Los dioses
de la mitología griega tenían características humanas. Su apariencia física era
similar a la de los hombres y sus sentimientos también. En el Olimpo, lugar
donde habían elegido su residencia, se libraban verdaderos conflictos de los
que hoy podríamos llamar palaciegos. Aunque a veces solo se trataba de
rencillas cotidianas. Les propongo que reflexionemos juntos sobre el mito de Prometeo.
Prometeo
pertenecía a la raza de los Titanes y sabía que en el suelo de la tierra se
amasaba la simiente de los cielos, por eso tomó un poco de arcilla, la mojó con
sus lagrimas y la amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los
dioses, los Señores del Mundo. “Los Hombres”.
Atenea,
diosa de la sabiduría, era amiga de Prometeo. Sentía una gran admiración por la obra de su amigo e insufló en las imágenes
de los hombres de arcilla el espíritu o soplo divino.
Fue así que
surgieron, según la leyenda, los primeros seres humanos que poblaron la tierra.
Aunque por mucho tiempo ellos no supieron hacer uso de ese don divino que
habían recibido de Atenea, ya no tenían ni siquiera conocimiento de cómo
trabajar con los materiales de la naturaleza que estaban a su disposición por
todas partes.
Prometeo
entonces se aproximó a sus criaturas y les enseño a controlar el fuego, a domesticar
a los animales y usarlos como auxiliares en el trabajo; les mostró como
construir barcos y velas para la navegación, les enseño a observar las
estrellas a dominar el arte de contar y escribir, a que descubriesen los
metales debajo de la tierra y hasta cómo preparar los alimentos nutritivos,
ungüentos para los dolores y remedios para curar las dolencias.
En cierta
ocasión, Prometeo urde un plan para ayudar a los hombres a engañar a los dioses
brindándoles las peores partes de un animal como ofrenda.
Zeus cayó
en la trampa y enojado exclamó: "Que coman la carne cruda". Entonces
les quitó el fuego a los hombres. Prometeo entró a escondidas en el Olimpo,
robó el fuego sagrado y se lo entregó a sus protegidos.
Cuando en
toda la tierra se encendieron las fogatas, Zeus se dio cuenta del robo de
Prometeo, pero ya era tarde. Puesto que ya no podía confiscar el fuego a los
hombres, decidió castigarlos inventando la forma más rápida de destruir el
paraíso de los hombres: la mujer.
Zeus llama
a Hefestos, el habilidoso dios artesano, y le pide confeccione una imagen de
bronce. Deberá parecerse al hombre, pero, en alguna cosa deberá diferenciarse,
de forma que lo encante y lo conmueva, atrasándole el trabajo y trastornándolo.
Atenea, que
ya no era más amiga de Prometeo porque éste había desafiado a sus compañeros
divinos, entregó a la mujer recién creada un hermoso vestido bordado, la adorno
con flores y joyas. Afrodita, diosa del amor y la belleza, le ofreció la belleza infinita y los encantos
que luego serían fatales para los indefensos hombres. Sucesivamente los otros
dioses le fueron otorgando a la mujer diferentes dones, y finalmente Hermes
introdujo en ella la semilla de la maldad.
La mujer
fue llamada Pandora (la que tiene todos los dones). Antes de enviarla, Zeus le
dio un cofre y le dijo que contenía muchos bienes y presentes para Prometeo,
pero le advirtió que no la abriera (ya que verdaderamente el cofre contenía
males y pestes).
Prometeo, astuto y precavido, la rechazó. Zeus,
enfurecido al ver como sus planes fracasaban, castigó a Prometeo, que fue
encadenado a unas rocas en el Cáucaso, donde un águila iba y le comía el hígado
todos los días, pero al ser inmortal, se regeneraba y se repetía la tortura
cada día.
El hermano
de Prometeo se enamoró de Pandora y aceptó la caja como dote. Pandora no pudo
contener su curiosidad y la abrió. Salieron todos los males y dolores que hoy
asechan a la humanidad. Pandora trato de cerrarla, pero no pudo, y al salir
todos los males, miró dentro y solo quedaba lo único positivo de la caja, la
Esperanza.
Por eso siempre
nos queda la Esperanza. Aún cuando creamos que todos los males del mundo nos
rodean, cuando parezca que no hay salida, aún podemos tener esperanza.
Porque esos
dioses de barro que poblaban el Monte Olímpo no le podían soltar del todo la
mano a los hombres. Quizá nos la hicieron más difícil, pero siempre podemos
esperar algo bueno de la vida.
Natalia Peroni
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