Vos
te preguntaste alguna vez quién te mando a meterte en algo? Algún curso, una
carrera, una reunión a la salida del trabajo, una promesa de encuentro en un
shopping un sábado a la mañana o cualquier otro evento que te mueva a
preguntarte “¿a mi, quién me mandó?”.
Te
propongo que pensemos en esto de buscar un responsable para cargar la culpa del
tedio que nos provocan algunas actividades. O simplemente algo o alguien que
nos exima de la responsabilidad de haber pretendido estirar nuestro tiempo, provocar
cuellos de botella en nuestros horarios de por sí ajustados por las actividades
de todos los días.
Generalmente
asumimos compromisos sobre los cuales no tenemos mucho poder de decisión. Los
horarios del trabajo, estudio o gimnasia generalmente nos vienen impuestos. El
tiempo restante lo utilizamos para organizar nuestra casa, nuestra vida social
y la de nuestra familia. Así transcurren nuestros días hasta que sin querer o
queriendo, nos vemos involucrados en actividades que nos llevan a preguntarme ¿quién
me mandó?
Ir
a una reunión de consorcio y mágicamente, salir con un cargo en el consejo de
administración. Hablar con un pariente lejano y programar un encuentro que
hemos dilatado por unos cuantos años. Comprometerse con una amiga para ayudarla
a elegir ropa para una fiesta a la cual no estamos invitadas. Ofrecerse a lavar
el auto familiar el fin de semana, o ir a sacar entradas para el teatro al
microcentro. ¿Quién nos manda?
Cuando
podemos elegir y claramente lo hacemos contra nuestros deseos de una vida
tranquila, ¿quién nos manda? O mejor dicho ¿por qué en esas situaciones nos
sentimos mandados cuando debiéramos experimentar esa misma sensación cada vez
que ejercemos nuestro derecho a elegir?
Podríamos
seguir indagando en este sentido, en el de nuestras elecciones, y pensar si
somos realmente protagonistas de nuestro destino. ¿Cuánto hay de elección y
cuánto de imposición en nuestro diario vivir? Pero también podemos pensar en
una suerte de cadena de causas y efectos que hilvanan nuestras acciones.
De
esta forma, poner el despertador a las 7 de la mañana puede no ser precisamente
una elección pero si el de conservar un trabajo que nos permita tener un
determinado ritmo de vida. Correr una hora en la cinta tampoco no parece ser algo producto de una elección
sino la esperanza de modelar nuestro cuerpo y tener una vida saludable. Pasar
noches en vela con nuestros hijos responde al deseo y la elección de formar una
familia o preparar una comida especial puede ser una excelente forma de
agasajar a nuestros amigos.
Pero
hay veces que no logramos hilvanar esas causas, o que suenan ridículas. Y nos
es más fácil imaginarnos coaccionadas en nuestras elecciones, producto de la
manipulación de alguien que nos gobierna.
¿Quién
sería ese alguien? Quién, si no yo, sería responsable de mis acciones? Borges
también se hizo esta pregunta, de la manera genial que solía hacérselas. Los
últimos versos de su poema “Ajedrez” dicen:
Dios mueve al jugador,
y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de
Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y
sueño y agonía?
Si
tenés la respuesta, la esperamos con ansia. Mientras tanto, seguiremos
preguntándonos ¿quién nos mandó a hacer esto?
Natalia Peroni
No hay comentarios:
Publicar un comentario