viernes, 7 de junio de 2013

Programación para ser felices

Hoy les propongo que hablemos sobre el efecto que nos causa lo que vemos o escuchamos. Se me ocurrió compartir este tema con ustedes en relación a una noticia fea que leí en un diario. Era sobre un perro que había sido brutalmente vejado y maltratado. Lo primero que me pasó es que fruncí el ceño e hice un gesto de disgusto con la cara seguida por un encogimiento de hombros  y una exclamación como de dolor. Las malas noticias provocan una reacción hasta física en nosotros. Y si uno está constantemente expuesto a cosas malas comienza a sentir como un peso en los hombros, dureza en el cuello y un malestar general. Lo mismo ocurre si comenzamos a escuchar buenas noticias o ideas positivas. Nuestro cuerpo acusa recibo rápidamente de la felicidad o de la buena onda, como se dice en la actualidad. Fíjense qué pasa cuando están enamorados o cuando les dan un premio por algo o cuando los felicitan por un trabajo bien hecho o cuando les dicen un piropo. La sensación es que el pecho se hincha, pareciera que uno respira más profundo.  La sonrisa se dibuja en la cara y provoca que la gente que está alrededor nuestro lo note y muchas veces hasta pregunte qué nos está pasando que estamos tan lindos o tan contentos.  
Se han realizado diversos estudios en relación a cómo nos influye el ambiente o los factores externos. El psicólogo John Bargh realizó un experimento en relación a esto. Citó a una serie de personas y les dijo que les iba a tomar un test sobre lenguaje.  Les dio una lista de palabras para armar oraciones en el menor tiempo posible. Entremedio de otras estaban las palabras: preocupación, viejo, soledad, gris, bingo, Florida y arruga. Las personas que hicieron el test, al terminarlo, salieron caminando más despacio de lo que ingresaron.  En realidad lo que el psicólogo quería lograr al exponerlos a estas palabras era que las personas pensaran en estar viejos. Al ser expuestos durante un período de tiempo a estas palabras comenzaron a actuar “de viejos”.
Este mismo psicólogo realizó el experimento  con diferentes palabras. En una ocasión le dio a un grupo de estudiantes una lista para hacer oraciones con las palabras rudo, molestar, disturbio, intrusivo, agresivamente, arriesgado e infringir. Al salir del test debían pedirle información acerca de cómo seguir a una persona que se mostraba a propósito, ocupada,  charlando con alguien sin prestarles atención.  Los estudiantes “programados” con palabras de agresividad interrumpían de manera agresiva en 5 minutos promedio. Lo mismo se hizo con otro grupo de estudiantes pero con palabras de respeto y amabilidad y en un 82% no interrumpieron a su interlocutor.
El doctor Bargh comenta que uno no puede programar a una persona para que cuente sus cosas íntimas o revele secretos pero si se puede lograr que uno se predisponga  mentalmente de determinada manera. Se realizó otro experimento con jóvenes a los cuales se les tomó un test con preguntas pero primero se les pidió:  a un grupo que pensaran qué significaría ser un profesor y que lo escribieran. Al otro grupo le pidieron que pensaran y escribieran sobre los hooligans que son los barrabravas ingleses. Luego les tomaron el mismo test con 42 preguntas a cada uno. El primer grupo respondió bien las preguntas en un 56%, en cambio del segundo grupo sólo lo hizo bien  42%.
Lo más impresionante de estos experimentos es que en ningún caso las personas evaluadas se dieron cuenta de cuál era el experimento real y de cómo había afectado su comportamiento.  Malcolm Gladwell en su libro Blink,  donde cuenta estos experimentos, dice que el resultado de todos estos tests es por demás perturbador y significa que estamos mucho más susceptibles a las influencias externas de lo que creemos.  Que aquello que miramos o escuchamos o hasta las cosas que nos dicen nos influye.  Seamos conscientes de esto o no.
Lo mejor de esta investigación es que ahora lo sabemos.  Así que de alguna manera podemos controlarlo, entre comillas: cambiar de canal cuando escuchamos una noticia fea, decirle al otro que preferimos no escuchar la parte aterradora de un cuento, leer libros que nos hacen bien al alma, estar con gente positiva. No quiere decir negar la realidad que nos rodea sino rodearnos de cosas buenas y protegernos. Predisponernos,  como dice el doctor Bargh, para sortear mejor lo malo, alimentarnos de cosas para vivir mejor.

Y ustedes queridos oyentes ¿en qué grupo están? ¿Predispuestos para lo malo o lo bueno siempre les gana? 
Vicky Detry

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