Hoy les propongo una reflexión sobre
la inspiración como cualidad fundamental de los líderes. Para ello voy a
compartir con ustedes fragmentos de un discurso que pronunció el Presidente
Theodore Roosevelt en la Sorbona de
París en 1910, cuyo nombre es “El hombre en la arena.”
“Conforme el país crece, su gente,
que ha tenido éxito en tantas áreas, vuelve hacia atrás para tratar de
recuperar las posesiones de la mente y el espíritu, que sus padres forzosamente
hicieron a un lado con el fin de librar de mejor manera las primeras batallas
duras por el continente que sus hijos heredarían. Los líderes de pensamiento y
de acción buscaron a tientas su camino hacia adelante hacia una nueva vida,
entendiendo, a veces poco, a veces con una clara visión, que la vida de
ganancias materiales, ya sea para una nación o para un individuo, tiene valor
solo como una base o fundamento, solo si es añadida a la elevación espiritual
que viene de la devoción a ideales más elevados.
Hoy, les voy a hablar sobre el tema
de la ciudadanía individual, un tema de vital importancia para ustedes, mis
oyentes, y para mí y mis compatriotas, porque ustedes y yo somos grandes
ciudadanos de grandes repúblicas democráticas. Una república democrática como
la nuestra – un esfuerzo para realizar un gobierno de sentido pleno por, de y
para el pueblo– representa el más gigantesco de todos los experimentos sociales
posibles, aquel lleno con grandes responsabilidades tanto para el bien como
para el mal. El éxito de repúblicas como la suya y la nuestra significa la
gloria, junto con nuestra incapacidad para desesperarnos, de la humanidad; y
para ustedes y para nosotros la cuestión de la calidad del ciudadano individual
es fundamental.
Bajo otras formas de gobierno, bajo el gobierno
de un hombre o de unos pocos hombres, la calidad de los líderes tiene toda la
importancia. Si, bajo tales gobiernos, la calidad de los gobernantes es
suficientemente alta, entonces las naciones llevarán una brillante carrera por
generaciones, y contribuirá sustancialmente a la suma de logros del mundo, sin
importar cuán baja sea la calidad del ciudadano promedio; ya que este es.
Pero con ustedes y nosotros el caso
es diferente. Con ustedes aquí, y con nosotros en nuestra propia casa, a largo
plazo, el éxito o el fracaso estará condicionado en la forma en que el hombre
promedio y la mujer promedio, cumplan con su deber, primero en los asuntos
ordinarios de todos los días, y después en aquellas grandes circunstancias
ocasionales que exigen virtudes heroicas. El ciudadano promedio debe ser un
buen ciudadano si nuestras repúblicas van a tener éxito. La corriente no se
elevará permanentemente más arriba que la fuente principal; y la fuente
principal de poder y grandeza nacional se encuentra en el ciudadano promedio de
la nación. Por lo tanto nos corresponde hacer lo mejor para ver que el estándar
del ciudadano promedio es mantenido en alto; y el promedio no puede ser
mantenido en alto a menos que el estándar de los líderes sea mucho más alto.
Dejen al hombre de entendimiento, el
hombre de ocio letrado, tengan cuidado ante esa tentación rara y barata de
posar ante sí mismo y ante los demás como un cínico, como el hombre que ha
superado las emociones y las creencias, el hombre para quien el bien y el mal
son uno. La manera más pobre de enfrentar la vida es con burla. Existen muchos
hombres que sienten un tipo de orgullo torcido en el cinismo; existen mucho que
se limitan a criticar la manera en que otros hacen lo que ellos mismos no se
atreven a intentar.
No es el crítico quien cuenta, ni el
que señala con el dedo al hombre fuerte cuando tropieza o el que indica en qué
cuestiones quien hace las cosas podría haberlas hecho mejor.
El mérito recae exclusivamente en el
hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo,
sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que se equivoca y falla el golpe
una y otra vez, porque no hay esfuerzo sin error y sin limitaciones.
El que cuenta es el que de hecho
lucha por llevar a cabo las acciones, el que conoce los grandes entusiasmos,
las grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa noble,
el que, si tiene suerte, saborea el triunfo de los grandes logros y si no la
tiene y falla, fracasa al menos atreviéndose al mayor riesgo, de modo que nunca
ocupará el lugar reservado a esas almas frías y tímidas que ignoran tanto la
victoria como la derrota.”
Hasta aquí el discurso. Y lanzo un
suspiro queridos oyentes y quedo en silencio. Los dejo reflexionando y les
pregunto: Y a ustedes ¿qué líderes los inspiran?
Vicky Detry
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