martes, 9 de octubre de 2012

Dioses como hombres: Prometeo


Los dioses de la mitología griega tenían características humanas. Su apariencia física era similar a la de los hombres y sus sentimientos también. En el Olimpo, lugar donde habían elegido su residencia, se libraban verdaderos conflictos de los que hoy podríamos llamar palaciegos. Aunque a veces solo se trataba de rencillas cotidianas. Les propongo que reflexionemos juntos sobre el mito de Prometeo.
Prometeo pertenecía a la raza de los Titanes y sabía que en el suelo de la tierra se amasaba la simiente de los cielos, por eso tomó un poco de arcilla, la mojó con sus lagrimas y la amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los Señores del Mundo. “Los Hombres”.
Atenea, diosa de la sabiduría, era amiga de Prometeo. Sentía una gran admiración por  la obra de su amigo e insufló en las imágenes de los hombres de arcilla el espíritu o soplo divino.
Fue así que surgieron, según la leyenda, los primeros seres humanos que poblaron la tierra. Aunque por mucho tiempo ellos no supieron hacer uso de ese don divino que habían recibido de Atenea, ya no tenían ni siquiera conocimiento de cómo trabajar con los materiales de la naturaleza que estaban a su disposición por todas partes.
Prometeo entonces se aproximó a sus criaturas y les enseño a controlar el fuego, a domesticar a los animales y usarlos como auxiliares en el trabajo; les mostró como construir barcos y velas para la navegación, les enseño a observar las estrellas a dominar el arte de contar y escribir, a que descubriesen los metales debajo de la tierra y hasta cómo preparar los alimentos nutritivos, ungüentos para los dolores y remedios para curar las dolencias.
En cierta ocasión, Prometeo urde un plan para ayudar a los hombres a engañar a los dioses brindándoles las peores partes de un animal como ofrenda.
Zeus cayó en la trampa y enojado exclamó: "Que coman la carne cruda". Entonces les quitó el fuego a los hombres. Prometeo entró a escondidas en el Olimpo, robó el fuego sagrado y se lo entregó a sus protegidos.
Cuando en toda la tierra se encendieron las fogatas, Zeus se dio cuenta del robo de Prometeo, pero ya era tarde. Puesto que ya no podía confiscar el fuego a los hombres, decidió castigarlos inventando la forma más rápida de destruir el paraíso de los hombres: la mujer.
Zeus llama a Hefestos, el habilidoso dios artesano, y le pide confeccione una imagen de bronce. Deberá parecerse al hombre, pero, en alguna cosa deberá diferenciarse, de forma que lo encante y lo conmueva, atrasándole el trabajo y trastornándolo.
Atenea, que ya no era más amiga de Prometeo porque éste había desafiado a sus compañeros divinos, entregó a la mujer recién creada un hermoso vestido bordado, la adorno con flores y joyas. Afrodita, diosa del amor y la belleza,  le ofreció la belleza infinita y los encantos que luego serían fatales para los indefensos hombres. Sucesivamente los otros dioses le fueron otorgando a la mujer diferentes dones, y finalmente Hermes introdujo en ella la semilla de la maldad.
La mujer fue llamada Pandora (la que tiene todos los dones). Antes de enviarla, Zeus le dio un cofre y le dijo que contenía muchos bienes y presentes para Prometeo, pero le advirtió que no la abriera (ya que verdaderamente el cofre contenía males y pestes).
Prometeo,  astuto y precavido, la rechazó. Zeus, enfurecido al ver como sus planes fracasaban, castigó a Prometeo, que fue encadenado a unas rocas en el Cáucaso, donde un águila iba y le comía el hígado todos los días, pero al ser inmortal, se regeneraba y se repetía la tortura cada día.
El hermano de Prometeo se enamoró de Pandora y aceptó la caja como dote. Pandora no pudo contener su curiosidad y la abrió. Salieron todos los males y dolores que hoy asechan a la humanidad. Pandora trato de cerrarla, pero no pudo, y al salir todos los males, miró dentro y solo quedaba lo único positivo de la caja, la Esperanza.
Por eso siempre nos queda la Esperanza. Aún cuando creamos que todos los males del mundo nos rodean, cuando parezca que no hay salida, aún podemos tener esperanza.
Porque esos dioses de barro que poblaban el Monte Olímpo no le podían soltar del todo la mano a los hombres. Quizá nos la hicieron más difícil, pero siempre podemos esperar algo bueno de la vida.
Natalia Peroni

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