Si
vos, del otro lado del micrófono, entendes lo que estoy diciendo ahora, es que
hablas español. O castellano, como yo y como otros 440 millones de personas que
con menor o mayor concentración entre los 5 continentes, hacen de esta su
lengua nativa o adquirida.
Pero quizá no sabías que el español, como las
otras lenguas romances, es una continuación
moderna del latín hablado (denominado latín vulgar), desde el siglo III, que tras el
desmembramiento del Imperio romano fue modificándose en otras variantes del latín. Su propagación en América hizo que esta lengua
romance en particular, cobrara mucha difusión hasta el punto de llegar a ser la
segunda más hablada del mundo. Debido a su expansión por América, el español es
la lengua romance que ha logrado mayor difusión.
Pensemos que el alemán
y el francés se incluirían en el grupo de las lenguas que tienen entre 50 y 100
millones de hablantes. Y los estudios de prospectiva están de acuerdo en que el
inglés, el español y el chino serán las tres lenguas de comunicación
internacional durante el siglo XXI.
La Academia Real
Española es una institución que se fundó en 1713 con el objetivo de “fijar las
voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y
pureza”. Su diccionario revela el significado de aproximadamente 88.000
palabras.
¿No es maravilloso
pensar que las 27 letras del alfabeto latino que se emplean para el idioma
español prohíjen tal cantidad de palabras? Si lo pensamos en fonemas son apenas
22, cinco de los cuales corresponden a vocales y 17 a consonantes que producen
un universo de sentidos comparable con el menos modesto de los sistemas
solares.
Sin embargo, alguien
está matando a las palabras. Algo está sucediendo con ellas. Día a día dejamos
de usarlas, caen en el olvido, suenan ridículas a nuestro oídos. Yo encontré el
asesino. Y lo vengo a denunciar.
Tiene forma de círculo y en su origen era
amarillo. Solo tenía dos ojos y una sonrisa dibujada. Y se hizo universalmente
popular. No son muchos los casos de asesinos seriales disfrazados de esta
manera que supieron ganar tanto cariño entre la gente. Estoy hablando del smile.
Pero hubiéramos podido
controlarlo, estoy segura, si solamente hubiera quedado en ese estadio. Solo
hubiera matado aquellas palabras que podríamos haber pronunciado para comunicar
alegría. Y aunque grave, esto no hubiera supuesto tan grande tragedia.
Per se multiplicó.
Como una peste. Y la carita amarilla guiño un ojo, para comunicar complicidad.
Ensanchó la sonrisa mostrando los dientes, para expresar el humor, agregó dos
manitos para mandar un abrazo, se puso un bonete para invitar a una fiesta, sacó
la lengua para burlarse, se dibujo pestañas para seducir o corazones en los
ojos para demostrar cariño. Se pintó los labios de rojo para mandar un beso,
frunció la boca para expresar decepción. Enarcó una ceja para expresar
desconcierto, frunció el ceño para ser sarcástico, se volvió verde si estaba
enfermo o rojo si quería trasmitir enojo y muchas, muchas otras variantes más.
Cambió su fisonomía
por completo y se transformó en flor, en mano, en reloj, corazón o torta con
velitas. Y confunde, seduce. Porque la celeridad con la que solemos escribir
los mensajes electrónicos hace que sea más fácil poner una carita que decir te
extraño. Porque nos da miedo la cursilería, quizá, y la disfrazamos de pelota
amarilla.
Pero de vos depende. Que no sigan muriendo
las palabras, que lo hacen de a miles todos los días. Usalas. No abuses de los
emoticons.
Natalia Peroni
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