En su libro
“Pequeño tratado de las grandes virtudes”, el filósofo francés Andrè
Comte-Sponville nos describe algunas características de la gratitud que hoy me
gustaría compartir con ustedes.
Dice el
filósofo que la gratitud es la más agradable de las virtudes y el más virtuoso
de los placeres. La gratitud no nos quita nada: es un don que se da a cambio de
otro, pero sin pérdida y casi sin objeto. Lo único que la gratitud tiene para
dar es el placer de haber recibido.
¿Existe una
virtud más ligera, más luminosa? se pregunta Comte-Sponville. ¿Existe una
virtud más feliz y más humilde, una gracia más fácil y más necesaria que la de
dar las gracias con una sonrisa o con un paso de danza, con un canto o con la
felicidad?
La generosidad de la gratitud… Esta expresión, que debo a Mozart,
me ilumina, expresa el filósofo. Si la gratitud nos falta tan a menudo ¿no será
por la incapacidad de dar, más que de recibir, por egoísmo más que por
insensibilidad?
La
ingratitud no es la incapacidad de recibir
sino la incapacidad de devolver –bajo
la forma de alegría, bajo la forma de amor- un poco de la alegría recibida o
sentida.
La gratitud
es don, es compartir, es amor: una alegría que va acompañada por la idea de su
causa, como diría Spinoza, cuando esta causa es la generosidad del otro, o su
coraje, o su amor. Es la alegría a cambio de lo que nos han dado.
La gratitud
es la alegría de la memoria, es amor por el pasado, no el sufrimiento por lo
que ha dejado de ser ni el lamento por lo que no ha sido, sino el recuerdo
alegre de lo que fue.
La gratitud
no anula el duelo; lo lleva a cabo: “Hay que sanar a los desgraciados por el
recuerdo agradecido de lo que se ha perdido y por saber que no es posible hacer
que no haya sucedido lo que ha sucedido”, sostiene Epicuro en sus “Sentencias
vaticanas”.
¿Existe una
formulación más bella del duelo? vuelve a preguntar Comte-Sponville. Se trata
de aceptar lo que es, y también, por lo tanto, lo que ya no es, y amarlo tal
cual, en su verdad, en su eternidad: se trata de pasar del dolor atroz de la
pérdida a la dulzura del recuerdo; de la amputación a la aceptación, del
sufrimiento a la alegría; del amor desgarrado al amor aquietado. El trabajo del
duelo es el trabajo de la gratitud.
Gratitud no
es complacencia. Gratitud no es corrupción.
La alegría
añadida a la alegría es amor añadido al amor, dice el filósofo francés.
La gratitud
es por eso el secreto de la amistad, no por el sentimiento de una deuda, puesto
que no se debe nada a los amigos, sino por la sobreabundancia de alegría común,
de alegría recíproca, de alegría compartida.
“La amistad
danza alrededor del mundo –decía Epicuro- pidiéndonos a todos que nos
despertemos para dar las gracias”.
Y Andrè
Comte-Sponville, el filósofo a quien hemos citado en esta columna en la que
hablamos sobre la gratitud, añade que esta gratitud es claramente una virtud,
puesto que es la felicidad de amar, la única que existe.
Nos
encantaría saber qué piensan y sienten ustedes, nuestros oyentes, sobre la
gratitud. ¿Se consideran personas agradecidas? ¿Les resulta sencillo o difícil
expresar su gratitud? ¿Han sufrido la ingratitud de alguien? ¿Pudieron perdonar
a esa persona?
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