¿Quién no ha
leído con placer un cuento de hadas? Uno de esos cuentos que nos transportan
hacia mundos imaginarios y fantásticos donde, después de tramas que en muchos
casos son complejas, nos encontramos con la categórica e indudable frase final:
“Se casaron y vivieron felices para siempre”.
Entonces, en plan de poner en duda supuestos
históricamente incuestionables, podría surgir la pregunta: ¿La gente se casa
para ser más feliz? Detengámonos un segundo en esta cuestión del matrimonio y
la felicidad y repasemos qué dicen los libros acerca del tema.
“No sé si casarme o comprarme un perro”. No, no se trata de un dilema mío sino del título de un libro que escribió
Paula Pérez Alonso en los años 80. Es una novela que comienza con la protagonista
poniendo un aviso clasificado en un diario, donde dice que quiere un hombre que
pueda competir con un perro labrador por el amor de ella. Que sea fiel, leal y
la espere siempre contento.
“¿Qué se supone que es el matrimonio, entonces, si no
es el mecanismo que nos permite alcanzar la máxima felicidad?” se pregunta la maravillosa escritora americana Elizabeth
Gilbert en su libro “Comprometida”. Allí nos cuenta dos anécdotas que sirven
para reflexionar acerca del matrimonio.
La primera comenta que en los años 20 las mujeres
estadounidenses, ante la pregunta sobre qué buscaban en un marido, respondían
que buscaban virtudes tales como la decencia, la honestidad o la capacidad de
mantener una familia.
En cambio, una encuesta reciente reveló lo que las
jóvenes estadounidenses actuales esperan encontrar en un marido: un hombre que las
“inspire”. ¡Que las INSPIRE! ¡Menuda tarea! Asusta pensar que las mujeres
estemos haciendo recaer semejante responsabilidad en un hombre solo por ser… un
marido.
La segunda anécdota relata un episodio ocurrido durante
una entrevista hecha por la autora a una anciana de una cultura llamada Hmong,
que pertenece a una población ubicada en las montañas al norte de Vietnam.
En pleno reportaje, Elisabeth Gilbert le preguntó a la
anciana: “El hombre con quién usted se casó, ¿ha sido un buen marido?” La
mujer, después de pedirle varias veces que le repitiera la pregunta, ya que no
entendía su sentido ni su significado, le dio la siguiente respuesta: “Mi
marido no es ni bueno ni malo; es un marido y punto”.
Si nos ponemos a indagar qué era el matrimonio en otras
épocas, podremos encontrar situaciones que hoy nos resultan como mínimo
curiosas y como máximo inconcebibles.
Durante mucho tiempo el matrimonio constituyó una unión
con fines puramente económicos o políticos.
Desde que el mundo es mundo, los reyes se han casado
para unir dos potencias o para evitar que una potencia invadiera a otra. María
Antonieta, hija de los emperadores de Austria, ya sabía a los doce años que
sería reina de Francia porque se iba a casar con el Delfín Luís Augusto, futuro
Luís XVI. Enriqueta de Borbón (1609–1669),
hija de Enrique IV de Francia,
fue Reina de Inglaterra
por su matrimonio con Carlos I. Y así podemos
citar innumerables ejemplos.
En China existía en la antigüedad una modalidad que se
llamaba “matrimonio fantasma” y que consistía en que una mujer podía desposarse
con un hombre muerto. ¡Sí, lo que escucharon! Una joven adinerada tenía derecho
a casarse con un fallecido de buena familia para formalizar de ese modo el nexo
entre dos clanes.
La Universidad de Rutgers, de Nueva Jersey, realizó una
investigación sobre la transformación del matrimonio en los Estados Unidos
después de 20 años de investigación sobre el tema y concluyó que existe una
cantidad de factores que deben estar presentes para lograr lo que los
investigadores llaman “la persistencia conyugal”. Esos factores son: educación,
hijos, convivencia, heterogamia, integración social, religiosidad y justicia de
género.
La realidad es
que al leer estas características, casi todas parecen lógicas y no tan
difíciles de pedirle a la institución matrimonial. Pero ¿se pueden valorar
conceptos tales como “la felicidad”, no
cuantificables desde el punto de vista científico? Y si se pudieran cuantificar
¿esto nos aseguraría la felicidad o sólo la durabilidad del matrimonio?
Les propongo ahora que retomemos la pregunta de origen
y abramos nuevos interrogantes: ¿De dónde viene esta concepción que han
transmitido incansablemente infinidad de cuentos de hadas, que da por sentado
que uno se casa para conseguir la felicidad eterna, y que esa felicidad debería
durar por siempre jamás? Pedirle al otro que asuma la responsabilidad de
hacernos felices (como si eso fuera posible, por otra parte) no suena a
capricho inmaduro o infantil?
En definitiva: ¿no estaremos esperando demasiado de una
institución que está compuesta por dos seres humanos?
Nos encantaría saber qué piensan de todo esto así que
si tienen ganas de opinar sobre lo que hemos compartido hoy con ustedes, pueden
escribirnos a debuenasaprimeras@fmmilenium.com.ar, o a nuestro Facebook, o a nuestro Twitter.
Finalmente nos despedimos con un poema de Khalil
Gibran, que se llama justamente “El Matrimonio”. Para seguir pensando:
Juntos nacieron
y juntos permanecerán para siempre.
Estarán
juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan sus días.
Sí, estarán
juntos en la memoria silenciosa de Dios.
Pero dejen
que haya espacios en su compacta unidad.
Y dejen que
los vientos del cielo dancen entre ustedes.
Ámense el
uno al otro, pero no hagan del amor una atadura.
Que sea, más
bien, un mar meciéndose entre las costas de sus almas.
Llene uno al
otro sus copas, pero no beban de una sola copa.
Compartan su
pan, pero no coman del mismo trozo.
Canten y
bailen juntos y estén alegres, pero cada uno de ustedes sea independiente.
Las cuerdas
de un laúd están solas, aunque todas vibren con la misma música.
Den su
corazón, más no para que su compañero lo tenga.
Porque sólo
la mano de la Vida puede contener los corazones.
Y estén
juntos, aunque no demasiado juntos.
Porque los
pilares del templo están distantes.
Y ni el
roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.
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