¿Ustedes
creen que los objetos tienen alma? ¿O solo los seres humanos estamos dotados de
voluntad, inteligencia y razón? Esta pregunta puede ser respondida con un no
rotundo a favor del animismo, con una duda prudente o con la certeza de que no
somos los únicos seres animados de este mundo.
“El
animismo (del latín anima, alma) es un concepto que engloba diversas creencias
en las que tanto objetos (útiles de uso cotidiano o bien aquellos reservados a
ocasiones especiales) como cualquier elemento del mundo natural (montañas,
ríos, el cielo, la tierra, determinados lugares característicos, rocas,
plantas, animales, árboles, etc.) están dotados de alma y son venerados o
temidos como dioses” [1]
En
literatura, por otra parte, se entiende por animismo un tipo especial de
metáfora que consiste en la atribución de vida a seres inanimados. En el
lenguaje diario sobreviven algunas muestras de animismo que seguramente en su
origen fueron fórmulas poéticas y que luego, por tan usadas, han pasado a
formar parte del léxico común, es decir se han lexicalizado, y las empleamos
sin advertir su antiguo carácter literario. Es lo que sucede cuando decimos que
"las ideas nacen” o que "los ruidos mueren", por ejemplo.
Hasta
hace un par de semanas hubiera contestado con un no rotundo sobre la posible
existencia del alma en los objetos. Años y años de sostener una creencia que se
desplomó cuando se me rompió la heladera, seguida del lavarropas y por último
el celular. Todo esto en el lapso de un par de días.
Una
querida amiga me lo advirtió la misma noche del primero de estos trágicos
sucesos. Preparate y ahorrá, me dijo, porque los objetos se rompen
solidariamente.
Esta
solidaridad que comparten los electrodomésticos se hizo patente con el terrible
deceso del lavarropas, luego de una larga agonía de ruidos y estertores
metálicos. La heladera, recuerdo, había muerto silenciosamente. Y de pie, como
lo imaginó Alejandro Casona para sus árboles.
Por
supuesto recordé el consejo de mi amiga pero la simultaneidad de los hechos no
me había permitido ahorrar lo suficiente. Me pregunté mil veces; ¿Qué códigos
habrán utilizados semejantes moles blancas para comunicarse sin que me diera
cuenta? ¿Se habrán sentido cansadas de funcionar día tras día sin una palabra de
aliento, sin el más mínimo reconocimiento de mi parte por su labor? ¿Acaso las
habré tratado mal, habré cerrado bruscamente sus puertas en el apuro de las
tareas domésticas?
El
celular nadando en una bacha de cocina llena de agua jabonosa fue lo que me terminó
de convencer de que algo extraño estaba pasando. O al menos, permitirme dudar
sobre la presencia del alma en aquellos objetos que nos rodean.
Si
ustedes también tienen dudas y me permiten un consejo, comiencen a tratarlos
mejor. Ponganles nombres, permítanse una caricia sobre sus frías superficies de
aluminio.
Si
como yo, creen que el alma es privativa de los seres humanos, por si acaso
ahorren. Porque como dice el dicho las brujas no existen pero que las hay, las
hay.
Natalia Peroni
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