Hace
unos días, en una reunión familiar con miembros de mi generación, la de mis
hijos y la de mis padres, salió el tema de lo que cada uno disfruta
especialmente; hablábamos sobre aquellas situaciones que nos generan un enorme
placer y nos hacen experimentar algo muy parecido a la felicidad completa.
También
quedó claro, en medio de esa charla tan divertida donde por momentos nos
animábamos a hacer confesiones bastante audaces, que no todos los placeres
pertenecían al ámbito de lo saludable o lo recomendable, por ejemplo, desde el
punto de vista médico.
De
hecho, uno de mis hermanos, que tiene 46 años y es onco-hematólogo, y que dejó
de fumar hace unos años porque tuvo un pre-infarto, admitió abiertamente que
hoy en día se fumaría un poste de
teléfono, expresión que provocó las carcajadas de mis hijos y animó a mi
hermano a dar algunos detalles.
Porque
si bien ya bajó los 15 kilos que tenía de más y corre 10 kilómetros por día –y
me consta que disfruta muchísimo de su nueva calidad de vida- cada vez que
atraviesa un momento de ansiedad, quiere prender un pucho; pero lo mismo le
sucede cuando está tranquilo en su casa, con un mate en la mano y mirando el
atardecer, o justamente cuando termina de correr sus sanísimos 10 km diarios.
Es
decir que uno puede abandonar algunos hábitos –y nadie discute que sea muy
loable la valentía de decidirse a hacerlo- pero también es cierto que no siempre
esos hábitos lo abandonan a uno.
Y
entonces el aroma del cigarrillo, el humo en su ascenso espiralado y la
sensación de plenitud que todos los ex fumadores de mi familia evocan haber
sentido entre pitadas, permanecen obstinadamente en algún lugar recóndito entre
su mente y su corazón y les hace sentir una dolorosa nostalgia de aquel hábito
infame pero mágico.
Peor
aún: mi madre nos espetó, sin el menor atisbo de culpa, que ella había fumado
durante sus cuatro embarazos. Yo quedé completamente horrorizada y le cuestioné
severamente su sentido de la responsabilidad, pero ella, enfáticamente apoyada
por mi padre, sostuvo que en los años 60 todo el mundo fumaba y ni se hablaba
del daño que podía causar el cigarrillo. Y concluyó, muy relajada y contenta,
que nosotros cuatro –mis tres hermanos y yo- habíamos nacido y crecido
espléndidamente bien, de todas maneras.
Vale
aclarar que mi madre fumó desde los 14 años hasta que le diagnosticaron un
enfisema pulmonar, y hoy está feliz de haber dejado el cigarrillo, pero en sus
ojos parecía brillar un “quién me quita lo bailado” que, en rigor de verdad, en
ningún momento expresó en voz alta y sin embargo creí vislumbrar.
Mi
hermano menor, en cambio, que es una persona sumamente medida y prudente, sigue
fumando 4 cigarrillos por día; ni uno más ni uno menos. Sabe que sería mejor
dejarlos, pero como es deportista, va a trabajar en bicicleta, es un tipo de
muy buena salud y tiene un 99% de hábitos saludables, no ve la necesidad de
renunciar al placer de fumar sus 4 puchos diarios, que le encantan.
Nuestra
charla incluyó placeres como los postres, que a algunos de nosotros nos enloquecen,
a otros les provoca culpa por el exceso de calorías, y a otros los dejan
indiferentes; una larga siesta los domingos de lluvia, que algunos tildaron de
deprimente y otros de gloriosa; un suculento asado, siempre y cuando se puedan
borrar de la memoria por un rato el colesterol y los triglicéridos.
Acá
aparecieron entonces las rateadas del colegio, confesadas por mis hijos ante
mis ojos abiertos cual platos; el haber aprendido, mis hermanos y yo, a manejar
un auto sentados en la falda de nuestro padre, lo cual juro que considero una
inconsciencia total, y muchas otras situaciones rayanas en lo ilícito, lo
inconveniente o lo desaconsejable, que no obstante fueron, son y serán para
muchos, fuentes de placeres varios, más allá de que el sentido común los haya
llevado a tomar la impecable decisión de abandonarlos.
Y
ustedes, queridos oyentes, ¿recuerdan con melancolía algún hábito que hayan
abandonado? ¿Qué hacen cuando los invade la tentación de retomarlo? ¿Están
dispuestos a hacer alguna confesión respecto de este tema?
Clarina Pertiné
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