lunes, 15 de octubre de 2012

¿Atiéndame ya?


Quería compartir con ustedes, a modo de confidencia y con carácter de desahogo, una situación que me genera sentimientos encontrados. Ya verán por qué.
Resulta que hace un tiempo llamé a una amiga mía por teléfono a su celular, y me atendió un contestador en el que con mucha amabilidad me invitaba a no dejar un mensaje de voz, y en cambio escribirle un mensaje de texto o mandarle un mail, cuya dirección hacía constar claramente.
Como si me hubiera iluminado un destello divino, pronuncié un “¡Eureka!” interior y me sentí feliz, porque sin saberlo, mi amiga acababa de darme la solución a un problema que yo tenía instalado en el inconsciente pero que hacía rato pugnaba por salir.
Podía darme cuenta, por ejemplo, de que percibía un malestar difuso e inexplicable cada vez que debía escuchar los mensajes de voz que la gente dejaba en mi celular. Ojo que estoy hablando de personas a las que amo, otras a las que aprecio y algunas más que por lo menos merecen mi respeto.
Sin embargo, escuchar mensajes en el teléfono me producía cierta desazón. Un psiquiatra se haría un banquete analizando el porqué de tan curiosa sensación, sobre todo porque mi malhumor era más parecido a la impaciencia y la ansiedad que al enojo, para el cual ciertamente no encontraría motivos razonables.
Podría decir que oír un mensaje grabado provoca en mí una especie de caos neuronal. Me inquieta escuchar la voz de alguien diciéndome algo que en el preciso instante en que lo escucho ya es pasado, ya no existe, ya se esfumó de mi presente.
Es algo así como una angustia existencial encarnada en el hecho de verme obligada a prestarle atención –y preocuparme, o en todo caso tener que ocuparme- de algo que ya fue, ya aconteció y parece volver a mí desde un lugar que se me figura  fantasmagórico y algo melancólico también.
Ni les cuento mi taquicardia cuando el mensaje denotaba cierta urgencia. No me refiero a nada grave, sino a frases como la siguiente: “¿Dónde estás? Te llamé a tu casa y me atendió el contestador; ahora intenté con el celular pero no te encuentro. ¿Me llamás, por favor?” Y a ese “por favor” yo ya lo oía como admonitorio, como el reto de un adulto a un niño desobediente.
Es probable que se tratara de una distorsión auditiva mía, porque mis ansias de ser cada vez más libre en todo me hacen sentir asfixiada ante el menor atisbo de lo que pudiera parecerse a un reclamo.
Y aquí me gustaría aclararles que no tengo ningún problema con los reclamos afectivos y afectuosos; por el contrario, siempre pienso que nutren y enriquecen a quien los hace y a quien los recibe. Pero por teléfono, y grabados, a mí –para qué negarlo- me sacan de quicio.
Así que tomé el ejemplo de mi amiga y grabé en mi celular un mensaje con el tono más agradable y simpático que encontré, haciendo a mis “llamadores” la misma solicitud de no dejar un mensaje grabado e invitándolos con mucha alegría a encontrarme en otros espacios virtuales.
Porque el mail y el mensaje de texto me brindan en muchas ocasiones la distancia temporal y espacial que necesito para responder lo que quiero, sin atolondrarme ni forzarme a seguir ritmos que no son los míos.
Una persona de mi familia, muy cercana y muy querida, me reprochó esta decisión, preguntándome qué sucedería si ella tuviera una urgencia y necesitara encontrarme.
Le expliqué dos cosas. Primero: que aunque efectivamente hubiera una urgencia, si yo no atendiera el teléfono al instante, su mensaje me llegaría de todas maneras después de acontecida la urgencia. Y segundo, que como tengo identificador de llamadas, si yo veo que es ella quien me llama y por algún motivo no puedo o no quiero atender el teléfono en ese momento, le devolveré la llamada en cuanto me sea posible.
Un médico que conozco suele decir a viva voz: ¡”Reivindico mi derecho a estar inaccesible por un rato!” y yo hoy me sumo apasionadamente a esa reivindicación. Siempre me agobió el “Llame ya”; lo último que quiero para mi vida es la consigna “Atiéndame ya”.
Queridos oyentes, me encantaría saber qué les pasa a ustedes con los mensajes en el contestador, si es que les pasa algo. ¿Escuchan todos los mensajes de sus contestadores? ¿Les gusta, les es indiferente o les pesa escucharlos?
Clarina Pertiné

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