Hoy me gustaría invitarlos a imaginar conmigo una adaptación
libre de la Parábola del Hijo Pródigo. Seguramente la conocen o la habrán oído
pero vale la pena perder unos segundos reconstruyendo el argumento. Un padre
tiene dos hijos, el menor de ellos un día le pide su parte de la herencia, la
malgasta y vuelve arrepentido a la casa de su padre que lo recibe con brazos
abiertos y ordena preparar una fiesta para su bienvenida. El mayor de los
hijos, en cambio, lo recibe con algo de resentimiento y enojo.
La reflexión de este párrafo del evangelio de San Lucas de
acuerdo con un enfoque teológico, la dejo en manos de aquellos que gozan de la
sabiduría del alma que es la fe. La interpretación cristiana de esta parábola nos habla de un
Padre misericordioso, que perdona y se regocija de haber recuperado su hijo que
consideraba perdido.
Pero podríamos jugar con otras interpretaciones.
Adaptaciones libres al estilo de una obra clásica que se podría recrear en los
teatros porteños del circuito under. Podríamos pensar en el personaje con menos
espacio en la parábola tradicional y transformarlo en protagonista. Protagonista
de un guión cuyo título sería Los hijos no-pródigos.
Podrían ser, en el ámbito político, aquellos afiliados a un
partido, por ejemplo. Aquellos a quienes los candidatos en época de campaña no
les hablan, no les prometen. Porque son votos seguros.
O quizá los contribuyentes que pagan los impuestos
puntualmente. Aquellos que ven con asombro como se benefician con una moratoria
los que gozan de los beneficios de los servicios públicos sin importarles
quienes los sostienen.
O podríamos pensar,
también, en los abonados de un servicio de cable, o teléfono celular. Que pagan
una cuota más cara que aquella que le es prometida a todos los posibles nuevos
clientes.
También, por qué no, podríamos pensar en una historia
familiar, como la de la Biblia. Donde hay hijos cuya crianza es más fácil. Esos
hijos que no repiten, que vuelven a la hora que les pedimos y que ayudan a
levantar la mesa
El protagonista de este guión podría ser alguien como vos,
que vas a trabajar todos los días. Que transitas la facultad con sus altos y
bajos y lográs obtener un título. Que pones
el lavaropa a la mañana y planchas a la tarde. A vos que estas cansado,
como que no, pero no tenes demasiado tiempo para darte cuenta ni siquiera de
eso.
Vos serías el protagonista de esta historia, la de los hijos
no-pródigos. De esa historia, te quiero contar el final. No va a haber
papelitos de colores. Ni demasiados aplausos. No vas a tener una fiesta en tu
honor ni serás vestido con galas. No habrá un banquete regado de buen vino en
el último capítulo. Solo la certeza de que cumpliste con tu deber.
Porque los caminos rectos muchas veces se confunden con la
normalidad. Y la normalidad carece de eventos grandilocuentes. Está poblada de
detalles mínimos que tienen como telón de fondo la responsabilidad.
Como la ruta de la felicidad, que se aparece de a ratos
porque es esquiva. Pero que al final del camino, que es el final de la vida, puede darte la
seguridad de haber tenido una vida feliz.
Como este guion, que cuenta la historia de los que no
volvieron, porque nunca se fueron. Aquellos que no tuvieron mucha oportunidad
de festejo porque no había tiempo. O lo había, y decidieron utilizarlo para
cumplir las obligaciones de todos los días.
La historia de aquellos a quienes no les hablan los
candidatos, los que pagan los impuestos, los que son poco mirados por sus
mayores, que son a veces mal atendidos por las empresas. Que no decaiga, les
diría desde este espacio.
Sirvan estos minutos de homenaje a todos los hijos
no-pródigos que espero algún día puedan ser protagonistas de un cuento, una
parábola o un best-seller. Aunque parezca poco, hoy solo son protagonistas de
sus buenas vidas. Y su nombre aparece reflejado con letras de molde en el corazón
de todos aquellos que hacen lo que es debido.
Animo y adelante! Natalia Peroni
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