lunes, 1 de octubre de 2012

La vida esperanzada


En el libro “La vida plena”, de Sergio Sinay, que a mí me pareció excelente y les recomiendo especialmente, hay un capítulo que se titula “La vida esperanzada”. Comienza así:
“Decía el gran pensador humanista Erich Fromm que cuando la vida deja de ser atractiva e interesante es fácil para el ser humano ser arrastrado por la desesperación. Ya nada importa, nada hay para cuidar o resguardar (…)”
¿Y cuándo la vida deja de ser atractiva e interesante? Acaso cuando al elevar la mirada no se encuentra un horizonte, un camino, una meta, un propósito. Cuando no hay hacia dónde marchar. Cuando no hay esperanza.
Sin embargo, sostiene Sinay, aún las más terribles historias individuales o colectivas que se hayan registrado en la historia de la humanidad muestran que siempre queda algo por esperar.
La esperanza habla de una espera, pero no de una espera pasiva, en la cual aquello que aguardamos vendrá a nosotros o se nos dará solo. Se refiere en cambio a una espera activa, que se proyecta. Y proyectar es lanzar hacia adelante.
La esperanza nos da siempre una tarea, nos permite entrenar nuestros recursos y habilidades, nos ayuda a aprender mientras abrimos nuestro camino. Nos recuerda que entre aquello que esperamos, nuestra actitud y nuestra voluntad hay un lazo profundo, un hilo conductor, una relación estrecha.
La esperanza rompe el determinismo y nos dice una y otra vez que tenemos una responsabilidad: la de proyectarnos. Es decir, la de darle un argumento a nuestra vida, la de elegir y decidir qué hemos de hacer y cómo hemos de hacerlo a partir de circunstancias y situaciones reales en las cuales nos encontramos.
Los ingredientes reales de la esperanza son nombrados por Soler y Conangla: paciencia, seguridad en los propios recursos, confianza, tranquilidad, coraje. “Cuando existe la esperanza crecen la creatividad y el gozo”, dicen ellos.
La vida esperanzada es, pues, una vida activa, orientada a propósitos, una vida confiada, en la cual se fortalece la autovaloración y el aprecio por el simple hecho de existir. Es una vida que, como los árboles firmes, echa raíces profundas en la tierra y eleva un alto ramaje hacia el cielo.
No edifica su fe en el dogma sino en lo experimentado, en lo vivido. Es una vida activa, con una convocatoria permanente a conjugar los verbos.
La esperanza vive en el presente; no es un punto de evasión hacia el futuro. Quien vive su presente con responsabilidad, con empatía, cooperativamente y con amor traducido en hechos, es actor de una vida esperanzada.
El autor finaliza el capítulo afirmando que la esperanza, como la responsabilidad, es una cualidad individual. Mi esperanza, dice, se construye desde adentro de mí, desde una forma de abordar mi vida, y desde allí se sostiene y justifica, con acciones, y no con meras creencias.
Nadie puede darme esperanzas y a nadie puedo culpar por no haberlas hecho realidad. Pueden darme promesas, y puedo creer en ellas e incluso pueden cumplirse, pero una promesa no es una esperanza.
A las promesas las recibimos, a las esperanzas las generamos, son fruto de nuestra actitud, de nuestra actividad, de nuestras decisiones. Quien vive una vida esperanzada no avanza por caminos que otros construyeron, sino que anda aquellos que abre por sí mismo.
¿Qué piensan y sienten ustedes, queridos oyentes, frente a lo que dice Sergio Sinay? ¿Se consideran personas esperanzadas? Y si les parece que no lo son ¿creen que podrían empezar a cambiar algo, aunque sea muy pequeño, para vivir con más esperanza?
Clarina Pertiné

No hay comentarios:

Publicar un comentario