Hoy
quiero compartir con ustedes una risueña reflexión que inicié hace unos días,
cuando me puse a releer uno de los libros de la genial escritora y dibujante argentina
Maitena Burundarena.
El
libro en cuestión se llama “Curvas peligrosas” y refleja magistralmente las múltiples
facetas del mundo femenino. Más allá de mi expresa admiración por esta artista,
cuya impronta reúne la profundidad de sus observaciones con un humor agudo y
sutil, creo sinceramente que no debe existir una sola mujer que no se sienta
identificada con algunas de las situaciones que describe Maitena.
Una
de las páginas se titula “Cuando la ansiedad te tiene en sus brazos”, y
muestra, a lo largo de nueve ilustraciones –cada una con el comentario
correspondiente de la autora- ciertas escenas en las que tanto mujeres como
hombres se vuelven presas inevitables de una mortal ansiedad.
Les
cuento los ejemplos que pone Maitena:
1) Tirar del papel de la
impresora antes de que termine de salir.
2) Arrancar antes de que el
semáforo cambie.
3) Abrir el microondas antes de
que suene.
4) Seguir cliqueando el mouse
mientras espera el relojito.
5) Pararse en el pasillo antes
de que el avión se detenga.
6) Espiar el final del libro
antes de terminarlo.
7) Seguir llamando al ascensor
cuando ya marcó que viene.
8) Tirar del botón del inodoro
antes de terminar con lo que fuimos a hacer al baño.
9) Verificar que el teléfono
funciona cuando te dijo: “Te llamo”.
Les
juro que cada vez que estoy con el ánimo bajo por algún motivo, abro cualquier
libro de Maitena en cualquier página y empiezo a reírme a carcajadas.
¡No
me digan ustedes que no pertenecen a alguna de las categorías de ansiosos que
mencioné recién! Yo debo confesarles que estoy en casi todas, y podría agregar
varios ejemplos a la lista de Maitena.
Lo
paradójico, cuando pienso en mis diversas ansiedades, es que soy, por otro
lado, muy pero muy paciente, sobre todo con los demás. Tiendo indefectiblemente
a justificar, comprender y disculpar los yerros ajenos, en una medida algo
excesiva, según he descubierto y aprendido hace no mucho tiempo, después de
algunas sesiones de terapia sumamente reveladoras.
Pero
quizás no haya tal paradoja, y se pueda ser a la vez ansioso, paciente y feliz.
¿Por qué no?
Les
cuento algunas situaciones que me generan ansiedad:
·
Fijar
los ojos en los botones del ascensor mientras subo a un piso alto. ¡Se me hace
eterno el trayecto! Pero aunque intente distraerme mirándome en el espejo o
espiando de reojo a mis eventuales compañeros de encierro, vuelvo
irremediablemente a los botones, y tengo la sensación de que el ascensor va
cada vez más lento. ¡Una tortura!
·
Esperar
a que se llene la bañadera cuando me preparo un baño de inmersión. Se me figura
que la bañadera es una pileta olímpica, y lo peor es que no puedo recurrir al
truco de hacer otras cosas mientras se llena, porque ya he inundado varias
veces mi baño al olvidar alegremente las canillas abiertas, en mi denodado
esfuerzo por aplacar mi ansiedad. Huelga aclarar que además de ansiosa soy
distraída. Combinación fatal a la hora de prevenir accidentes domésticos.
·
Aguardar
la devolución de mi tarjeta por parte del cajero automático. Siempre temo que
mi pobre tarjeta sea devorada por ese frío artefacto, que emite una serie de
sonidos algo escalofriantes antes de decidirse a entregarme lo que es mío. Como
si me estuviera advirtiendo, en su robótico idioma, que la próxima vez no será
tan benévolo y la fagocitará. Suelo salir casi corriendo de los cajeros
automáticos. Pensándolo bien, más que ansiedad me dan miedo.
Y a
ustedes, queridos oyentes, ¿en qué situaciones los tiene en sus brazos la
ansiedad? ¿Qué suelen hacer al respecto? ¿Cómo viven el hecho de ser personas
ansiosas?
¡No
sigo con las preguntas para no aumentar la ansiedad que tengo de escuchar sus
respuestas!
Clarina Pertiné
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