Hoy
quisiera compartir con ustedes algo que pienso desde hace muchos años, y que
como Profesora en Ciencias de la Educación me invita siempre a seguir
reflexionando y trabajando desde diversos ámbitos para poder revertirlo.
Creo
que al sistema educativo argentino le falta, entre otras cosas, poner su foco
en los talentos y los dones de los alumnos en vez de hacer tanto hincapié en lo
que está mal.
En
la escuela se corrige con color rojo y se subraya que tal texto está mal redactado,
que tal información está incompleta, que el resultado de tal cuenta está mal.
Por
supuesto que es importantísimo corregir los errores. Es una forma de aprender.
Pero no es la única, y es ahí donde podemos empezar a pensar creativamente.
Hoy
en día todo el mundo conoce la importancia fundamental de una sólida autoestima
para lograr el equilibrio emocional y poder entablar vínculos profundos y
significativos. Pero ¿trabajamos en nuestras familias y en nuestros colegios a
favor de una imagen personal positiva, que genere en nuestros hijos y alumnos
la seguridad que necesitan para encarar los desafíos de la vida con una mirada
optimista?
Es
verdad que en casi todos los programas escolares e institucionales, el
desarrollo de los talentos de las personas figura como uno de los objetivos a
alcanzar. Pero muchas veces nuestras prácticas educativas van en contra de lo
que nos proponemos en la teoría.
Quiero
ser justa con muchos maestros que se toman el trabajo de reconocer los logros
de sus alumnos, pero tenemos que admitir que aún nos falta recorrer un largo
trecho en el camino que conduce a la detección y la estimulación de los talentos
personales de nuestros niños y jóvenes.
Sabemos
que existen innumerables problemas que afectan a nuestro sistema educativo, y
no es la idea analizarlos hoy acá.
Simplemente
les propongo que pensemos juntos nuevas formas de hacerles saber a nuestros
alumnos que son personas valiosas, más allá de su desempeño académico.
Conozco
el caso de un niño de seis años, con una imaginación sumamente rica y un
vocabulario extraordinario para su edad, a quien cuando le pidieron en clase
que escribiera un sinónimo del verbo “ver”, puso “observar”, y la maestra le
tachó esa palabra, reemplazándola por “mirar”.
Quizás
a ustedes les parezca increíble, pero esto sucede hoy en día y me parece
importante que estemos atentos. No para criticar a los maestros sino para abrir
el diálogo y sumar nuestras ideas.
Es
probable que este niño a quien no se le dan con facilidad los números, sepa en
cambio cocinar; o que aquella niña con dificultades para la escritura cante
bellamente; o que el más retraído tenga una capacidad de observación que
podría, como todos los dones de los seres humanos, valorarse y estimularse para
que esas personas logren crecer con confianza en sí mismas y en sus
capacidades.
Lo
mismo podemos intentar en nuestras familias. No hablemos siempre de lo que
falta y de lo que no se hizo bien y en cambio comencemos a ensayar el elogio y
el reconocimiento de los valores y las actitudes positivas de aquellos con
quienes convivimos.
Es
algo simple de hacer y que suele generar resultados casi milagrosos. Lo primero
que tenemos que hacer es cambiar nuestra mirada descalificadora –que a veces es
el resultado del cansancio o el agobio- por una mirada abierta al asombro y
confiada en que no existe una sola persona en el mundo que no tenga algo
positivo para desarrollar y eventualmente brindar a los demás.
Y finalmente, intentemos que
nuestros comentarios y nuestras propuestas surjan y se concreten desde las
ganas de construir, de aportar nuevos pensamientos, de mejorar lo que existe en
lugar de destruirlo. Esa es la mejor manera de crear un clima donde los dones y
talentos –propios y ajenos- puedan florecer en plenitud.
Clarina Pertiné
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