, más que de recibir, por egoísmo más que por insensibilidad?

La ingratitud no es la incapacidad de recibir sino la incapacidad de devolver –bajo la forma de alegría, bajo la forma de amor- un poco de la alegría recibida o sentida.

La gratitud es don, es compartir, es amor: una alegría que va acompañada por la idea de su causa, como diría Spinoza, cuando esta causa es la generosidad del otro, o su coraje, o su amor. Es la alegría a cambio de lo que nos han dado.

La gratitud es la alegría de la memoria, es amor por el pasado, no el sufrimiento por lo que ha dejado de ser ni el lamento por lo que no ha sido, sino el recuerdo alegre de lo que fue.

La gratitud no anula el duelo; lo lleva a cabo: “Hay que sanar a los desgraciados por el recuerdo agradecido de lo que se ha perdido y por saber que no es posible hacer que no haya sucedido lo que ha sucedido”, sostiene Epicuro en sus “Sentencias vaticanas”.

¿Existe una formulación más bella del duelo? vuelve a preguntar Comte-Sponville. Se trata de aceptar lo que es, y también, por lo tanto, lo que ya no es, y amarlo tal cual, en su verdad, en su eternidad: se trata de pasar del dolor atroz de la pérdida a la dulzura del recuerdo; de la amputación a la aceptación, del sufrimiento a la alegría; del amor desgarrado al amor aquietado. El trabajo del duelo es el trabajo de la gratitud.

Gratitud no es complacencia. Gratitud no es corrupción.

La alegría añadida a la alegría es amor añadido al amor, dice el filósofo francés.

La gratitud es por eso el secreto de la amistad, no por el sentimiento de una deuda, puesto que no se debe nada a los amigos, sino por la sobreabundancia de alegría común, de alegría recíproca, de alegría compartida.

“La amistad danza alrededor del mundo –decía Epicuro- pidiéndonos a todos que nos despertemos para dar las gracias”.

Y Andrè Comte-Sponville, el filósofo a quien hemos citado en esta columna en la que hablamos sobre la gratitud, añade que esta gratitud es claramente una virtud, puesto que es la felicidad de amar, la única que existe.

Nos encantaría saber qué piensan y sienten ustedes, nuestros oyentes, sobre la gratitud. ¿Se consideran personas agradecidas? ¿Les resulta sencillo o difícil expresar su gratitud? ¿Han sufrido la ingratitud de alguien? ¿Pudieron perdonar a esa persona?

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