Si
ustedes como yo, escuchan radio en el auto mientras manejan, sabrán
disculpar que no haya podido retener el
sitio web donde podría haber chequeado estos datos que hoy quiero compartir en
este nuevo encuentro de De buenas a primeras.
Aparentemente,
según una encuesta bastante representativa, uno podría encontrarse en la calle
y reconocer el nombre de 150 personas que a su vez reconocerían el nuestro.
Estas 150 personas, que la encuesta denominada amigos, no tenían a veces
relación con aquellos amigos virtuales ni seguidores de redes sociales.
Solamente determinaba la cantidad media de personas que reconoceríamos por su
nombre y por quienes seríamos reconocidos.
Este
número, por otra parte, no parece caprichoso, o casual. Es una cantidad
razonable de personas con las cuales uno puede relacionarse socialmente de
manera más o menos cercana. De hecho, algunas tribus amish dividían la
comunidad cuando sus miembros alcanzaban este número para que pudieran seguir
creciendo dos comunidades separadas en forma más saludable. Hasta 200, por otro
lado, era el número recomendado para las compañías de guerra en algunos
ejércitos.
Me
puse entonces a pensar cuál era la cantidad de personas a quien yo reconocería
en la calle por su nombre y por quienes a su vez, sería nombrada. Mi familia,
que es numerosa, por supuesto. Conté unas 45 personas. Amigos que veo
asiduamente suman alrededor de 30 personas más. Del colegio, creo que no
reconocería a más de 6 o 7 habida cuenta la cantidad de años que pasaron desde que terminé esa etapa. Repasé otros
lugares de estudio por los cuales transité durante mi juventud y adultez, sumé
otras 30.
Lugares
de trabajo, clientes cercanos y compañeros de ruta en diversas actividades
profesionales sumaron otras 30 personas. Gimnasia y otras actividades
recreativas agregaron 8 personas a la lista.
Poco
más de 150 sin contar vecinos, amigos de mi hija, el sodero que concurre
puntualmente a mi casa los lunes y que seguramente me colocarían dentro de la
media de las personas en cuanto a su forma de relacionarse socialmente. No es
difícil estar en la media, pensé, por algo camino cómoda en la vida sintiéndome
a gusto con la mayoría de la gente.
Hay,
por supuesto, gente que reconozco en la calle aún sin saber su nombre. Conozco
los porteros de la cuadra, la cajera del supermercado, los chicos de la
estación de servicio y hasta algunos policías cuando permanecen en el barrio
por un tiempo.
Pero
esas 150 personas con las cuales hipotéticamente me encontraría en la calle y
sabría sus nombres y ellos el mío, esas 150 personas son una red de contención
que hace la diferencia entre vivir en Buenos Aires o en el exilio.
Más
o menos cercanas a mi estarían disponibles 150 pares de ojos que me mirarían
con más atención que a un desconocido, 150 pares de brazos que podrían sostenerme
con más o menos firmeza, 150 pares de orejas que me escucharían con más o menos
paciencia y 150 bocas que me darían una palabra de aliento.
150
amigos, más o menos cercanos, con quien podría sentarme a tomar un café. Porque
definitivamente creo que de quien recuerdo su nombre y por quien a su vez me
siento reconocida, de esa persona recibo una cuota de afecto que bien vale la
pena compartir con un café.
Les
propongo pensar en su red de contención; quizá, como yo, les provoque una
sonrisa pensar en la suerte de contar con un promedio de 150 personas para
saludar en la calle.
Natalia Peroni
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