Quería
compartir con ustedes, a modo de confidencia y con carácter de desahogo, una
situación que me genera sentimientos encontrados. Ya verán por qué.
Resulta
que hace un tiempo llamé a una amiga mía por teléfono a su celular, y me
atendió un contestador en el que con mucha amabilidad me invitaba a no dejar un
mensaje de voz, y en cambio escribirle un mensaje de texto o mandarle un mail,
cuya dirección hacía constar claramente.
Como
si me hubiera iluminado un destello divino, pronuncié un “¡Eureka!” interior y
me sentí feliz, porque sin saberlo, mi amiga acababa de darme la solución a un
problema que yo tenía instalado en el inconsciente pero que hacía rato pugnaba
por salir.
Podía
darme cuenta, por ejemplo, de que percibía un malestar difuso e inexplicable
cada vez que debía escuchar los mensajes de voz que la gente dejaba en mi
celular. Ojo que estoy hablando de personas a las que amo, otras a las que aprecio
y algunas más que por lo menos merecen mi respeto.
Sin
embargo, escuchar mensajes en el teléfono me producía cierta desazón. Un
psiquiatra se haría un banquete analizando el porqué de tan curiosa sensación,
sobre todo porque mi malhumor era más parecido a la impaciencia y la ansiedad
que al enojo, para el cual ciertamente no encontraría motivos razonables.
Podría
decir que oír un mensaje grabado provoca en mí una especie de caos neuronal. Me
inquieta escuchar la voz de alguien diciéndome algo que en el preciso instante
en que lo escucho ya es pasado, ya no existe, ya se esfumó de mi presente.
Es
algo así como una angustia existencial encarnada en el hecho de verme obligada
a prestarle atención –y preocuparme, o en todo caso tener que ocuparme- de algo
que ya fue, ya aconteció y parece volver a mí desde un lugar que se me
figura fantasmagórico y algo melancólico
también.
Ni
les cuento mi taquicardia cuando el mensaje denotaba cierta urgencia. No me
refiero a nada grave, sino a frases como la siguiente: “¿Dónde estás? Te llamé
a tu casa y me atendió el contestador; ahora intenté con el celular pero no te
encuentro. ¿Me llamás, por favor?” Y a ese “por favor” yo ya lo oía como
admonitorio, como el reto de un adulto a un niño desobediente.
Es
probable que se tratara de una distorsión auditiva mía, porque mis ansias de
ser cada vez más libre en todo me hacen sentir asfixiada ante el menor atisbo
de lo que pudiera parecerse a un reclamo.
Y
aquí me gustaría aclararles que no tengo ningún problema con los reclamos
afectivos y afectuosos; por el contrario, siempre pienso que nutren y
enriquecen a quien los hace y a quien los recibe. Pero por teléfono, y
grabados, a mí –para qué negarlo- me sacan de quicio.
Así
que tomé el ejemplo de mi amiga y grabé en mi celular un mensaje con el tono
más agradable y simpático que encontré, haciendo a mis “llamadores” la misma
solicitud de no dejar un mensaje grabado e invitándolos con mucha alegría a
encontrarme en otros espacios virtuales.
Porque
el mail y el mensaje de texto me brindan en muchas ocasiones la distancia
temporal y espacial que necesito para responder lo que quiero, sin atolondrarme
ni forzarme a seguir ritmos que no son los míos.
Una
persona de mi familia, muy cercana y muy querida, me reprochó esta decisión,
preguntándome qué sucedería si ella tuviera una urgencia y necesitara
encontrarme.
Le
expliqué dos cosas. Primero: que aunque efectivamente hubiera una urgencia, si
yo no atendiera el teléfono al instante, su mensaje me llegaría de todas
maneras después de acontecida la urgencia. Y segundo, que como tengo
identificador de llamadas, si yo veo que es ella quien me llama y por algún
motivo no puedo o no quiero atender el teléfono en ese momento, le devolveré la
llamada en cuanto me sea posible.
Un
médico que conozco suele decir a viva voz: ¡”Reivindico mi derecho a estar
inaccesible por un rato!” y yo hoy me sumo apasionadamente a esa
reivindicación. Siempre me agobió el “Llame ya”; lo último que quiero para mi
vida es la consigna “Atiéndame ya”.
Queridos
oyentes, me encantaría saber qué les pasa a ustedes con los mensajes en el
contestador, si es que les pasa algo. ¿Escuchan todos los mensajes de sus
contestadores? ¿Les gusta, les es indiferente o les pesa escucharlos?
Clarina Pertiné
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