viernes, 28 de junio de 2013

Sentires

Es entre pesos y liviandades como transcurren mis sentires.

Con ritmo desigual y a golpe de latidos.

A veces desbocados, frenéticos, insomnes.

A veces serenos, cadenciosos, amables como el recuerdo de un antiguo amor que ya no duele.

Siempre se arremolinan alrededor de mi alma.

En ocasiones, de tanto circundarla, terminan por cerrar un cerco que impide las huidas y entonces todo es grave.

Pesan la memoria y las palabras dichas u omitidas.

Pesa el corazón  anclado al acero impenetrable de las culpas.

La sinfonía de voces interiores se eleva, se expande como un vendaval y se convierte en un grito desgarrado y atroz que reclama silencio y soledad para llorar sus notas más discordes.

Pero otras veces –ah, sí, hay otras veces- los latidos recobran su magia.

Pueden tomarla prestada de un sentimiento de ternura o de alegría. También de la sensación ligera, casi etérea que surge de la emoción o de la euforia.

Pueden robársela a la luz. Poco importa si los tiñe de dorado o los cubre de plata, pues ni el día ni la noche detienen a los latidos, que palpitan por igual bajo soles y estrellas.

Como sea que ocurra el milagro de la liviandad, sé que acontece porque despega hacia el infinito todo cuanto puede soltarse.

Se desatan las amarras más duras, se eleva una canción o una plegaria, nace un amor nuevo, se engendra un poema o un hijo, comienza o concluye una batalla.


Y el corazón, liberado, estalla en mil partículas que, luego del prodigio, vuelven a unirse, al son de mis latidos, para marcar una vez más el compás indómito de los sentires de mi alma.
Clarina Pertiné

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