¿Ustedes habían escuchado alguna vez
que en la avenida Corrientes, en la época que refugiaba en sus cafés y teatros
lo mejor de la música, de las letras y de las artes de la ciudad de Buenos Aires,
existía un discutidor profesional?
Este personaje discutía sobre
cualquier tema; se sentaba a las mesas y por un precio fijo discutía sobre lo
que uno quisiera.
Nuestro querido Roberto Fontanarrosa,
que con mucho humor e ironía contó tan genialmente la forma de ser de los
argentinos a través numerosos personajes, se inspiró en este mito.
Junto a algunos de los protagonistas
más comunes de sus cuentos, como los típicos antihéroes, algunos galanes reunidos
alrededor de una mesa de café, otros tantos varones machistas y prejuiciosos o
aquellos guapos desmitificados por las angustias cotidianas, estaban los
discutidores profesionales.
Y si de discutir se trata, podríamos
rendirles homenaje a los sofistas, que conformaban un grupo de pensadores e
intelectuales griegos que vivían en Atenas trabajando como educadores.
En esa época lejana, la instauración de la democracia en Atenas
hizo posible que el pueblo participara en las decisiones políticas, y que
algunos ciudadanos pudieran acceder al poder y a cargos hasta entonces reservados
a la aristocracia.
En este nuevo contexto surgieron los
sofistas, cuya actividad principal era enseñar y formar a aquellos ciudadanos
que aspiraban a alcanzar el éxito social o triunfar en la política.
Para lograrlo, lo importante era
convencer y persuadir mediante la palabra, aunque lo que se dijera no siempre
fuera la verdad. La verdad, a fin de cuentas -piensan los sofistas- es siempre
relativa.
Muchos de los sofistas fueron grandes
oradores, expertos en el arte de la palabra, y capaces de hablar de cualquier
tema, así como de convencer al público de algo, y luego de todo lo contrario.
En este ir y venir en el tiempo,
aparece en el escenario de la imaginación de un escritor argentino el mítico Círculo
de Discutidores Profesionales, cuya sede operaba en el barrio de Flores y que
surgió a raíz de que algunos espíritus obtusos, protagonistas de uno de los
cuentos de Alejandro Dolina en Crónicas
del Ángel Gris, descubrieron que por medio de la razón podían sostener
opiniones opuestas sobre cualquier tema.
Y adquirieron tal destreza que
surgieron algunos expertos en la materia. Así formaron el mencionado Círculo,
que venía a poner un poco de orden en temas que han dado lugar, por cierto, a
discusiones de las que llamamos bizantinas, como la que se inicia opinando
sobre si la medialuna tiene que ser de grasa o de manteca o sobre si existe la
amistad entre el hombre y la mujer.
Hasta aquí la ficción o la historia.
Ahora podríamos preguntarnos abiertamente si en nuestro día a día nos sirve
actuar como discutidores profesionales.
¿Cuál es la diferencia entre sostener
nuestras convicciones mientras intercambiamos ideas con alguien que piensa lo
contrario, y tratar de convencer al otro con nuestros argumentos?
¿Por qué no reservar la discusión
para un ámbito académico, por ejemplo, y tratar de que nuestras relaciones
cotidianas sean un poco más amables y fluidas?
Las personas no necesariamente van a
cambiar de opinión aunque discutamos con buenos y mejores argumentos y además,
siempre hay diferentes maneras de ver las cosas; distintas perspectivas y
miradas, que son personales y responden a infinidad de datos de la historia de
vida de cada uno y de los caminos que transitamos cotidianamente. Lo importante
es respetar estas diferencias.
Muchas veces las relaciones sujetas a
continuas discusiones obstaculizan y hasta pueden impedir que se desarrolle la empatía,
que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro para poder comprender
profunda e integralmente su modo de ver las cosas.
Tal vez convendría dejar el hábito de
discutir sobre cualquier tema para aquel sujeto anónimo de una avenida porteña
de principios de siglo, o para un discutidor a sueldo de la Grecia clásica, para
los entrañables personajes de un escritor santafesino o para los expertos profesionales de un Círculo
inventado, y recuperar el respeto por la opinión del otro aunque sea diferente.
¿Ustedes qué piensan? ¿Disfrutan o padecen las discusiones? ¿Sobre qué cuestiones discuten? Esperamos con muchas ganas conocer sus opiniones y si son discutidores profesionales, los desafiamos a convencernos de algo y después, de todo lo contrario.
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