Hoy les propongo reflexionar juntos
sobre el tema del perdón, del que ya hemos hablado en este espacio, de la mano
de un filósofo francés Jacques Derridá en el texto de su autoría El siglo y el
perdón.
Derridá, como muchos otros
pensadores, abre preguntas. ¿Qué se perdona? El perdón ¿debe tener un sentido?
¿Se puede perdonar a quien no ha pedido perdón? Si existe el perdón, entonces
¿existe lo imperdonable? Si sólo se estuviera dispuesto a perdonar lo que parece
perdonable, el “pecado venial”, entonces la idea del perdón se desvanece. Si
hay algo a perdonar sería lo que llamamos el “pecado mortal”, lo peor, el
crimen o el daño imperdonable. Aparece una aporía: el perdón perdona sólo lo
imperdonable. Si hay perdón, sólo existe ahí donde encuentro lo imperdonable. O
sea, que perdón es lo imposible mismo, dice Derridá.
Y plantea que el lenguaje del perdón, cualquiera
sea su finalidad, nunca es puro ni desinteresado. Siempre se relaciona con el
campo de lo político. El perdón al servicio de una finalidad, aunque sea noble
y espiritual, o que tienda a restablecer una normalidad (social, nacional,
política, psicológica) mediante un trabajo de duelo, mediante alguna terapia o
ecología de la memoria, ese “perdón” no es puro ni lo es su concepto.
Señala Derrida: “El perdón no es, no
debería ser, ni normal, ni normativo ni normalizante. Debería permanecer
excepcional y extraordinario, sometido a la prueba de lo imposible:
como si interrumpiese el curso ordinario de la temporalidad histórica.”
En estos últimos siglos, dice el
filósofo, crímenes imperdonables, monstruosos fueron cometidos y se hicieron
visibles, conocidos, recordados, nombrados, archivados por una “conciencia
universal”. Esos crímenes, crueles y masivos, parecen escapar de la medida de
toda justicia humana. Como consecuencia de ello en 1964 se sancionó en Francia
la Ley de Imprescriptibilidad de los crímenes contra la humanidad. Esto abrió
todo un debate, ya que, el concepto jurídico de lo imprescriptible no equivale
al concepto no jurídico de lo imperdonable.
A raíz de esta ley, un filósofo de
origen ruso Viktor Jankelevitch que participó como Derrida en la resistencia
francesa al gobierno de Vichy, publica una obra denominada “Lo
imprescriptible”. Allí insiste que en el caso de la Shoá, menos aún se puede
hablar de perdonar cuando los criminales no han pedido perdón, ni han
reconocido su culpa, ni han manifestado arrepentimiento.
En la singularidad de la Shoá, que
alcanza las dimensiones de lo inexpiable no habría (según Jankélévitch) perdón
posible, ni siquiera perdón que tuviera o produjera sentido.
Derrida considera que el perdón debe
tener un sentido que se determine: como la salvación, la reconciliación, la
redención, la expiación, o incluso, el sacrificio. Para Jankélévitch, en la
medida que no puedo punir al criminal con una “punición proporcional a su
crimen” y que, por lo tanto, el castigo deviene indiferente, uno se encuentra
con lo inexpiable, lo irreparable.
Chirac, al referirse al crimen
contra los judíos durante el régimen de Vichy, dijo: “Francia, ese día,
consumaba lo irreparable”.
Sigue doliendo pensar en hombres,
ejércitos, naciones que luchan contra la humanidad misma. Sigue vigente el
debate sobre si es posible perdonar semejante barbarie.
Natalia Peroni
No hay comentarios:
Publicar un comentario