martes, 31 de julio de 2012

Buscar una mirada


¿Cómo se puede sobrevivir a la adversidad? ¿Qué hace que una persona pueda salir airosa de una situación dolorosa o trágica? ¿Cómo se puede seguir adelante más allá de las penas y las desilusiones con que nos enfrentamos inevitablemente por el solo hecho de estar vivos? ¿Cómo nos levantamos en esos días en que todo parece pesado y lento?
“El Universo nos apoya totalmente en todo lo que decidimos pensar y creer.” Esta frase se apoya en la teoría de la autora norteamericana Louise Hay, que propone en el libro Usted puede sanar su vida. Ella dice que “nuestra mente subconsciente acepta cualquier cosa que decidamos creer.” Es decir, lo que uno cree de sí mismo, no importa si es verdad o no, o si tiene correlato con la realidad, uno lo cree a rajatabla.
 “Lo que usted decide pensar de usted mismo y de la vida llega a ser verdad para usted”, sostiene la autora.
Seguramente todos conocemos personas muy inteligentes que no creen serlo y actúan en forma consecuente con aquello que piensan sobre sí mismas y no con lo que son en realidad.
Este es un concepto muy claro y potente que nos acerca una manera de entender algunas cosas y también una posibilidad de cambio. Ahora bien, ¿es esto suficiente?
Hace unos días, la “Revista La Nación” del domingo publicó la maravillosa biografía de Tim Guènard, un hombre de cincuenta y tantos años, de nacionalidad francesa, que vivió una experiencia de vida absolutamente desgarradora por los horrores que la fueron signando desde que era muy pequeño.
Les cuento tres hitos impactantes en su vida y luego sabremos cómo logró superarlos. Cuando Tim Guènard tenía 3 años, su madre lo abandonó, lo ató a un poste y lo dejó en la calle; luego su padre y su madrastra lo hicieron dormir con el perro fuera de la casa y un día su padre lo golpeó tanto que le rompió 55 huesos del cuerpo. Durante tres años estuvo en un hospital recuperándose de esa paliza sin que nadie lo fuera a visitar.
Él dice: “Costó. Viví tres años en la calle. Yo creía que mi condición era normal, pero gracias a un buen policía descubrí que no lo era. Aunque me devolvió a la cárcel, me trató como a un ser humano. Yo no quería vivir, pero todas las veces que pensé en quitarme la vida me venía a la mente la mirada de aquel policía. Doy fe de que una mirada amable puede cambiarte el destino. Es muy importante que te miren cuando tú no sabes ni mirarte a ti mismo.”
Aquí aparece entonces la cuestión de la mirada bondadosa de alguien que es capaz de ver en el otro lo que esa persona ignora de sí misma, por mil razones posibles y diferentes.  
Que alguien nos mire…
 Tim Guénard habla también de una jueza de ojos verdes y cuenta lo siguiente: “Ella pudo ver dentro de mí. Siempre le voy a estar agradecido. Me preguntó qué quería hacer de mi vida. No supe qué responderle. Me miró fijo, como una madre mira a su hijo, y después de ver mi legajo comenzó a hablar de mi don para el arte. Fue la primera vez que alguien reconoció algo bueno en mí.”
Entonces, cuando alguien nos mira, nos está expresando que se da cuenta, en primer lugar, de que existimos. Es muy probable también que esa mirada nos ayude a confirmar  que podemos dar algo bueno, que valemos y somos merecedores de amor.
Pensémoslo al revés: cuando nos detenemos cinco minutos a conversar con el señor que viene a hacer alguna reparación a nuestra casa, o cuando dialogamos con alguien que trabaja para nosotros, o cuando escuchamos al taxista que nos lleva y nos interesamos en su vida, los estamos mirando; estamos creando un espacio vital en nuestro trajín cotidiano para encontrarnos con el otro.
Pero ¿cómo hacer cuando nos sentimos solos, cuando nos angustia el desamparo y no tenemos a nadie que se percate de nuestra existencia?” “A mí nadie me ve”, podrían decir algunos de ustedes con razón y verdad. 
Queridos oyentes, nuestra propuesta, en esta oportunidad, es la siguiente: si nadie los ve, si nadie los escucha ni sabe que existen… ¡busquen ustedes esa mirada! ¡Háganse ver! No esperen a que alguien los encuentre porque eso tal vez lleve mucho tiempo en esta vorágine a la que el mundo nos tiene acostumbrados.
Intenten ir ustedes al encuentro de los demás. ¿Cómo? Permítannos introducir aquí un poco de humor. ¿Conocen la muletilla que se utiliza cuando uno no sabe qué hacer en una determinada situación y se pregunta: “¿De qué me disfrazo?”
Pues bien: si es necesario, ¡disfrácense!
Pónganse un sombrero, píntense de otro color los ojos, vístanse con un chaleco un poco absurdo, caminen de forma diferente. Sobre todo cuando estén tristes o ensimismados o no sepan cómo seguir, busquen esa mirada, porque siempre hay alguien capaz de devolvernos la fe.
Siempre hay alguna persona dispuesta a tendernos una mano: puede ser el barrendero, el kiosquero, la manicura, la verdulera, nuestro jefe o cualquier persona en una esquina. Siempre hay alguien allá afuera, en algún lado y por qué no en muchos lados, que dignifica la condición humana y está dispuesta a creer en nosotros.
Y, después de recomendarles calurosamente que lean la biografía de Tim Guènard, nos despedimos dejándoles un fragmento de una carta del maravilloso poeta galés Dylan Thomas, que dice así:
“Qué cosa tan rara fue descubrirte en medio del azul de una ciudad tiznada de hollín, al final de una semana sin gracia, en que todo había salido mal, sólo para que después todo fuera extravagantemente bueno. De pronto vi a un ser humano, un verdadero ser humano sin afectación después de meses y años de encontrar solamente a hombres de paja, muchachos de esponja y vanidad, bolsas caminantes llenas de vinagre sólido y orgullo… enseguida me sentí tan cómodo contigo que todavía no puedo creerlo.”
Vicky Detry 

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