No sé si
les llegó alguna vez una presentación de Caloi sobre la mujer ideal. Me
gustaría compartirla con ustedes, aún a sabiendas de que pierde mucho de su magia
el hecho de no poder ver los dibujos de este genial artista.
Se llama,
de hecho, “La mujer ideal” y dice así:
Hice la
lista de todas las mujeres que hay.
Eliminé en
primer término a los travestis,
Borré a las
muy flacas, muy gordas, a las rubias y a las pelirrojas.
Después a
las maniáticas de la limpieza,
A las que
fuman y a las que usan perfume muy fuerte
(a mí me
gusta que la mujer huela a sí misma).
Suprimí a
las que hablan mucho, a las que no hablan…
Quedaron muy
pocas, muy pocas.
Taché las
que dicen a cada instante “o sea”, “dale” y “es como que”.
A las que
cuando algo les gusta, dicen: “es un divino”.
A las que
tienen tobillos muy gruesos, y a las que no aceptan que uno mire fútbol.
Quedaron
dos…
Puse como
condición que ninguna fuera mi mamá.
Quedó una…
Me acerqué a
ella corriendo y le dije:
“Vos sos la
mujer de mi vida”.
Pero ella me había eliminado hacía rato de su lista, cuando
tachó a aquellos estúpidos que creen que existe la mujer ideal y que ésta,
encima, los está esperando con los brazos abiertos.”
Interesante,
¿no?
Es cierto
que hay mujeres ideales, hombres ideales, padres, trabajos, países ideales. Hay
ideales de todo tipo. Hay ideales de belleza, de justicia, de amor, de amistad
y de cuantas cosas podamos valorar como buenas. Pero no son de ahora, no son
modernos. Han cambiado, por supuesto, pero reemplazando a otros ideales sobre
la perfección de las cosas que a lo largo de la historia hemos ido construyendo
los seres humanos como representaciones mentales.
Y hubo
alguien, allá por el siglo IV AC, que habló de ideas perfectas y que dio pie a
toda la cultura occidental. Me refiero a Platón.
Muy sintéticamente,
les cuento que Platón creía que la verdadera realidad no es aquella que podemos
captar con nuestros sentidos, sino aquella que podemos captar con nuestra
inteligencia. Hay entonces, según este filósofo, una realidad sensible y una realidad inteligible, que conforman dos mundos.
¡Pero ojo!
Para Platón el verdadero es el mundo de las Ideas: el mundo sensible es solo una copia, más o menos perfecta, en
tanto su contenido se acerca en mayor o menor medida al mundo ideal.
Por eso,
cuando hablamos del amor platónico, nos estamos refiriendo a un amor perfecto,
no contaminado por las miserias de la vida cotidiana. Un amor que no conoce de
celos, de egoísmos ni de las continuas rispideces que genera la convivencia. La
idea del amor, o el amor ideal, para Platón, es aquel amor verdadero, perfecto,
del cual se pueden predicar todos los atributos del amor.
Ahora, ¿qué
piensan que hubiera dicho Platón sobre la mujer ideal? ¿Hubiera coincidido con Caloi?
Quizás se hubieran encontrado en ese instante en el cual el protagonista de la
breve historieta retrocede del cuadro cabizbajo, todavía atontado por el
rechazo de la mujer que había alcanzado las expectativas de todas sus
pretensiones.
Pero tal
vez Platón le hubiera explicado que encontrar a la mujer ideal o acceder al
mundo de las Ideas implica un camino arduo, un ascenso que sólo el filósofo es
capaz de realizar. Más que hacer una lista de cualidades, pretender la
existencia de un mundo de Ideas conforma una teoría que tiene consecuencias
ontológicas y éticas que aún hoy, después de tantos siglos, se cuelan en
nuestras representaciones en forma inconsciente.
Y quizás
también le hubiera dicho que aún cuando la mujer ideal exista, no es en este
mundo donde debe buscarla. Que mejor mire a un costado y al otro o que mire
hacia el frente, donde seguramente habrá alguien menos ideal pero más posible, menos
perfecto pero más concreto y, sobre todo, con mucho pero mucho menor carga de
incertidumbre y ansiedad que la que nos genera correr detrás de los fantasmas
inalcanzables de los ideales.
Los invito a contarnos
sobre sus ideales. ¿Los tienen? ¿Los han tenido y los perdieron? ¿Los persiguen
muy a menudo? ¿Creen que es posible encontrar al hombre o a la mujer ideal?Natalia Peroni
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