Hoy les propongo pensar un poco
en la memoria de la mano de Funes Ireneo , el personaje orillero del cuento de
Borges “Funes el memorioso”
¿Existió realmente Funes
Ireneo o es sólo un personaje de
ficción?. Esta pregunta cabe si pensamos en el estrecho límite donde juega
Borges en alguno de sus cuentos, entre la ficción y la realidad, límite que a
veces parece difuso.
En un primer momento el cuento
puede llevarnos, como lectores, a confundir el personaje del relato con Borges.
Borges es, por momento, el cuentista y Funes al mismo tiempo. Recordemos que el
cuento narra la historia de un peón de campo quien perdida la capacidad de
olvidar a causa de un accidente, yace inmovilizado en su lecho de enfermo. No poder
olvidar significa recordar todo, hasta los mínimos detalles por eso Funes dice
que su memoria es un “vaciadero de basuras”.
No poder olvidar, recordar todo,
es según Borges, la causa por la cual Funes Ireneo no puede pensar. “Pensar es
olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”, dice el narrador sobre su
personaje, a la vez admirado y denostado en diversos pasajes del cuento.
Poder olvidar es también, poder
dormir. Funes casi no podía dormir. El sueño y el olvido son dos caras de una
misma moneda para Borges. Curiosamente, después de un período de su vida en la
que lo atormentó el insomnio, escribió este cuento, dotando a su personaje de
una memoria absoluta, incapaz de perder el detalle más pequeño de todo cuanto
ocurría a su alrededor. “No sólo le
costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos
dispares de diversos tamaños y de diversa forma; le molestaba que el perro de
las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de
las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias
manos, lo sorprendían cada vez”, dice Borges de Ireneo.
¿Se imaginan por un momento como
sería vivir sin poder olvidar? ¿Se imaginan cómo sería no dormir? Si consideramos
el sueño como un depurador de recuerdos
(sólo quedan en nuestra mente lo importante o lo más impresionante que nos haya
sucedido), al no dormir no eliminamos recuerdos, es decir, no tenemos la
capacidad de olvidar muchas cosas con las que no podríamos vivir.
Seríamos conscientes, por ejemplo,
de los signos de envejecimiento que día a día se reflejan en nuestro cuerpo. Recordaríamos
todos y cada uno de los momentos del día, con la cual la evocación del día
anterior nos tomaría un día entero. ¿Podríamos por ejemplo, volver a tener un
hijo si recordamos con exactitud los dolores de parto, las noches sin dormir y
las innumerables veces que nos preocupamos por su salud? ¿Saldríamos a la calle
si no pudiéramos olvidar el caos que nos espera en esta ciudad una vez
traspuesta la puerta de nuestro hogar?
Y tantas otras cosas. Habría
cosas grandiosas, con seguridad. Funes, por ejemplo, había aprendido luego de
su accidente varios idiomas. Había creado un sistema de numeración donde a cada
número le correspondía una cosa diferente y en pocos días había llegado hasta
el 24.000 antes de abandonarlo por parecerle muy ambiguo. Recordaba cada hoja
de cada árbol de un bosque entero.
Pero creo que, en definitiva, el
balance no sería positivo. Porque para ser felices, para disfrutar de algunos
pocos o muchos momentos de felicidad, tenemos que olvidar aquello que nos
angustia o nos entristece. Tenemos que olvidar también las veces que nos
equivocamos para poder animarnos a hacer cosas nuevamente. Olvidar también el
dolor que nos hayan provocado algunas ofensas para poder perdonar o reparar de
alguna forma los vínculos con nuestros seres queridos.
Y cada noche, dejar nuestros
pensamientos de lado y olvidarnos por unas cuantas horas de todo, durmiendo ese
sueño maravilloso de la mayoría de nosotros, que afortunadamente podemos olvidar.
Natalia Peroni
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