sábado, 10 de agosto de 2013

¿Quién me mandó?

Vos te preguntaste alguna vez quién te mando a meterte en algo? Algún curso, una carrera, una reunión a la salida del trabajo, una promesa de encuentro en un shopping un sábado a la mañana o cualquier otro evento que te mueva a preguntarte “¿a mi, quién me mandó?”.
Te propongo que pensemos en esto de buscar un responsable para cargar la culpa del tedio que nos provocan algunas actividades. O simplemente algo o alguien que nos exima de la responsabilidad de haber pretendido estirar nuestro tiempo, provocar cuellos de botella en nuestros horarios de por sí ajustados por las actividades de todos los días.
Generalmente asumimos compromisos sobre los cuales no tenemos mucho poder de decisión. Los horarios del trabajo, estudio o gimnasia generalmente nos vienen impuestos. El tiempo restante lo utilizamos para organizar nuestra casa, nuestra vida social y la de nuestra familia. Así transcurren nuestros días hasta que sin querer o queriendo, nos vemos involucrados en actividades que nos llevan a preguntarme ¿quién me mandó?
Ir a una reunión de consorcio y mágicamente, salir con un cargo en el consejo de administración. Hablar con un pariente lejano y programar un encuentro que hemos dilatado por unos cuantos años. Comprometerse con una amiga para ayudarla a elegir ropa para una fiesta a la cual no estamos invitadas. Ofrecerse a lavar el auto familiar el fin de semana, o ir a sacar entradas para el teatro al microcentro. ¿Quién nos manda?
Cuando podemos elegir y claramente lo hacemos contra nuestros deseos de una vida tranquila, ¿quién nos manda? O mejor dicho ¿por qué en esas situaciones nos sentimos mandados cuando debiéramos experimentar esa misma sensación cada vez que ejercemos nuestro derecho a elegir?
Podríamos seguir indagando en este sentido, en el de nuestras elecciones, y pensar si somos realmente protagonistas de nuestro destino. ¿Cuánto hay de elección y cuánto de imposición en nuestro diario vivir? Pero también podemos pensar en una suerte de cadena de causas y efectos que hilvanan nuestras acciones.
De esta forma, poner el despertador a las 7 de la mañana puede no ser precisamente una elección pero si el de conservar un trabajo que nos permita tener un determinado ritmo de vida. Correr una hora en la cinta tampoco  no parece ser algo producto de una elección sino la esperanza de modelar nuestro cuerpo y tener una vida saludable. Pasar noches en vela con nuestros hijos responde al deseo y la elección de formar una familia o preparar una comida especial puede ser una excelente forma de agasajar a nuestros amigos.
Pero hay veces que no logramos hilvanar esas causas, o que suenan ridículas. Y nos es más fácil imaginarnos coaccionadas en nuestras elecciones, producto de la manipulación de alguien que nos gobierna.
¿Quién sería ese alguien? Quién, si no yo, sería responsable de mis acciones? Borges también se hizo esta pregunta, de la manera genial que solía hacérselas. Los últimos versos de su poema “Ajedrez” dicen:
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Si tenés la respuesta, la esperamos con ansia. Mientras tanto, seguiremos preguntándonos ¿quién nos mandó a hacer esto?
Natalia Peroni

No hay comentarios:

Publicar un comentario