jueves, 4 de abril de 2013

El dogmatismo


Hoy les propongo reflexionar sobre ciertos dogmatismos. Un dogmático es una persona que fundamentalmente carece de espíritu crítico. El filósofo y profesor Eduardo Rabossi, dice que un dogmático es una persona cuya estructura mental es esta:
-existe un conjunto de verdades fundamentales acerca de x, y o z.
- yo (dogmático) las conozco;
- esas verdades, por ser lo que son, no exigen justificación racional y sobre todo no pueden ser sujetas a críticas racionales.
- todos tienen que aceptar esas verdades (el mundo será mejor así)
- quienes no las acepten estarán en el error y el error no merece ser tolerado.
Esta matriz de pensamiento muestra varias cosas interesantes. Podemos ver, por ejemplo, que el dogmatismo no es cuestión de contenidos, sino de estructura mental. También podríamos concluir que dentro del modelo dogmatico no hay posibilidad de resolver racionalmente ningún conflicto.  Por último, y esto me parece muy interesante, nos muestra que todos los dogmaticos son iguales dado que poseen la misma estructura mental, el mismo estilo de pensamiento.
Por eso la filosofía es considerada peligrosa para el dogmatico. Porque si hay algo que caracteriza a la inquietud filosófica, es la posición no dogmatica. Podemos llegar a convencernos, cualquiera de nosotros, que existen verdades básicas. Pero no podemos considerar que estamos eximidos de fundamentarlas racionalmente, ni que estas pueden quedar al margen de la crítica racional.
El análisis, la interpretación, la crítica y la duda, cualidades imprescindibles de cualquier proceso de conocimiento, son opuestas al dogmatismo. La disposición para pensar la realidad de una manera flexible es una actitud ajena a la persona dogmática.
Recuerdo una frase del gran actor y humorista estadounidense que fue Groucho Marx. Decía en clave de humor “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Por cierto no es una frase dogmática, pero tampoco es el relativismo absoluto la solución. Es el otro límite que también hace imposible la discusión y la posibilidad de generar acuerdos.
De un lado el dogmatismo, del otro lado el relativismo. Y en el medio, un abanico formado por millones de posiciones que difieren unas de otras. Pero vivir como seres sociales que somos, requiere del diálogo para lograr acuerdos entre nosotros.
Saber que nuestras verdades no son las únicas, poder escuchar las de los otros. De eso se trata. Porque tener certezas implica, justamente, sentir la seguridad de que una determinada afirmación es verdadera. Quizá podamos tener pocas –o ninguna- certeza, pero podemos encontrar, entre las afirmaciones que emitimos, que escuchamos y que leemos, distintos grados de probabilidad de ser verdaderas.
La clave sería entonces, incorporar información y elaborarla crítica y reflexivamente. De este modo, podemos alejarnos de las opiniones poco fundamentadas. 
Natalia Peroni

11 conceptos para ser mejores líderes


Hoy quiero compartir con ustedes una investigación que realizó el reconocido autor  y best-seller Dave Kerpen. Allí habla sobre cómo hacer para ser un mejor líder y tener organizaciones exitosas.

Kerpen entrevistó a docenas de líderes para determinar que hacía que fueran tan exitosos. Llegó a 11 conceptos que, según él, son muy simples pero que muchas veces perdemos de vista.

1.   Escuchar
Cuando una persona habla, hay que escucharla completamente. La mayoría de la gente no lo hace. La escucha atenta es la base para crear buenas relaciones. Los grandes líderes escuchan qué dicen sus consumidores. Escuchan a sus colegas y están abiertos a nuevas ideas.
2.   Saber contar cuentos
Es la más poderosa manera de transmitir ideas en el mundo actual. Esto sirve para vender productos, pero también -lo que es más importante- para vender ideas.
3.   Ser auténtico
La integridad, la vulnerabilidad y la humildad son los sellos de los grandes líderes.  Todos quieren ayudar a lograr el éxito a quien es verdaderamente auténtico.
4.   Ser transparente
Ser abierto, transparente y honesto lleva a tener trabajadores, colegas y consumidores más felices. Y además hace mucho más fácil poder dormir bien a la noche.
5.   Jugar en equipo
Dejar que otros brillen, estimular las ideas innovadoras en el equipo, y seguir las reglas de otros para trabajar en equipo.
6.   Saber responder
Dave Kerpen toma una frase de Charles Swindoll para explicar este concepto: “La vida es 10% lo que te ocurre y 90% cómo reaccionas a lo que te ocurre.”  Saber responder muestra que te importa la gente.
7.   Ser adaptable
Hay que ser flexible. Ser rígido y cabeza dura no es bien visto.  
8.   Ser apasionado
¡Aquellos que aman lo que hacen no tienen que trabajar un día en sus vidas! Ser apasionado y poder transmitir esa pasión trae muchísimas ventajas.
9.   Sorprender
Ir un paso más allá. Sorprender a los demás no siempre tiene que ver con gastar más dinero. Sorprender crea experiencias indelebles y transmisión boca a boca.
10.               Ser simple
Esto es siempre bienvenido.
11.               Ser agradecido
Ser agradecido siempre se agradece. Decir gracias a nuestros mentores, nuestros consumidores, nuestros colegas, siempre es bien recibido. Y lo que es más importante ¡nos hace sentir tan bien!



Por último -y dejando de lado los 11 conceptos- el autor nos transmite su regla de oro: “Trata a los demás como te gustaría que te trataran”.

Y a ustedes, queridos oyentes ¿cómo sienten que los tratan?
Vicky Detry

martes, 2 de abril de 2013

La reinvención de las cosas


Hoy les propongo que hablemos sobre la reinvención de las cosas. Para analizar este tema me baso en una entrevista que leí en la revista del Instituto Tecnológico de Massachusets , MIT Review para ser exactos. Era un artículo que contaba cómo 2 emprendedores habían reinventado el termostato. Estos dos cerebros tecnológicos, que dicho sea de paso venían de ser parte del equipo que creó el Ipod y el Ipad de la mano de Steve Jobs, un día habían ido a comprar un termostato y se encontraron con que los que había en el mercado eran muy caros, horribles y para nada eficientes. Con lo cual, uno de ellos se paró y dijo: “Espera un segundo, voy a diseñar uno.”
Lo que siguió fue la reinvención del termostato. Reinventó uno que se puede operar desde un smart phone y que es lo suficientemente inteligente como para aprender sus rutinas de acuerdo a cuál sea la temperatura habitual que el dueño de casa utilice. Que puede aprenderse el horario en que habitualmente es usado para apagarse automáticamente en momentos en que no haya nadie en casa. Pero al mismo tiempo prenderse un par de horas antes de que vuelvan los ocupantes de la casa para mantener el calor en la casa. Logrando funcionar de manera más eficiente y además ahorrándole a los dueños de casa un monto considerable de luz. Además de otras funciones adicionales que no tiene sentido contarles en este micro.
El punto que me llamó la atención y que despertó mi admiración es cómo una persona ante un problema cotidiano y simple como es elegir un termostato para su casa utilizó su imaginación y sus conocimientos para “reinventar” lo que ya estaba inventado.
La definición de Inventar que aparece en el diccionario Word Reference dice: “Hallar o descubrir una cosa nueva o no conocida.” Y la definición de Reinventar dice: “Volver a inventar.”
Contrariamente a este concepto, pareciera que para nosotros, simples mortales, a veces lo que ya está inventado, aquello que ya es de una manera no puede ser reinventado.
Bueno queridos oyentes, parece que se puede. Se puede volver a inventar un artefacto y darle una funcionalidad muy superior o mejor o distinta a la que ya conocíamos. Y si se puede reinventar un termostato ¿se podrá  reinventar un trabajo o una pareja o una amistad? No cambiarlo por otro. Simplemente reinventarlo, que sea distinto, que tenga otras funciones, que nos guste más.
O ¿por qué no, reinventarnos a nosotros mismos? Y para toda la gente que ya estaba acostumbrada a esperar de nosotros que seamos unos tímidos o que seamos unos soberbios o unos débiles. O que tengamos mal humor, o que seamos muy buenos. O que seamos torpes para la tecnología pero muy buenos en el tenis.  ¿Podremos reinventarnos? ¿Salir a la calle de otra manera? ¿Inventarnos unas funciones nuevas?
Cuando no nos guste alguna parte de nuestra vida podemos hacer como hizo el ingeniero que reinventó el termostato y decirnos a nosotros mismos: “Esperá un segundo, voy a diseñar una vida que me guste más”. ¿Se podrá?
Ustedes ¿qué opinan queridos oyentes? ¿Nos reinventamos? Esta es mi propuesta.
Vicky Detry

Borges y la matemática


“Borges y la matemática” es el título de un libro de Guillermo Martínez que intenta vincular algunos elementos de matemática con elementos de estilo en Borges. Antes de comentarles algunas consideraciones del libro de Martínez, les cuento que Borges, a mi criterio, es un autor para ser leído pero también sobre el que se ha escrito mucho. Vale también la pena explorar lo que muchos autores investigaron sobre su obra.
Martínez empieza por analizar el concepto de infinito, uno de los conceptos matemáticos que fascinaba a BOrges. Y dice sobre el símbolo del Aleph; “Un brazo que señala al cielo y el otro que señala a la tierra. El símbolo de los números transfinitos, en los que, como dice Borges, el todo no es mayor que alguna de las partes. …Esta última frase significa el quiebre de un postulado aristotélico según el cual el todo debe ser mayor que cualquiera de las partes.
En este punto, les propongo pensar la idea de infinito. ¡Pero no se vayan, no es difícil!. Al menos yo no soy matemática y lo entendí. Veamos si puedo transmitirlo correctamente.  Hasta 1870, época en la que Cantor comienza a trabajar con su teoría de conjuntos, los matemáticos usaban como símbolo del infinito un 8 invertido. Pensaban que había un único infinito, no se planteaban la posibilidad de que hubiera variedades de infinito. Pero Cantor llega a una nueva idea de infinito, que es la que suscita la paradoja mencionada anteriormente sobre el Aleph.
Supónganse que tenemos dos conjuntos, uno con personas y otro con sillas. 10 personas en el primer conjunto, 10 sillas en el otro.  Cantor dice que en el contexto finito, “los conjuntos A y B tienen la misma cantidad de elementos si y solo si puedo establecer una correspondencia perfecta uno a otro entre ellos”. O sea, puedo sacar una flecha de cada persona del conjunto A y llevarla a cada silla el conjunto B.
¿Pero qué ocurre cuando saltamos al ámbito de lo infinito? Dice Martínez, “Uno de los dos conceptos equivalentes deja de tener sentido. Qué significa hablar de “cantidad de elementos" de un conjunto infinito cuando uno no puede terminar de contar? Esta parte ya no la puedo usar, pero sí puedo usar todavía la segunda parte. La segunda parte sobrevive, todavía podemos establecer, para conjuntos infinitos, correspondencias perfectas uno a uno como hicimos entre las personas y las sillas”.
Y entonces surgen los problemas. Pensemos en dos conjuntos. El conjunto A tiene los números naturales, aquellos que usamos para contar, 1,2 3, 4…. Es un conjunto con un número infinito de elementos. Pensemos en otro conjunto, el B, donde pongamos los números pares. Sabemos que los números pares los podemos formar multiplicando por 2 los números naturales. Con el 1 formamos el 2, con el 2 formamos el 4, con el 3 el 6 y así sucesivamente. Pero entonces nos encontraríamos que habría tantos números naturales como números pares. Sin embargo, los números pares son una “mitad” de los naturales.
Este es el nudo de la aparente paradoja, una parte de los números naturales, los números pares, es tan grande como el todo. Hay una parte que equivale al todo. Y dice Martínez, “Este es el tipo de paradoja que maravillaba a Borges; en el infinito matemático, el todo no es necesariamente mayor que cualquiera de las partes. Hay partes propias que son tan grandes como el todo. Hay partes que son equivalentes al todo.”
En el cuento de Borges EL Aleph, en El libro de Arena o La biblioteca de Babel se tocan estos temas. Relatos maravillosos, que ahora que contamos estos pequeñísimos conocimientos de matemáticas, quizá podamos volver a leer y entender mejor.
Hay otros elementos matemáticos en la obra de Borges. Pero prefiero quedarme con el infinito y tratar de pensar junto a ustedes, otras paradojas que suscitan este tipo de conjuntos con más elementos de los que jamás podríamos llegar a contar.
Natalia Peroni

La belleza


Mientras pensaba cómo abordar el tema de la belleza, de lo bello, se me ocurrió googlear la palabra. El primer resultado que me mostró el buscador virtual es la definición de la palabra por  Wilkipedia. Luego se desplegaron estos títulos “Todo lo que necesitas para estar más guapa y en forma” “Belleza y salud, Aprende a domar la melena de león”, “Trucos de belleza para mujeres, maquillaje peinados”, “Noticias sobre el Buenos Aires Fashion Week”, “Ofertas de belleza, Modela tu cuerpo con un nuevo sistema no invasivo”.
Pero como una imagen vale más que mil palabras, abrí la solapa del buscador que desplegó cientos de fotos de mujeres ciertamente muy bellas, la mayoría de ellas jóvenes, delgadas, con y sin ropa pero siempre elegantes, glamorosas, podríamos decir.
Y pensé que para Google la belleza es cosa de mujeres. De mujeres de no más de 30 años y menos de 50 kgs.
Es difícil reconstruir el camino que realizamos en una búsqueda por internet, pero creo recordar que fueron dos o tres intentos más lo que me llevaron a buscar imágenes sobre Rubens, un pintor barroco del siglo XVI. Tiene muchos cuadros con mujeres al desnudo que representaban el ideal de belleza del momento. Los convoco a contrastar el ideal de la mujer bella de la actualidad con  la comparación de una de las obras de Rubens, por ejemplo Las tres gracias.
Créanme que es muy difícil pensar que ambos modelos de belleza correspondan a un mismo concepto, el de la mujer bella.
Y luego de esta larga introducción me sumerjo en una de las preguntas que podemos hacernos con respecto a la belleza. No solo de la belleza de la mujer, que no es la única que la posee. De la belleza de las cosas, de los seres humanos, de la naturaleza, de la vida.
Es objetiva o subjetiva, relativa o absoluta? Como la belleza es un valor podemos generalizar la pregunta de esta manera, ¿tienen valor las cosas porque las deseamos o las deseamos porque tienen valor?.
Si sostenemos que la belleza (o cualquier otro valor) es objetiva, decimos que se encuentra en la realidad exterior al sujeto que la capta. Esto puede querer decir que esta en las cosas sensibles, en otro mundo distinto del que percibimos, en Dios o en otro lugar. Si decimos que es subjetiva, implica que está dentro del sujeto que la aprecia.
Ambas posiciones abren preguntas. De la primera podemos cuestionarnos cuál es ese conjunto de reglas que permite establecer si un objeto es bello o no lo es. Es la armonía, por ejemplo? La proporción o equilibrio de los objetos que la componen?
Si es subjetiva, la belleza dependerá del gusto, pero del gusto de quién? ¿De un grupo de individuos? ¿De cada individuo en particular. ¿Del ser humano como tal? A estos se refiere el refrán “sobre gustos no hay nada escrito” y entonces, desde esta postura, ¿le cabe algún lugar a la crítica en materia estética?
El que sostiene que la belleza es absoluta está convencido de que es única y que, a lo sumo, puede ocultarse en algunas épocas y aparecer en otras. Si, en cambio, pensamos que es relativa, tendremos que aclarar como lo señalamos antes con la subjetividad, si esa relatividad tiene que ver con cada una de las personas, con los miembros de una clase social o aquellos contemporáneos a un mismo período histórico. Desde esta postura, nuevamente, no resulta fácil explicar porque algunas obras han sido juzgadas como poseedoras de una gran belleza a lo largo de extensos períodos históricos.
Natalia Peroni