viernes, 28 de junio de 2013

Media naranja

¿Te preguntaste alguna vez cuál es el origen de la expresión “media naranja” que usamos para referirnos a la persona amada? Tendremos que remitirnos a la Grecia clásica, como tantas veces hemos hecho para buscar explicaciones de los más variados temas.
Platón escribió su obra en forma de diálogos. Uno de sus últimas obras se llamo “El banquete” data del año 380 AC y su tema es el amor. Junto con otro diálogo llamado “Fedro” conforman la idea de amor platónico.
Uno de los personajes de “El banquete”, el poeta Aristófanes, relata el siguiente mito: “…en un principio, la raza humana era casi perfecta. Los seres eran esféricos como naranjas; tenían dos caras opuestas sobre una misma cabeza, cuatro brazos y cuatro piernas que utilizaban para desplazarse rodando. Estos seres podían ser de tres clases: uno, compuesto de hombre + hombre, otro de mujer + mujer y un tercero (el 'andrógino'), de hombre + mujer.
Su vanidad les llevó a enfrentarse a los dioses creyéndose semejantes a ellos. Zeus los castigó partiéndolos por la mitad con el rayo; y mandó a Hermes que a cada uno le atara la carne sobrante en torno al ombligo. Ya repuestos, los seres andaban tristes buscando siempre a su otra mitad, y si alguna vez llegaban a encontrarse con ella, se enlazaban con sus brazos hasta dejarse morir de inanición.
Zeus, compadecido por la estirpe humana, ordenó a Hermes que les girase la cara hacia el mismo lado donde tenían el sexo: de este modo, cada vez que uno de estos seres encontrara a su otra mitad, de esa unión pudiera obtener placer y si además se trataba de un ser andrógino pudieran tener descendencia.
Desde entonces los seres humanos nos vemos condenados a buscar entre nuestros semejantes a nuestra media naranja con la que unirnos en abrazos que nos hagan más "completos". Sin embargo, Zeus amenazó con cortarnos de nuevo en dos mitades -para que, así, caminemos dando saltos sobre una sola pierna-, en caso de que la raza humana no aprenda a respetar sus propios límites y a superar su peligrosa arrogancia.”[1]
Encontrar nuestra media naranja no siempre es tarea fácil. Vamos muchas veces boyando por la vida tratando de abrazar a aquella persona que nos haga sentir completas. A veces creemos encontrarla y nos equivocamos. Y nos toca empezar de vuelta la búsqueda. O la espera. O la resignación.
Pero si la encontramos, ay si tenemos la suerte de encontrar nuestra “media naranja”, vamos sonriendo por la vida. Parecemos ligeramente idiotizados pero créanme que el cerebro, y no el corazón, es el órgano encargado de producir en nosotros aquellos cambios que experimentamos cuando nos sentimos enamorados.
Porque investigaciones científicas han llegado a la conclusión de que tanto el amor como el deseo sexual activan áreas del núcleo estriado y de la ínsula localizadas en el cerebro. En esos casos, las neuronas que se estimulan son ligeramente distintas. La región activada por el deseo sexual es la misma que se pone en marcha ante estímulos que causan placer inmediato como el sexo y la comida. Sin embargo, el área vinculada al amor está implica en procesos de condicionamiento mediante los cuales a aquellas cosas que nos generan una recompensa se les atribuye un valor, convirtiendo el deseo en amor.
En ustedes está elegir si la explicación de Platón en boca de Aristófanes los convence más que el estudio de la actividad neuronal de algunas tantas personas enamoradas para explicar por qué la mayoría de nosotros buscamos o recibimos de buen grado el enamoramiento.
¡Desde acá celebramos las consecuencias!
Natalia Peroni

[1]http/ historia/origen-de-la-expresion-media-naranja.html

No ceder al pesimismo

Hoy les propongo que hablemos del Pesimismo. La etimología de la palabra según Wikipedia dice que viene del latín pessimum, "lo peor", es un estado de ánimo y una doctrina filosófica que sostiene que  vivimos en el peor de los mundos posibles, un mundo donde el dolor es perpetuo (Schopenhauer) y nuestro destino es tratar de obtener lo que nunca tendremos. El pesimismo niega el progreso de la civilización y de la naturaleza humana.
Dejando de lado cuestiones patológicas los pesimistas serían aquellas personas que se centran siempre en lo negativo, por lo tanto, a simple vista, parecería que viven peor. “La pasan mal” como se dice habitualmente. Pero hete aquí que hay quienes afirman que viven más. Especialistas de la Universidad de Nuremberg, Alemania realizaron un estudio durante 10 años donde estudiaron a 40.000 personas entre 18 y 96 años. Ellos afirman que el resultado de esta investigación fue de lo más asombroso ya que concluyen que los pesimistas viven más que los optimistas. Dicen: “El pesimismo sobre el futuro impulsa a la gente a cuidar bien de su salud y seguridad” comentó Frieder Lang uno de los autores del estudio, por lo tanto viven más. Curiosa conclusión.
Pero parece que los estudiosos alemanes no son los únicos que realizan un elogio del pesimismo. José Saramago afirmaba “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay.”
Sin embargo el pesimismo también tiene enemigos. Muchos que piensan que no es lo mejor para vivir. El Papa Francisco dijo hace muy poco “Nuestra misión es llevar a Jesús al hombre y conducir al hombre al encuentro de Jesús, realmente presente en la iglesia. Jamás cedamos al pesimismo, a esa amargura que el diablo nos ofrece cada día. No hay espacio para el pesimismo o el desaliento.”
Mario Benedetti escribió una poesía que se llama “Chau pesimismo” y que denosta al pesimismo con su humor característico y que quiero compartir con ustedes:  “Ya sos mayor de edad tengo que despedirte
pesimismo, años que te preparo el desayuno, que vigilo tu tos de mal agüero, y te tomo la fiebre, que trato de narrarte pormenores, del pasado mediato, convencerte de que en el fondo somos, gallardos y leales
y también que al mal tiempo buena cara, pero como si nada, seguís, malhumorado arisco e insociable, y te repantigás en la avería, como si fuese una butaca pulman, se te ve la fruición por el malogro, tu viejo idilio con la mala sombra, tu manía de orar junto a las ruinas, tu goce ante el desastre inesperado, claro que voy a despedirte, no sé por qué no lo hice antes, será porque tenés tu propio método, de hacerte necesario, y a uno lo deja triste tu tristeza, amargo tu amargura, alarmista tu alarma, ya sé vas a decirme no hay motivos, para la euforia y las celebraciones, y claro cuandonó tenés razón, pero es tan boba tu razón tan obvia, tan remendada y remedada, tan igualita al pálpito, que enseguida se vuelve sinrazón, ya sos mayor de edad
chau pesimismo, y por favor andate despacito, sin despertar al monstruo.

Así que queridos oyentes saludo en este día a los pesimistas que me hacen acordar a una querida amiga que se llama Lola que según ella es realista pero que a mi modo de ver es pesimista, que al mirar el cielo diáfano y celeste decía: “Disfrútenlo porque mañana seguro que se nubla.”
Vicky Detry

Sentires

Es entre pesos y liviandades como transcurren mis sentires.

Con ritmo desigual y a golpe de latidos.

A veces desbocados, frenéticos, insomnes.

A veces serenos, cadenciosos, amables como el recuerdo de un antiguo amor que ya no duele.

Siempre se arremolinan alrededor de mi alma.

En ocasiones, de tanto circundarla, terminan por cerrar un cerco que impide las huidas y entonces todo es grave.

Pesan la memoria y las palabras dichas u omitidas.

Pesa el corazón  anclado al acero impenetrable de las culpas.

La sinfonía de voces interiores se eleva, se expande como un vendaval y se convierte en un grito desgarrado y atroz que reclama silencio y soledad para llorar sus notas más discordes.

Pero otras veces –ah, sí, hay otras veces- los latidos recobran su magia.

Pueden tomarla prestada de un sentimiento de ternura o de alegría. También de la sensación ligera, casi etérea que surge de la emoción o de la euforia.

Pueden robársela a la luz. Poco importa si los tiñe de dorado o los cubre de plata, pues ni el día ni la noche detienen a los latidos, que palpitan por igual bajo soles y estrellas.

Como sea que ocurra el milagro de la liviandad, sé que acontece porque despega hacia el infinito todo cuanto puede soltarse.

Se desatan las amarras más duras, se eleva una canción o una plegaria, nace un amor nuevo, se engendra un poema o un hijo, comienza o concluye una batalla.


Y el corazón, liberado, estalla en mil partículas que, luego del prodigio, vuelven a unirse, al son de mis latidos, para marcar una vez más el compás indómito de los sentires de mi alma.
Clarina Pertiné

El humor es cosa seria

¿Pensaron alguna vez en la risa o en el humor? ¿Saben que los seres humanos somos los únicos seres vivientes que podemos disfrutar de un chiste, reírnos a carcajadas o hacer uso de la ironía?. El humor es cosa seria, sobre todo para algunos intelectuales que se ocuparon de teorizar sobre este tema. Veamos qué nos dicen estos autores que seleccionamos para reflexionar juntos.
Max Eastman (1883/1969) nació en USA, cursó estudios de filosofía y sicología y fue un escritor y poeta. En una de sus obras Enjoyment of Laughter (“El goce o deleite de la risa”) enuncia 4 leyes que juzga fundamentales para precisar el concepto del humor.
1)   Las cosas solo pueden ser graciosas si estamos en la disposición de ánimo propicia a divertirnos o a no interpretar todo con absoluta seriedad
2)   Cuando estamos en esa disposición de ánimo las cosas agradables continúan siendo agradables y las desagradables, excepto las muy extremas, tienden a adquirir una repercusión emocional placentera, y a provocar la risa
3)   El estado propicio a divertirnos es una condición natural en la infancia, condición que los adultos retienen en distintos grados cuando gozan de cosas desagradables que hallan divertidas, lo que constituye la cuarta ley.
Eastman, por otra parte, se oponía a los conceptos que sobre el humor y la risa sostenían Bergson (ganador del Premio Nobel de Literatura en 1927 y escritor muy influyente por esa época) y Freud de los cuales hablaremos a continuación.
Henri Bergson (filósofo francés 1859-1941) en 1900 escribió “La risa”, que contiene 3 observaciones fundamentales para la consideración del tema: 1) “Fuera de lo que es propiamente humano, no hay nada cómico”. 2) “No hay mayor enemigo de la risa que la emoción. La risa, para producir todo su efecto, exige como una anestesia momentánea del corazón. Se dirige a la inteligencia pura”. 3) “Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. La risa debe tener una significación social.”
5 años después del escrito de Bergson, aparece  la obra de Freud, “El chiste y su relación con el inconsciente”. En el capítulo 2 de esta obra, Freud clasifica a los chistes en verbales, los que en general de apoyan en el juego de palabras, e intelectuales, los que lo hacen en el juego con ideas Más adelante dice que los chistes también se diferencian de acuerdo con el propósito que los animan, si son chistes inocentes o tendenciosos. Pero lo central de su exposición viene de la mano de su explicación sobre por qué los chistes causan placer. Sobre la base del análisis de los distintos tipos de chistes, y de la razón de enunciarlos, indica que el placer proviene del ahorro del gasto psíquico que habría que ejercer para satisfacer el propósito de un chiste tendencioso, o el ahorro del gasto de coerción que el chiste libera.
Por último y en relación al fenómeno de la risa, Schopenahuer (filósofo alemán 1788-1860) comienza por dividir los dos tipos de conocimiento y advierte que el objeto percibido (o la percepción del objeto) y el concepto abstracto que lo refleja no siempre se corresponden. Y de esta discordancia resulta el fenómeno de la risa, que es peculiar de la naturaleza humana. Según esta teoría, el origen de lo cómico es siempre la paradójica e inesperada inclusión de un objeto bajo un concepto que, en otros sentidos, le es heterogéneo. Es como una abrupta aprehensión de una incongruencia entre el concepto y el objeto real pensado a través de el y por lo tanto entre lo que es abstracto y lo que es perceptivo.

Luego de este recorrido incompleto sobre la opinión de estos ilustres escritores, filósofos y psicoanalistas sobre la risa y el humor, coincidirán conmigo que, como dijimos al comienzo, el humor es cosa seria. Y reírse a carcajadas es lo mejor que nos puede pasar en la vida.
Natalia Peroni

viernes, 21 de junio de 2013

La fealdad

Hoy les propongo que hablemos sobre la fealdad. ¿Qué es exactamente? Veamos qué encontramos por ahí.
Wikipedia nos dice: “La fealdad es el alejamiento del canon de belleza que es el conjunto de aquellas características que una sociedad considera convencionalmente como bonito, atractivo o deseable, sea en una persona u objeto.”
Entonces podríamos pensar que la fealdad debería definirse de acuerdo a la época ya que las sociedades van cambiando de generación en generación y por lo tanto también sus cánones de belleza. Una mujer que en el siglo XXIV por ejemplo, podría haber sido considerada fea ahora no lo sería o viceversa. 
Wikipedia continúa “Algunas personas afirman que la fealdad es sólo cuestión de estética subjetiva, asegurando que una persona puede percibir como bello algo que alguna otra perciba como feo.”
Hay sobrados ejemplos de esta afirmación en la vida cotidiana. Cuántas veces escuchamos a una persona proclamar la fealdad de algo o de alguien que a nosotros nos encanta. Pero no solo podemos hablar de tiempo o de épocas sino también de zona geográfica y hasta de raza o de religión. Un hombre morocho de rasgos indígenas puede ser venerado en una región donde son todos rubios y de facciones pequeñas o al mismo tiempo puede ser considerado monstruoso.
Según Umberto Eco la fealdad debe ser definida no por si sola sino a través de la belleza. Y adhiere al pensamiento de la belleza o fealdad de acuerdo a la época. En su libro “Historia de la fealdad”  hace alusión a varias cosas relacionadas con la fealdad pero particularmente me quiero detener en lo que yo entiendo como la fealdad como símbolo de la maldad y la mujer como la cara de esta moneda.
 Él dice: “Desde la más remota antigüedad han existido seres diabólicos expertos en brujerías, filtros mágicos, y otros encantamientos. Desde los inicios, aunque se reconociera que la magia negra era practicada tanto por hombres (los brujos) como por las mujeres (las brujas), por una especie de misoginia arraigada se identificaba preferentemente al ser maléfico con una mujer.”
Y en general estas mujeres “portaban fealdad” entre comillas podríamos decir. Su razón de ser, su poder y su brujería generalmente estaban asociados a lo feas que eran.
Eco continúa: “Con mayor razón en el mundo cristiano, la unión con el diablo solo podía llevarla a cabo una mujer. De hecho, en la Edad Media ya se menciona el aquelarre como una reunión diabólica en la que las brujas no solo se dedican a hacer encantamientos sino que organizan incluso auténticas orgías, manteniendo relaciones sexuales con el diablo bajo la forma de un macho cabrío, símbolo de la concupiscencia. Por último, la imagen de la bruja que cabalga a lomos de una escoba representa una clara alusión fálica. La leyenda no nacía de la nada. Las llamadas brujas eran ancianas hechiceras que afirmaban conocer hierbas medicinales y otros filtros.” La fealdad estaba asociada a la maldad, en algunos casos como un estigma, en otros casos en forma de hechizo que devenía en venganza hacia los lindos o bellos.
Tanto en la literatura como en el cine los malos, por lo general, han sido representados por feos. Se adora a los bellos y se teme a los feos. Los cuentos de hadas son fieles exponentes de esto. En el devenir arquetípico las blancanieves y las cenicientas eran damiselas bondadosas y bellas hasta el extremo y se contraponían a las feas y malas. Los lindos vivían felices y los malos…bueno los malos se quemaban en su propio fuego, se tragaban sus propios hechizos, se morían con su propio veneno. Bien no les iba nunca.

Pareciera queridos oyentes que en la fantasía general los lindos no pueden ser malos ni infelices y los bellos sólo pueden ser buenos. 
Vicky Detry

Los asesinos de la lengua

Si vos, del otro lado del micrófono, entendes lo que estoy diciendo ahora, es que hablas español. O castellano, como yo y como otros 440 millones de personas que con menor o mayor concentración entre los 5 continentes, hacen de esta su lengua nativa o adquirida.
Pero quizá no sabías que el español, como las otras lenguas romances, es una continuación moderna del latín hablado (denominado latín vulgar), desde el siglo III, que tras el desmembramiento del Imperio romano fue modificándose en otras variantes del latín.  Su propagación en América hizo que esta lengua romance en particular, cobrara mucha difusión hasta el punto de llegar a ser la segunda más hablada del mundo. Debido a su expansión por América, el español es la lengua romance que ha logrado mayor difusión.
Pensemos que el alemán y el francés se incluirían en el grupo de las lenguas que tienen entre 50 y 100 millones de hablantes. Y los estudios de prospectiva están de acuerdo en que el inglés, el español y el chino serán las tres lenguas de comunicación internacional durante el siglo XXI.
La Academia Real Española es una institución que se fundó en 1713 con el objetivo de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. Su diccionario revela el significado de aproximadamente 88.000 palabras.
¿No es maravilloso pensar que las 27 letras del alfabeto latino que se emplean para el idioma español prohíjen tal cantidad de palabras? Si lo pensamos en fonemas son apenas 22, cinco de los cuales corresponden a vocales y 17 a consonantes que producen un universo de sentidos comparable con el menos modesto de los sistemas solares.
Sin embargo, alguien está matando a las palabras. Algo está sucediendo con ellas. Día a día dejamos de usarlas, caen en el olvido, suenan ridículas a nuestro oídos. Yo encontré el asesino. Y lo vengo a denunciar.
Tiene forma de círculo y en su origen era amarillo. Solo tenía dos ojos y una sonrisa dibujada. Y se hizo universalmente popular. No son muchos los casos de asesinos seriales disfrazados de esta manera que supieron ganar tanto cariño entre la gente. Estoy hablando del smile.
Pero hubiéramos podido controlarlo, estoy segura, si solamente hubiera quedado en ese estadio. Solo hubiera matado aquellas palabras que podríamos haber pronunciado para comunicar alegría. Y aunque grave, esto no hubiera supuesto tan grande tragedia.
Per se multiplicó. Como una peste. Y la carita amarilla guiño un ojo, para comunicar complicidad. Ensanchó la sonrisa mostrando los dientes, para expresar el humor, agregó dos manitos para mandar un abrazo, se puso un bonete para invitar a una fiesta, sacó la lengua para burlarse, se dibujo pestañas para seducir o corazones en los ojos para demostrar cariño. Se pintó los labios de rojo para mandar un beso, frunció la boca para expresar decepción. Enarcó una ceja para expresar desconcierto, frunció el ceño para ser sarcástico, se volvió verde si estaba enfermo o rojo si quería trasmitir enojo y muchas, muchas otras variantes más.
Cambió su fisonomía por completo y se transformó en flor, en mano, en reloj, corazón o torta con velitas. Y confunde, seduce. Porque la celeridad con la que solemos escribir los mensajes electrónicos hace que sea más fácil poner una carita que decir te extraño. Porque nos da miedo la cursilería, quizá, y la disfrazamos de pelota amarilla.

Pero de vos depende. Que no sigan muriendo las palabras, que lo hacen de a miles todos los días. Usalas. No abuses de los emoticons.
Natalia Peroni

Qué es lo que quiero

Hoy les propongo que hablemos sobre cómo obtener lo que uno desea.
En el libro “Estrategias para la vida” de Phillip McGraw  el autor asegura que en la mayoría de los casos la gente no sabe describir qué es lo que quiere,  porque no lo sabe exactamente. Cuantas veces escuchamos decir “Todo lo que quiero de la vida es ser felíz”. Suena a una frase dicha con sentido común pero, continúa el autor, como un objetivo de vida está destinado al fracaso.
El dice que hay que hacerse una serie de 4 preguntas, que son las siguientes:
¿Qué es lo que quiero?
¿Qué es lo que tengo que hacer para lograrlo?
¿Cómo me voy a sentir cuando lo logre?
Entonces lo que realmente deseo es………….. (para completar)

El autor explica que una vez que uno respondió estas 4 preguntas, debe responderlas una y otra vez. Pero, hay algo muy importante, no se puede dar la misma respuesta más de una vez. McGraw dice que la idea es ir indagando cada vez más profundo  hasta encontrar la raíz. El asegura que la mayoría de la gente comienza dando respuestas superficiales, como querer un nuevo trabajo, un auto o un nuevo marido. Todas cuestiones externas a ellos. Pero lo que realmente quieren es, por ejemplo, sentirse orgullosos de ellos mismos.

Para demostrar que realmente funciona nos cuenta una experiencia con una voluntaria llamada Jackie de 31 años:

McGraw: Jackie, cuando pensás en qué querés para tu vida, respondeme a la pregunta ¿Qué es lo que querés?
Jackie: Quiero exito económico .
Mc: ¿Qué tenés que hacer para lograrlo?
J: No tengo la menor idea.
PM: Ok, empieza con las cosas que puedes hacer para lograrlo.
J: Tendría que empezar por tener un muy buen trabajo.

PM: Entonces si tuvieras un gran trabajo y entonces éxito económico ¿cómo te sentirías?
J: Sentiría que logré algo.
MC: Entonces lo que realmente querés es una sensación de logro. Entonces ¿qué haría que te sintieras así?
J: Bueno, seguro sería difícil porque nada de lo que uno quiere es realmente fácil.
PM: Entonces ¿deberías encarar ciertos desafíos?
J: Exacto.
PM: Y al encarar esos desafíos y haber logrado ciertas cosas ¿cómo te haría sentir entonces?
J: Bueno, no podría parar allí. Supongo que debe haber algo más. Siempre hay algo más.
PM: Entonces lo que realmente querés es sentir que estás en movimiento en tu vida. ¿Y qué tendrías que hacer para lograrlo?
J: Debería dejar de negar que estoy estancada.
PM: Y ¿cómo te sentirías si no hay más negación en tu vida?
J: Realizada y orgullosa de mi misma.
PM: Y cómo te sentirías si honestamente pudieras decir “Yo estoy realmente orgullosa de mi misma porque tengo un plan de pasos para no negar más nada en mi vida?”
J: Me sentiría en la cima del mundo.
PM: Y eso ¿qué significa realmente?
J: Significa sentirme libre.
PM: Entonces lo que realmente querés es sentirte libre. Libre de sentirte estancada, libre de vivir negando.
J: Si..
PM: Jackie, vos dijiste: “Quiero sentirme orgullosa, realizada, libre.” Y vos te conocés más que nadie en el mundo. ¿Qué tendrías que hacer para sentirte así?
J: Debería ser disciplinada y estar abierta a los desafios de cambiar.
PM: Entonces ¿si fueras disciplinada y estuvieras abierta a los desafíos de cambiar cómo te sentirías?
J: Sentiría como si tuviera un lugar en el mundo y no desearía como me pasa siempre ser otra persona.
PM: Entonces Jackie lo que realmente quieres es aceptarte a vos misma por lo que sos y que perteneces a este mundo?
J: Si.
PM: Perfecto entonces ese es tu objetivo!


Y ustedes queridos oyentes ¿qué es lo que quieren de la vida?
Vicky Detry

jueves, 13 de junio de 2013

Las palabras en la poesía

Hoy les propongo pensar en las palabras, jugar un poco con ellas. Para eso, trataremos de ir más allá de su primera manifestación, en forma de líneas rectas y redondeadas dibujadas sobre el papel o una pantalla si es la palabra leída, o su fonética, si es la palabra dicha de viva voz.
También tendríamos que soslayar el enorme peso simbólico que tienen las palabras. Si yo digo bandera estoy hablando de un pedazo de tela pero también estoy hablando de patria, de nacionalidad, de identidad.  Como el rojo de un semáforo que se despliega en múltiples significados todos ellos asociados con el peligro.
Imaginémonos esta vez que las palabras son corpóreas. Que tienen volumen, color, olor, textura. Es más fácil si lo hacemos con una poesía porque esa es parte de la magia de la poesía, poner la palabra como protagonista de todos nuestros sentidos.
Cuando José Agustin Goytisolo dice, por ejemplo, Tú no puedes volver atrás/porque la vida ya te empuja/como un aullido interminable me imagino la vida bloqueando mi camino de retirada, la vida impidiendo mi retroceso con la fuerza de un viento que me empuja hacia adelante.
Pablo Neruda lo expresa maravillosamente cuando escribe: Yo tomo la Palabra y la recorro/como si fuera solo forma humana,/me embelesan sus líneas y navego/en cada resonancia del idioma. Hasta aquí el poeta. Cierro los ojos y puedo sentir las voluptuosidades de las palabras, como el contorno de una figura.
Hay poesías que nos hacen sentir blancas, como cuando Alfonsina Storni dice: Tú me quieres alba,/me quieres de espumas,/me quieres de nácar. Hay otras que nos hacen experimentar la soledad de una calle de barrio como cuando Olvierio Girondo escribe: Abajo: en la penumbra,/las amargas cornisas,/las calles desoladas,/los faroles sonámbulos,/ las muertas chimeneas/los rumores cansados,/desesperadamente.
Y algunas palabras en la poesía se vuelven livianas, tan livianas que se despegan del papel y se hacen música en la voz de Eladia Blazquez cuando canta Con las alas del alma/desplegadas al viento.
Pero a la hora de hablar de las características de la poesía, lo primero que se impone es la diversidad. La poesía es una rama del arte que es muy versátil, por eso resulta tan difícil ensayar definición precisa y exhaustiva de sus principales características. La producción poética varía de acuerdo a la época, la región geográfica y las influencias de cada autor.
Pero también es cierto que podemos leer un texto y clasificarlo como una poesía. Esto es porque existe un hilo común en todos los poemas.
Los mismos suelen ajustarse a ciertas normas formales, relacionadas con los versos, las estrofas y el ritmo. Estas características conforman  una  métrica de la poesía, a través de la cual los autores vuelcan sus recursos literarios y estilísticos.

Pero si tenemos alguna duda de qué es la poesía, cerremos los ojos y tratemos de sentir la palabra poética con el tacto, el olfato, el gusto más allá de la vista y el oído. Esa palabra inundará nuestros sentidos y será color, será forma, será textura y aroma. ¡Dispongamos entonces todo nuestro cuerpo para disfrutarla!
Natalia Peroni

martes, 11 de junio de 2013

Palabras, palabras, palabras

Hoy les propongo que hablemos de las palabras. ¿Cuántas palabras usamos habitualmente?
En una entrevista que le hicieron a Marco Martos, presidente de la Academia Peruana de la Lengua dice que en promedio las personas hablantes usamos 300 palabras para comunicarnos. A pesar de que existen 238.000!! O sea que usamos 0,10% de las posibilidades que nos da el idioma español.
Obviamente este porcentaje difiere depende de la persona:
·        Una persona culta e informada usa unas 500 palabras.
·        Un escritor o periodista puede usar unas 3.000.
·        Cervantes usó 8.000 palabras diferentes en su obra.
·        El diccionario de la Real Academia Española define unas 88.500 palabras.
·        Un diccionario común y corriente no llega a la mitad.
·        La RAE catalogó un total de 270 millones de registros léxicos.

Martos nos cuenta que el idioma es un organismo vivo “quedarse en el pasado significaría convertir al español en una lengua muerta” comenta.  Ante la pregunta sobre quiénes son los grandes alimentadores del idioma, responde enfáticamente, “el pueblo”.

Dice que después del inglés el español es la lengua más sólida del planeta. Tiene una capacidad enorme de españolizar palabras de otros idiomas o de rechazarlas si no le sirven. Y comenta que la globalización hace que las palabras viajen y se den a conocer más rápidamente. Que el miedo al habla de los jóvenes es injustificado pero que siempre ha existido, incluso en la época de Cervantes. Y nos aclara que la ventaja que tiene el habla culta es que uno se puede comunicar con más personas en cualquier lugar del mundo.

Ante la pregunta de si la Academia admite palabras u omisiones que antes se consignaban como errores aclara: “La academia no es un juzgado. Recomienda,  pero a ningún ciudadano se le puede obligar a hablar o escribir correctamente.”  

Finalmente dice que la comunicación por Internet, los mensajes de texto, son abreviados.  “Los mensajes del celular son los telegramas de nuestros días” define. “Buscan la inmediatez, usan símbolos, números, pero que así fue el surgimiento del lenguaje hace tres mil años antes de Cristo en Sumeria, dibujaban y luego vinieron las abstracciones.”

Y luego también vino la magia y la cadencia que algunos logran al entrelazarlas. Como aquí, en el fragmento de este poema de Pablo Neruda que se llama Las Palabras que comparto con ustedes querido oyentes:

“Persigo algunas palabras...
Son tan hermosas que las quiero poner en mi poema.
Las agarro al vuelo cuando van zumbando,
y las atrapo,
las limpio, las pelo,
me preparo frente al plato,
las siento cristalinas,
ebúrneas,
vegetales, aceitosas,
como frutas, como algas,
como ágatas, como aceitunas...
Y entonces,
las revuelvo,
las agito, me las bebo,
las trituro, las libero,
las emperejilo...
Las dejo como estalactitas en mi poema,
como pedacitos de madera bruñida,
como carbón,
como restos de naufragio,

regalos de la ola.
Todo está en la palabra”
Vicky Detry

lunes, 10 de junio de 2013

Escándalos de la razón

La palabra escándalo genera una suerte de atención mediática instantánea. Los escándalos venden. Muchas veces se fabrican y otras simplemente suceden. De ambos por igual, se nutren muchas de las publicaciones graficas, los noticieros televisivos y los programas periodísticos que poco se resisten a este fenómeno.
Etimológicamente, el origen de la palabra escándalo se remite a skándalon, que significa trampa u obstáculo donde alguien tropieza. Por eso hoy nos vamos a referir a un tipo de trampas particulares, las de nuestra razón, de nuestra mente o como queramos referirnos a esa parte de nuestro yo que piensa, que razona, que medita o que especula. Todas estas actividades propias de la razón.
Durante muchos siglos hemos cultivado una gran confianza en la razón. La búsqueda de la verdad era la tarea más perfecta que ella podía realizar; sin embargo, esa confianza en la razón tiene límites -tanto para la filosofía como para la ciencia- porque el conocimiento no siempre es lineal ni certero. Por el contrario, cuando el hombre se aventura en asuntos de profundidad, hay un punto ciego, un resquicio en la arquitectura conceptual, por el cual se cuela la incertidumbre, lo misterioso, lo incomprensible; en suma, los “escándalos de la razón”, en el decir de Borges.
Pero Borges no fue quien hizo famosa esta frase. Fue Kant, en un análisis minucioso de la razón que dio lugar a una de las teorías filosóficas más influyentes de la modernidad.
El escándalo de la razón para Kant, surgía de la posición de algunos filósofos de no admitir la existencia de las cosas fuera de nosotros, que es la posición propia del idealismo subjetivo y que conlleva inevitablemente el solipsismo. Kant le está hablando a aquellos que dudan de la realidad de las cosas, aquellos que piensan que el mundo exterior no existe, salvo en nuestra mente. No podemos afirmar nada sobre su existencia. A eso Kant lo llama escándalo de la razón.
Borges era un buen lector de filosofía. Pero sobre todo, era capaz de plasmar los más intrincados problemas filosóficos en relatos de una calidad y belleza inigualables.
En uno de sus cuentos titulado La otra muerte, publicado en 1949 especula sobre si la muerte de un tal Pedro Damian, fue un acto heroico o una muestra de cobardía. “He adivinado y registrado un proceso no accesible a los hombres, una suerte de escándalo de la razón”[i], dice Borges.
Cristina Bulacio, filósofa argentina, escribe en su libro “Los escándalos de la razón en Jorge Luis Borges”: Esta frase de Borges alerta al lector sobre un particular "escándalo de la razón", es decir, sobre diversas situaciones en las cuales nuestra razón -limitada y finita- no encuentra explicaciones plausibles. Este proceso “no accesible” al hombre, dada su natural limitación, abre una nueva perspectiva sobre el deslizamiento de Borges hacia la ficción.
Muchos de los escritos de Borges despliegan paradojas y contradicciones que representan límites a la razón que no pueden ser zanjados en el plano puramente racional.
Como seguramente nos pasa en algunas oportunidades a muchos de nosotros que nos quedamos atónitos sin poder encontrar explicaciones o razonamientos a muchas de nuestras experiencias. Y que se nos presentan como un escándalo, un escándalo casi privado.
Un escándalo sin publicidad ni promoción. Una trampa que debilita un andamiaje que suponemos muy firme, un obstáculo en nuestra cadena de razonamientos que se enlazan como causas y efectos.
Un escándalo que nos deja sin palabras. Pero que para algunos –como Borges- constituye una inagotable fuente de inspiración.
Natalia Peroni



[i] Borges, La otra muerte. El Aleph, Bs. As 1949

viernes, 7 de junio de 2013

Programación para ser felices

Hoy les propongo que hablemos sobre el efecto que nos causa lo que vemos o escuchamos. Se me ocurrió compartir este tema con ustedes en relación a una noticia fea que leí en un diario. Era sobre un perro que había sido brutalmente vejado y maltratado. Lo primero que me pasó es que fruncí el ceño e hice un gesto de disgusto con la cara seguida por un encogimiento de hombros  y una exclamación como de dolor. Las malas noticias provocan una reacción hasta física en nosotros. Y si uno está constantemente expuesto a cosas malas comienza a sentir como un peso en los hombros, dureza en el cuello y un malestar general. Lo mismo ocurre si comenzamos a escuchar buenas noticias o ideas positivas. Nuestro cuerpo acusa recibo rápidamente de la felicidad o de la buena onda, como se dice en la actualidad. Fíjense qué pasa cuando están enamorados o cuando les dan un premio por algo o cuando los felicitan por un trabajo bien hecho o cuando les dicen un piropo. La sensación es que el pecho se hincha, pareciera que uno respira más profundo.  La sonrisa se dibuja en la cara y provoca que la gente que está alrededor nuestro lo note y muchas veces hasta pregunte qué nos está pasando que estamos tan lindos o tan contentos.  
Se han realizado diversos estudios en relación a cómo nos influye el ambiente o los factores externos. El psicólogo John Bargh realizó un experimento en relación a esto. Citó a una serie de personas y les dijo que les iba a tomar un test sobre lenguaje.  Les dio una lista de palabras para armar oraciones en el menor tiempo posible. Entremedio de otras estaban las palabras: preocupación, viejo, soledad, gris, bingo, Florida y arruga. Las personas que hicieron el test, al terminarlo, salieron caminando más despacio de lo que ingresaron.  En realidad lo que el psicólogo quería lograr al exponerlos a estas palabras era que las personas pensaran en estar viejos. Al ser expuestos durante un período de tiempo a estas palabras comenzaron a actuar “de viejos”.
Este mismo psicólogo realizó el experimento  con diferentes palabras. En una ocasión le dio a un grupo de estudiantes una lista para hacer oraciones con las palabras rudo, molestar, disturbio, intrusivo, agresivamente, arriesgado e infringir. Al salir del test debían pedirle información acerca de cómo seguir a una persona que se mostraba a propósito, ocupada,  charlando con alguien sin prestarles atención.  Los estudiantes “programados” con palabras de agresividad interrumpían de manera agresiva en 5 minutos promedio. Lo mismo se hizo con otro grupo de estudiantes pero con palabras de respeto y amabilidad y en un 82% no interrumpieron a su interlocutor.
El doctor Bargh comenta que uno no puede programar a una persona para que cuente sus cosas íntimas o revele secretos pero si se puede lograr que uno se predisponga  mentalmente de determinada manera. Se realizó otro experimento con jóvenes a los cuales se les tomó un test con preguntas pero primero se les pidió:  a un grupo que pensaran qué significaría ser un profesor y que lo escribieran. Al otro grupo le pidieron que pensaran y escribieran sobre los hooligans que son los barrabravas ingleses. Luego les tomaron el mismo test con 42 preguntas a cada uno. El primer grupo respondió bien las preguntas en un 56%, en cambio del segundo grupo sólo lo hizo bien  42%.
Lo más impresionante de estos experimentos es que en ningún caso las personas evaluadas se dieron cuenta de cuál era el experimento real y de cómo había afectado su comportamiento.  Malcolm Gladwell en su libro Blink,  donde cuenta estos experimentos, dice que el resultado de todos estos tests es por demás perturbador y significa que estamos mucho más susceptibles a las influencias externas de lo que creemos.  Que aquello que miramos o escuchamos o hasta las cosas que nos dicen nos influye.  Seamos conscientes de esto o no.
Lo mejor de esta investigación es que ahora lo sabemos.  Así que de alguna manera podemos controlarlo, entre comillas: cambiar de canal cuando escuchamos una noticia fea, decirle al otro que preferimos no escuchar la parte aterradora de un cuento, leer libros que nos hacen bien al alma, estar con gente positiva. No quiere decir negar la realidad que nos rodea sino rodearnos de cosas buenas y protegernos. Predisponernos,  como dice el doctor Bargh, para sortear mejor lo malo, alimentarnos de cosas para vivir mejor.

Y ustedes queridos oyentes ¿en qué grupo están? ¿Predispuestos para lo malo o lo bueno siempre les gana? 
Vicky Detry

miércoles, 5 de junio de 2013

150 amigos

Si ustedes como yo, escuchan radio en el auto mientras manejan, sabrán disculpar  que no haya podido retener el sitio web donde podría haber chequeado estos datos que hoy quiero compartir en este nuevo encuentro de De buenas a primeras.
Aparentemente, según una encuesta bastante representativa, uno podría encontrarse en la calle y reconocer el nombre de 150 personas que a su vez reconocerían el nuestro. Estas 150 personas, que la encuesta denominada amigos, no tenían a veces relación con aquellos amigos virtuales ni seguidores de redes sociales. Solamente determinaba la cantidad media de personas que reconoceríamos por su nombre y por quienes seríamos reconocidos.
Este número, por otra parte, no parece caprichoso, o casual. Es una cantidad razonable de personas con las cuales uno puede relacionarse socialmente de manera más o menos cercana. De hecho, algunas tribus amish dividían la comunidad cuando sus miembros alcanzaban este número para que pudieran seguir creciendo dos comunidades separadas en forma más saludable. Hasta 200, por otro lado, era el número recomendado para las compañías de guerra en algunos ejércitos.
Me puse entonces a pensar cuál era la cantidad de personas a quien yo reconocería en la calle por su nombre y por quienes a su vez, sería nombrada. Mi familia, que es numerosa, por supuesto. Conté unas 45 personas. Amigos que veo asiduamente suman alrededor de 30 personas más. Del colegio, creo que no reconocería a más de 6 o 7 habida cuenta la cantidad de años que  pasaron desde que terminé esa etapa. Repasé otros lugares de estudio por los cuales transité durante mi juventud y adultez, sumé otras 30.
Lugares de trabajo, clientes cercanos y compañeros de ruta en diversas actividades profesionales sumaron otras 30 personas. Gimnasia y otras actividades recreativas agregaron 8 personas a la lista.
Poco más de 150 sin contar vecinos, amigos de mi hija, el sodero que concurre puntualmente a mi casa los lunes y que seguramente me colocarían dentro de la media de las personas en cuanto a su forma de relacionarse socialmente. No es difícil estar en la media, pensé, por algo camino cómoda en la vida sintiéndome a gusto con la mayoría de la gente.
Hay, por supuesto, gente que reconozco en la calle aún sin saber su nombre. Conozco los porteros de la cuadra, la cajera del supermercado, los chicos de la estación de servicio y hasta algunos policías cuando permanecen en el barrio por un tiempo.
Pero esas 150 personas con las cuales hipotéticamente me encontraría en la calle y sabría sus nombres y ellos el mío, esas 150 personas son una red de contención que hace la diferencia entre vivir en Buenos Aires o en el exilio.
Más o menos cercanas a mi estarían disponibles 150 pares de ojos que me mirarían con más atención que a un desconocido, 150 pares de brazos que podrían sostenerme con más o menos firmeza, 150 pares de orejas que me escucharían con más o menos paciencia y 150 bocas que me darían una palabra de aliento.
150 amigos, más o menos cercanos, con quien podría sentarme a tomar un café. Porque definitivamente creo que de quien recuerdo su nombre y por quien a su vez me siento reconocida, de esa persona recibo una cuota de afecto que bien vale la pena compartir con un café.

Les propongo pensar en su red de contención; quizá, como yo, les provoque una sonrisa pensar en la suerte de contar con un promedio de 150 personas para saludar en la calle.
Natalia Peroni

martes, 4 de junio de 2013

Escenas bizarras

Quería contarles una escena de tinte surrealista de la que fui testigo casual hace unos días, y que me dejó, al mismo tiempo, pensativa y sonriente.
Resulta que, terminada mi jornada de trabajo, me dirigía por la calle Esmeralda, en pleno microcentro, hacia la esquina de Corrientes y Alem. Iba con paso apurado, porque a las cinco de la tarde el ritmo general de la ciudad se acelera con la ansiedad que solemos sentir por llegar a nuestras casas después de los trajines del día.
En eso estaba cuando mi atención fue atraída por lo siguiente:
En una de las dos mesas que había situadas sobre la vereda y que pertenecían a uno de los tantos bares y cafés que engalanan Buenos Aires, vislumbré primero el perfil de un hombre bastante mayor que parecía sacado de algún antiguo arrabal. Desaceleré mi andar para observarlo -con disimulo para no incomodarlo- y pude ver sus manos huesudas y largas sosteniendo un cigarrillo al que daba pitadas profundas y rítmicas con los ojos entrecerrados por el humo. Mientras tanto, le hablaba con total naturalidad a una mujer ubicada en la otra mesa, a una distancia muy corta.
Ella rondaba los sesenta años, vestía de negro, tenía el cabello platinado sujeto en un rodete tirante, usaba un maquillaje exagerado y algo corrido a esa hora del día, y lucía un escote profundo. Su rostro estaba prácticamente inmovilizado por el botox, sus labios parecían a punto de estallar en una mueca similar a la que precede al llanto, y sus pómulos esculpidos creaban una extraña ilusión óptica respecto de las proporciones reales de su rostro. Su postura era erguida, y comía una frugal ensalada verde sin mirar el plato ni los cubiertos, fijando la vista en algún punto situado a lo lejos, escondidos sus ojos detrás de unos enormes anteojos espejados.
El hombre seguía con su monólogo, claramente dirigido a ella. Me ubiqué en un lugar desde donde podía mirar sin ser vista, y seguí el desarrollo de la escena, hipnotizada por estos dos personajes insólitos.
Él, jugueteando con el pañuelo que le rodeaba el cuello y a veces también con algún mechón rebelde escapado de la gomina con que sujetaba unos rizos casi blancos, le suplicaba, seductor y en plan de conquista, que se dignara responder a la adoración que sentía por ella (usó la palabra adoración, por eso la cito); que al menos se quitara los anteojos y le dirigiera una mirada; que hiciera un gesto ínfimo y entonces él volaría hacia su mesa para seguir admirando esa belleza que lo volvía loco…
El hombre ensalzó la voluptuosidad de su boca, desgranó alabanzas hacia el escote imponente, idolatró el cabello de la rubia y hasta deslizó un comentario de admiración por los pies de la dama, apretados en unas sandalias doradas altísimas y envueltos en medias transparentes. Claramente, si había reparado en los juanetes de su amada, los obvió por completo.
Ella no cambió su postura, ni alteró sus movimientos, ni se quitó los anteojos ni acusó recibo de ninguno de los intentos del arrabalero por captar su atención o conquistar su amor. Siguió comiendo su ensalada verde, impávida, mientras su Romeo fumaba un cigarrillo tras otro y la miraba extasiado, regalándole palabras de amor y de deseo que se estrellaban contra la indiferencia absoluta de la mujer.
Sonó la bocina de un colectivo y me sacó violentamente de mi ensimismamiento. Me sentí una intrusa espiando aquel pequeño drama y retomé mi camino.
Y me quedé pensando en la inmensa variedad de matices que tienen los colores de cada vida, de cada historia, de cada encuentro y desencuentro entre las personas. Así como al principio me habían movido la curiosidad y cierta diversión al observar a estos dos seres un poco grotescos y tan desangelados, me permití también experimentar la ternura y la admiración por la perseverancia sin fisuras de aquel Romeo anacrónico, y por la estudiada coquetería de aquella sesentona con aire de antigua vedette, solísima en su mesa, perfectamente consciente de los embates de su admirador, pero actuando magistralmente un total desinterés.
Supe luego –porque me lo contó el mozo del bar- que la escena se repite cada día, sin variaciones. “Menos cuando llueve”, me aclaró. Y entonces me invadió la angustia. ¿Qué será del arrabalero y de la voluptuosa platinada cuando llueve? ¿Qué será de uno sin el otro, sin esa preciosa rutina con la que quizás curan sus heridas más profundas? Tal vez maldigan la lluvia o quizás no; quizás la lluvia les renueve las ganas de encontrarse otro día, en la misma vereda, en las mismas mesas, para recomenzar esa rutina que –también quizás- los redime y los salva del espanto.

Y ustedes, queridos oyentes, ¿han sido alguna vez testigos de escenas que los descolocaron por alguna razón? ¿Qué sintieron al presenciarlas?
Clarina Pertiné

lunes, 3 de junio de 2013

10 errores que hacen que una persona no sea un buen líder

Hace poco hablamos de las características que tiene que tener un líder y leyendo el libro de Napoleón Hill “Piense y hágase rico” encontré los 10 errores que hacen que una persona no sea un buen líder. Me pareció interesante compartirlo con ustedes así que aquí van:

1.    Falta de capacidad para organizar detalles: Todo buen líder debe saber organizar y dominar todo tipo de detalles o delegar a ayudantes competentes.
2.   Poca voluntad de prestar un servicio humilde: Un buen líder  debe ser capaz de ejecutar cualquier tipo de trabajo que exigiría a otro hacer.
3.    Esperar una recompensa por lo que sabe: en lugar de por lo que hace con lo que sabe. El mundo está lleno de personas totalmente inteligentes y llenas de conocimientos; pero aquellos líderes verdaderos son los que fueron capaces de utilizar todos esos conocimientos y hacer algo con ellos.
4.    Temor a la competencia de los seguidores: Un líder que tema que en algún momento alguno de sus seguidores pueda ocupar su cargo, tiene por seguro que esto sucederá en algún momento. Un buen líder sabe aumentar la eficiencia de los demás y los induce a mejorar y rendir más. No se amedrenta con el conocimiento de otro.
5.    Falta de imaginación: si no tiene imaginación es imposible que pueda generar planes de acción o hacer frente a crisis para guiar a sus seguidores de manera eficaz. Un buen líder debe saber reaccionar de forma correcta para hacer frente a cualquier problema.
6.   Egoísmo: una persona egoísta que reclame para sí mismo todos los honores del trabajo de sus seguidores sólo encontrará resentimiento en las personas que trabajan para él y nunca lealtad.
7.   Intemperancia: Para ser un buen líder hay que controlar el carácter y no estallar por cualquier cosa ni perder los estribos.
8.   Deslealtad: Cualquier líder que no sea fiel a la confianza que depositan en él sus seguidores, no va a durar mucho como líder.
9.   Énfasis de la autoridad por sobre el liderazgo: saber estimular e inducir a las personas a ser más eficaces en lugar de estar inyectándole temor a los mismos y usar su posición y abusar de ella
10.  Énfasis en el título: Un líder competente no requiere ningún título que le gane el respeto de sus seguidores. Las puertas de un buen líder están siempre abiertas a todos sin necesidad exigir que las personas se pongan a su altura.

Hasta aquí los dichos de Napoleon Hill. Yo agregaría un error más para no ser un buen líder y es no escuchar a los demás. Aislarse y mantenerse sólo en la cumbre de la montaña o del éxito es un error común de los jefes o los dirigentes. Pero definitivamente no es una buena práctica para ser un buen líder.


Queridos oyentes ¿y ustedes? ¿son buenos líderes?
Vicky Detry