Ideal de belleza y
alienación
Ustedes se pusieron
a pensar alguna vez en los cánones estéticos que imperan actualmente en la
sociedad? Hoy les propongo repensarlos a partir de la evaluación y autoevaluación que hacemos de las personas a
partir de la apariencia física.
Para Castoriadis,
psicoanalista y filósofo griego contemporáneo, la institución es “una red simbólica,
socialmente sancionada, en la que se combinan, en proporción y relación
variable, un componente funcional y un componente imaginario”. Aquí aparecen
tres elementos importantes que deberíamos dilucidar: lo simbólico, lo funcional
y lo imaginario. Lo simbólico es la dimensión lingüística, tiene que ver con el
lenguaje.
Lo funcional se
relaciona con la dimensión instrumental de las instituciones, con su para qué. Por
último, lo imaginario se relaciona estrechamente con lo simbólico pero no se
identifica con él.
Lo importante es que
lo imaginario, a diferencia de lo simbólico que implica un componente
real/racional, se separa de lo real. Por ende, en el plano de las
instituciones, y en este caso nos estamos refiriendo a la institución
“belleza”, Castoriadis opone lo imaginario a lo funcional, como aquello que no
responde a necesidades reales de los seres humanos sino que parece escaparse a
toda racionalidad de medios y fines.
Este predominio de
lo imaginario por lo simbólico es lo que para Castoriadis supone la alienación
del individuo. Esto es, el olvido del
acto que dio origen a lo imaginario instituido, de modo que cobra realidad propia
e independiente de toda funcionalidad, lo que significa que lo imaginario, que
tiene sus raíces en prácticas sociales, se naturaliza y se vuelve
incuestionable.
Y bajo este
análisis quizá podamos comprender mejor algunas consecuencias que surgen en
aras de la búsqueda de ciertos modelos de belleza, como la flagelación del
propio cuerpo, a partir de una imagen degradada del mismo, o la discriminación
de otra persona por su aspecto físico.
Lo que queremos
destacar con estas observaciones es que la apariencia física es un criterio de
valoración, tanto de la propia persona como de otras. Ahora bien, este criterio
supone partir de ciertos parámetros para determinar lo que es una buena o una
mala apariencia. Existen en estas valoraciones un conocimiento implícito de lo
que es bello y de lo que no lo es. Pero lo más importante es que muchas veces
los juicios estéticos parecerían tener carácter apodíctico en tanto hay
personas de las cuales no se podría discutir su belleza o fealdad. Pensemos en ciertos
actores o actrices que atraen la atención de las revistas y programas llamados
“de chimento”, aquellos pueden gustar más o menos a cada persona, pero no se
dudaría de su belleza. Esto parecería dar cuenta de un cierto ideal de belleza,
absoluto y por ende incuestionable, que regula las acciones y juicios de las
personas. Habría ciertas características que conformarían el tipo de la persona
bella, de modo que alguien es más o menos bello de acuerdo a su proximidad con
ese tipo o ideal.
La pregunta que
esto plantea es: ¿quién establece este ideal de belleza a partir del cual se
establecen los juicios estéticos?. Los cánones estéticos de una sociedad
conforman una institución estética que los regula la cual en distintas épocas se manifiesta y
reproduce de distintas maneras.
Revistas, desfiles
de moda, programas de televisión: son todos ámbitos en donde se definen el
ideal de belleza humano. La asociación entre belleza y felicidad induce a las
personas a valorarse a si mismas a partir de los ideales impuestos por la
institución estética y a buscar acercarse a el. Los medios de lograr este
acercamiento están disponibles en el mercado, listos para el que tenga dinero
suficiente para adquirirlos. Lo trágico del asunto es que si, por ejemplo,
consideramos a la ropa como uno de estos medios, vemos lo efímero que pueden
llegar a ser, ya que lo que esta de moda cambia rápidamente, de modo que “estar
a la moda” implica una carrera interminable de adquisición de productos
distintos cada cierta cantidad de meses.
Lo que queremos
decir con todo esto es que, en tanto las personas asumen como evidentes y
naturales los parámetros de belleza que se les impone desde el mercado y
regulan sus acciones y juicios a partir de los mismos, estamos ante una
alienación de los individuos en la institución estética. .
Por suerte,
como dice Castoriadis, siempre hay lugar para la libertad humana a partir de la
cual es posible substraerse a la determinación, a veces tiránica, de ciertas
instituciones.Natalia Peroni
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