Hoy
quiero compartir con ustedes una experiencia que viví hace unos días en un
grupo de mujeres que coordino, con quienes me reúno una vez por semana para
hablar de la Comunicación Saludable. En cada encuentro y entre todas, vamos
construyendo nuevos saberes y reciclamos antiguas herramientas de las que
dispone el alma, que siempre sirven para profundizar y renovar la vitalidad de
nuestros vínculos.
En
este encuentro particular sobre el que les cuento, les propuse a las mujeres
que cada una pensara en algún objeto que la representara. Un objeto que ellas
sintieran como parte importante de su identidad. Que las definiera en algún
aspecto muy personal.
Hicimos
unos minutos de silencio, con los ojos cerrados, para llevar ese objeto a
nuestra mente y así poder conectarnos con su forma, su color, su textura, su
sabor o cualquier otro rasgo que despertara nuestra memoria emotiva al
evocarlo.
Después
compartimos lo que habíamos pensado y sentido. Y así, entre mate y mate y en un
clima de intimidad y complicidad que nos arrancó sonrisas, lágrimas, carcajadas
y reflexiones de todos los colores, fuimos escuchándonos con absoluto respeto
-lo cual forma parte de nuestro compromiso permanente en este taller de
Comunicación Saludable- y conociéndonos más a través de los objetos que
habíamos elegido.
Para
una de ellas, el lápiz delineador de ojos, que llevaba siempre en su cartera,
era un objeto sumamente preciado que le recordaba sus 12 años, cuando una amiga
la había maquillado y ella se había sentido bella por primera vez en su vida;
una vida que había sido marcada tempranamente por el sufrimiento. Con los ojos
delineados y la mirada brillante, ella se miró al espejo y supo que esa nueva
mirada sobre sí misma la ayudaría a erguirse y dar pasos firmes en el futuro.
Así fue; por eso, tal como nos confesaba risueña, hoy en día no sale de su casa sin el
delineador.
Para
otra mujer, el celular representaba el universo de sus vínculos más cercanos y
queridos. Según sus palabras, el teléfono era el “lugar” donde habitaban sus
seres queridos, todos juntos, más allá de las distancias físicas que en
realidad los separaban. Ella nos explicaba que no necesitaba tanto llamarlos
permanentemente, sino llevarlos consigo “dentro” del celular.
Yo
les conté que hay un pequeño frasco de perfume que llevo siempre conmigo porque
amo su aroma. Mi olfato es agudísimo, y si pudiera condensar algunas fragancias
en botellitas, lo haría. Por ejemplo: el olor de la tierra mojada, el del
viento antes de una tormenta, el del pasto después de la lluvia, el de algunas
flores, como el jazmín, el de una prenda que se secó al sol, me llevan sin
escalas a momentos intensos y significativos de mi vida. Algunos son recuerdos
tristes y otros, muy alegres. Yo les decía a las mujeres que a todos los valoro
por igual y todos me emocionan, porque cada uno de ellos forma parte de la
trama con que fui tejiendo mi vida; y les recordaba también que esa trama es
tan única e irrepetible como la de cada una de ellas. Sin cada hilo, sin cada
nudo, no hubiera podido tejer la trama que me sostiene, me lanza al mundo cada
día y me envuelve cuando necesito protección. De modo que bendigo mi olfato,
mis recuerdos y mi trama, que es mi vida. Todas las mujeres se unieron a mi
bendición e incluyeron en ella sus propias tramas.
Luego
continuamos: el mate le recordaba a una de ellas la primera vez que había
aprendido a cebarlo para sus abuelos, que no eran sus abuelos biológicos sino
adoptivos, a quienes ella –ahora una mujer mayor- había amado con toda su alma,
aunque la historia de su adopción había estado signada por el dolor y el
abandono por parte de su familia de sangre.
A
otra de las mujeres, los dos anillos que lucía simbolizaban la época en que sus
manos habían constituido su gran orgullo por lo lindas y lozanas. La vida la
había enfrentado luego con la dureza del trabajo en el campo, pero entre todas
la alentamos a volver a dedicarles a sus manos un tiempo diario –aunque fuera
muy breve- de cuidado y de amor. Ella vio que esto era posible y volvió a
sonreír.
Queridos
oyentes, hoy les propongo llevar esta experiencia a sus familias o a sus grupos
de amigos. Es muy sencilla y les aseguro que es impresionante la profundidad de
las vivencias que suelen salir a la luz en el contexto de un grupo donde la
escucha atenta, la empatía y el respeto son los invitados de honor.
Y a ustedes ¿qué objetos
los representan y por qué? Clarina Pertiné
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