lunes, 19 de noviembre de 2012

¿Qué elegirías?


Hoy quiero contarles algo que sucede habitualmente en mi casa, en mi familia: uno de mis hijos, llamado Iván, que tiene 18 años, suele lanzarnos algunas preguntas que no llego a saber si elucubra con tiempo o si se le cruzan por la mente y las libera tal como se le van ocurriendo.
La cuestión es que Iván plantea dos extremos entre los cuales tenemos que elegir, sin matices de ningún tipo. Por ejemplo: ¿Qué preferís: vivir sin dulce de leche o sin queso? Yo, que no concibo la vida sin dulce de leche, me veo en ese caso obligada a prescindir del queso, aunque con un dolor inenarrable, ya que también me encanta.
Y como las respuestas son distintas según los gustos de los destinatarios de las preguntas de Iván, inmediatamente se generan discusiones de lo más ardientes acerca del grado de locura que necesariamente debe tener una persona capaz de renunciar al dulce de leche o al queso, según sea el caso.
Iván, incansable y ocurrente, sigue con sus preguntas: Si tuvieras que elegir entre el mar o el río, ¿con qué te quedarías? ¿El pasto o la arena? ¿Los libros o los deportes? ¿Los helados o el choripán?
En fin, nos divertimos bastante angustiándonos por esas tremendas elecciones virtuales que nos permiten algo y nos quitan para siempre la posibilidad de otra cosa, que no necesariamente es su opuesto, sino algo elegido por Iván con criterio no muy filosófico que digamos.
El otro día, mientras poníamos la mesa, nos espetó un: ¿Qué elegirían: una temperatura de 33 grados o de 0 grados centígrados para toda la vida?
Me pareció totalmente obvio que la respuesta razonable –y por lo tanto universal- era: 33 grados. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría pensar en vivir para siempre con 0 grados centígrados, si pudiese elegir? pensaba yo, que soy súper friolenta y sufro con menos de 20 grados.
Pero, para mi sorpresa, los demás miembros de mi familia lo pensaron cuidadosamente. Las respuestas fueron variadas.
Ahí se me presentó, una vez más, la verdad de Perogrullo que en ocasiones olvido: cada persona es un mundo único de pensamientos, sentimientos, valores y gustos personales. Algunas cuestiones se pueden discutir y otras, simplemente se deben aceptar. Cuáles discutir y cuáles aceptar, esa es la cuestión. Pero es una cuestión que no resolveremos aquí, en este espacio, porque “De buenas a primeras” es un lugar donde preferimos plantear preguntas y escuchar las respuestas de ustedes, nuestros oyentes.
Cuando Iván nos preguntó sobre los 33 grados o 0 grados y habiéndome sorprendido por las diferentes respuestas, me quedé pensando en lo maravillosa que es la diversidad, si la sabemos apreciar y valorar. Yo les confieso que en muchas oportunidades doy algunas respuestas por sentadas, por considerarlas obvias –no solamente las respuestas a las preguntas que formula Iván, sino también a las que inexorablemente nos plantea la vida-.
Sin embargo, intento flexibilizarme, comprender, ponerme en el lugar del otro, ver las cosas desde su mirada. No siempre lo logro, por supuesto, pero lo que sí puedo decirles es que ya el ejercicio en sí, vale la pena.
De paso, para fundamentar mi opción irrenunciable por el verano por sobre el invierno, les cuento que soy una persona que funciona a energía solar. A mí la primavera y el verano me fascinan, me hacen sentir más vital, más alegre, más entusiasta y optimista, más feliz, en definitiva.
Adoro los aromas del verano: el perfume del pasto mojado, el de los jazmines, el del yodo del mar, el de la lluvia estival cuando se anuncia, el del humo de un asado.
Amo cómo brillan bajo el sol los colores de todas las cosas y las miradas de la gente. Disfruto los días larguísimos y las noches cortas, despertarme con el sonido de los pájaros que cantan en el árbol que hay frente a mi ventana. Me encanta la ropa liviana y el sol en la piel.
Pero, como siempre redescubro que cuando me abro a las experiencias de los demás suelo volverme un poco más sabia, estoy segura de que podré comprender y maravillarme también frente a todos los que elegirían 0 grados.
Y me gustaría saber qué es lo que más aman del invierno, porque claramente tiene su encanto. También son bienvenidos los amantes del verano para exponer sus razones, claro está, pero no quiero que se me acuse de traer agua para mi molino.
Así que ustedes, queridos oyentes ¿33 grados toda la vida o 0 grados toda la vida? ¿Por qué?
Clarina Pertiné

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