Hoy
quiero contarles algo que sucede habitualmente en mi casa, en mi familia: uno
de mis hijos, llamado Iván, que tiene 18 años, suele lanzarnos algunas
preguntas que no llego a saber si elucubra con tiempo o si se le cruzan por la
mente y las libera tal como se le van ocurriendo.
La
cuestión es que Iván plantea dos extremos entre los cuales tenemos que elegir,
sin matices de ningún tipo. Por ejemplo: ¿Qué preferís: vivir sin dulce de
leche o sin queso? Yo, que no concibo la vida sin dulce de leche, me veo en ese
caso obligada a prescindir del queso, aunque con un dolor inenarrable, ya que
también me encanta.
Y
como las respuestas son distintas según los gustos de los destinatarios de las
preguntas de Iván, inmediatamente se generan discusiones de lo más ardientes
acerca del grado de locura que necesariamente debe tener una persona capaz de
renunciar al dulce de leche o al queso, según sea el caso.
Iván,
incansable y ocurrente, sigue con sus preguntas: Si tuvieras que elegir entre
el mar o el río, ¿con qué te quedarías? ¿El pasto o la arena? ¿Los libros o los
deportes? ¿Los helados o el choripán?
En
fin, nos divertimos bastante angustiándonos por esas tremendas elecciones
virtuales que nos permiten algo y nos quitan para siempre la posibilidad de
otra cosa, que no necesariamente es su opuesto, sino algo elegido por Iván con
criterio no muy filosófico que digamos.
El
otro día, mientras poníamos la mesa, nos espetó un: ¿Qué elegirían: una
temperatura de 33 grados o de 0 grados centígrados para toda la vida?
Me
pareció totalmente obvio que la respuesta razonable –y por lo tanto universal-
era: 33 grados. ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría pensar en vivir para
siempre con 0 grados centígrados, si pudiese elegir? pensaba yo, que soy súper
friolenta y sufro con menos de 20 grados.
Pero,
para mi sorpresa, los demás miembros de mi familia lo pensaron cuidadosamente.
Las respuestas fueron variadas.
Ahí
se me presentó, una vez más, la verdad de Perogrullo que en ocasiones olvido:
cada persona es un mundo único de pensamientos, sentimientos, valores y gustos
personales. Algunas cuestiones se pueden discutir y otras, simplemente se deben
aceptar. Cuáles discutir y cuáles aceptar, esa es la cuestión. Pero es una
cuestión que no resolveremos aquí, en este espacio, porque “De buenas a
primeras” es un lugar donde preferimos plantear preguntas y escuchar las
respuestas de ustedes, nuestros oyentes.
Cuando
Iván nos preguntó sobre los 33 grados o 0 grados y habiéndome sorprendido por
las diferentes respuestas, me quedé pensando en lo maravillosa que es la
diversidad, si la sabemos apreciar y valorar. Yo les confieso que en muchas
oportunidades doy algunas respuestas por sentadas, por considerarlas obvias –no
solamente las respuestas a las preguntas que formula Iván, sino también a las
que inexorablemente nos plantea la vida-.
Sin
embargo, intento flexibilizarme, comprender, ponerme en el lugar del otro, ver
las cosas desde su mirada. No siempre lo logro, por supuesto, pero lo que sí
puedo decirles es que ya el ejercicio en sí, vale la pena.
De
paso, para fundamentar mi opción irrenunciable por el verano por sobre el
invierno, les cuento que soy una persona que funciona a energía solar. A mí la
primavera y el verano me fascinan, me hacen sentir más vital, más alegre, más
entusiasta y optimista, más feliz, en definitiva.
Adoro
los aromas del verano: el perfume del pasto mojado, el de los jazmines, el del
yodo del mar, el de la lluvia estival cuando se anuncia, el del humo de un
asado.
Amo
cómo brillan bajo el sol los colores de todas las cosas y las miradas de la
gente. Disfruto los días larguísimos y las noches cortas, despertarme con el
sonido de los pájaros que cantan en el árbol que hay frente a mi ventana. Me
encanta la ropa liviana y el sol en la piel.
Pero,
como siempre redescubro que cuando me abro a las experiencias de los demás
suelo volverme un poco más sabia, estoy segura de que podré comprender y
maravillarme también frente a todos los que elegirían 0 grados.
Y
me gustaría saber qué es lo que más aman del invierno, porque claramente tiene
su encanto. También son bienvenidos los amantes del verano para exponer sus
razones, claro está, pero no quiero que se me acuse de traer agua para mi
molino.
Así
que ustedes, queridos oyentes ¿33 grados toda la vida o 0 grados toda la vida?
¿Por qué?
Clarina Pertiné
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