Hoy
les propongo recordar a un excelente escritor argentino, Macedonio Fernández. Vio
cambiar el siglo en una Buenos Aires en la cual se gestaba una generación
literaria prolífera. Junto a ellas, participó activamente en la redacción de revistas
de la vanguardia artística como Martín Fierro, en la cual colaboraba un Borges
recién llegado de Europa.
Escribió
novelas, cuentos, poemas, artículos periodísticos, ensayos filosóficos y textos
de naturaleza inclasificable. Ha ejercido una gran influencia sobre la
literatura argentina posterior. Recurría con frecuencia al humor en sus
escritos. De hecho, se publican en 1944 sus notas sobre un trabajo titulado “Para
una teoría de la humorística”.
Cuando
en 1920 muere su esposa, sus hijos quedan al cuidado de abuelos y tías.
Abandona la profesión de abogado. Y dice así; “De la Abogacía me he mudado;
estoy recién entrado a la Literatura y como ninguno de la clientela mía
judicial se vino conmigo, no tengo el primer lector todavía”.
Jorge
Luis Borges, muy joven, redescubre a Macedonio con quien comienza una
prolongada amistad. Cuatro décadas más tarde prologa una antología de las obras
de Macedonio con estas palabras “En el decurso de una vida ya larga he
conversado con personas famosas: ninguna me impresionó como él, o siquiera de
un modo análogo”.
Macedonio
vivía desinteresado de las críticas ajenas, de confirmaciones o refutaciones
exteriores. Decía de sí: “Soy flaco y más bien feo. En cuanto a mi salud, ni un
boticario hijo de médico y casado con partera la tiene peor. Tengo un lote de
enfermedades, pero creo que con una me bastará al fin. No las combato porque no
sé cuál es la que necesitaré mi último día”.
Vivió
gran parte de su vida con muy pocos recursos, entre la ciudad y el campo. Con
mucho humor escribía sobre su precaria situación económica “… empleo no consigo
ninguno, aunque desde muchos años lo solicito; y seguiré hasta que sean 25
años. Entonces me jubilaré de pedirlo”.
Yo
creo que existe una similitud en el uso del humor entre Macedonio Fernández y
Borges. A propósito de este último, hay una anécdota bastante conocida,
relatada en un artículo de 1999 del diario La Nación sobre “Borges y el humor”
de Isidoro Blaisten. EL escritor se “encuentra dictando una clase en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires cuando un
muchacho irrumpe en el aula y le dice que debe irse porque una asamblea
estudiantil ha decidido que, desde ese momento, se suspendan todas las clases. Después
de un agitado cambio de opiniones, el estudiantes amenaza “-Vamos a cortar la
luz” y la respuesta de Borges “-Yo he tomado la precaución de ser ciego”.
Ambos
autores disfrutaron de una muy buena amistad. Me gusta imaginar que el humor
era un rasgo que compartían, esa costumbre que tenían ambos de apelar al
absurdo y presentarlo en tono serio.
Termino
con una carta de Macedonio Fernández para Borges: ”Querido Jorge Luis: Tienes
que disculparme no haber ido anoche. Soy tan distraído que iba para allá y en
el camino me acuerdo de que me había quedado en casa. Estas distracciones
frecuentes son una vergüenza y me olvido de avergonzarme también… Muchas de mis
cartas no llegan, porque omito el sobre o las señas o el texto. Esto me trae
tan fastidiado que rogaría que se viniera a leer mi correspondencia en casa”
Macedonio
Fernández fue un escritor que sin hacer absolutamente nada, era capaz de
permanecer solo por horas. Pensar -no escribir- era su más preciada tarea.
Aunque también solía, en la soledad de su pieza, o en la turbulencia de un
café, abarrotar hojas con letra prolija y minuciosa. Que luego no publicada
porque no le asignaba valor a la palabra escrita. Celebremos que otros hayan
recuperado sus papeles.
Natalia Peroni
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