domingo, 1 de julio de 2012

Discutidores profesionales



¿Ustedes habían escuchado alguna vez que en la avenida Corrientes, en la época que refugiaba en sus cafés y teatros lo mejor de la música, de las letras y de las artes de la ciudad de Buenos Aires, existía un discutidor profesional?

Este personaje discutía sobre cualquier tema; se sentaba a las mesas y por un precio fijo discutía sobre lo que uno quisiera.

Nuestro querido Roberto Fontanarrosa, que con mucho humor e ironía contó tan genialmente la forma de ser de los argentinos a través numerosos personajes, se inspiró en este mito.

Junto a algunos de los protagonistas más comunes de sus cuentos, como los típicos antihéroes, algunos galanes reunidos alrededor de una mesa de café, otros tantos varones machistas y prejuiciosos o aquellos guapos desmitificados por las angustias cotidianas, estaban los discutidores profesionales.

Y si de discutir se trata, podríamos rendirles homenaje a los sofistas, que conformaban un grupo de pensadores e intelectuales griegos que vivían en Atenas trabajando como educadores.

En esa época lejana,  la instauración de la democracia en Atenas hizo posible que el pueblo participara en las decisiones políticas, y que algunos ciudadanos pudieran acceder al poder y a cargos hasta entonces reservados a la aristocracia.

En este nuevo contexto surgieron los sofistas, cuya actividad principal era enseñar y formar a aquellos ciudadanos que aspiraban a alcanzar el éxito social o triunfar en la política.

Para lograrlo, lo importante era convencer y persuadir mediante la palabra, aunque lo que se dijera no siempre fuera la verdad. La verdad, a fin de cuentas -piensan los sofistas- es siempre relativa.

Muchos de los sofistas fueron grandes oradores, expertos en el arte de la palabra, y capaces de hablar de cualquier tema, así como de convencer al público de algo, y luego de todo lo contrario.

En este ir y venir en el tiempo, aparece en el escenario de la imaginación de un escritor argentino el mítico Círculo de Discutidores Profesionales, cuya sede operaba en el barrio de Flores y que surgió a raíz de que algunos espíritus obtusos, protagonistas de uno de los cuentos de Alejandro Dolina en Crónicas del Ángel Gris, descubrieron que por medio de la razón podían sostener opiniones opuestas sobre cualquier tema.

Y adquirieron tal destreza que surgieron algunos expertos en la materia. Así formaron el mencionado Círculo, que venía a poner un poco de orden en temas que han dado lugar, por cierto, a discusiones de las que llamamos bizantinas, como la que se inicia opinando sobre si la medialuna tiene que ser de grasa o de manteca o sobre si existe la amistad entre el hombre y la mujer.

Hasta aquí la ficción o la historia. Ahora podríamos preguntarnos abiertamente si en nuestro día a día nos sirve actuar como discutidores profesionales.

¿Cuál es la diferencia entre sostener nuestras convicciones mientras intercambiamos ideas con alguien que piensa lo contrario, y tratar de convencer al otro con nuestros argumentos?

¿Por qué no reservar la discusión para un ámbito académico, por ejemplo, y tratar de que nuestras relaciones cotidianas sean un poco más amables y fluidas?

Las personas no necesariamente van a cambiar de opinión aunque discutamos con buenos y mejores argumentos y además, siempre hay diferentes maneras de ver las cosas; distintas perspectivas y miradas, que son personales y responden a infinidad de datos de la historia de vida de cada uno y de los caminos que transitamos cotidianamente. Lo importante es respetar estas diferencias.

Muchas veces las relaciones sujetas a continuas discusiones obstaculizan y hasta pueden impedir que se desarrolle la empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro para poder comprender profunda e integralmente su modo de ver las cosas.

Tal vez convendría dejar el hábito de discutir sobre cualquier tema para aquel sujeto anónimo de una avenida porteña de principios de siglo, o para un discutidor a sueldo de la Grecia clásica, para los entrañables personajes de un escritor santafesino o  para los expertos profesionales de un Círculo inventado, y recuperar el respeto por la opinión del otro aunque sea diferente.
                            
¿Ustedes qué piensan? ¿Disfrutan o padecen las discusiones? ¿Sobre qué cuestiones discuten? Esperamos con muchas ganas conocer sus opiniones y si son discutidores profesionales, los desafiamos a convencernos de algo y después, de todo lo contrario.

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