lunes, 25 de marzo de 2013

La lectura y los libros


Quería compartir con ustedes una vivencia personal de significado muy profundo e importante en mi vida, y es la de llevar grabado en el alma un inmenso amor por los libros.
Cuando intento encontrar el origen de este vínculo tan especial con ellos, me remonto primero a mi infancia y, a poco de enfocar la memoria afectiva, me veo de la mano de mi abuela en el interior de una cálida librería donde la dueña me recibía con aires de fiesta y me acercaba un banquito muy pequeño en el que yo me sentaba, absolutamente fascinada, a leer los títulos de los libros que tenía a mi alcance.
Cuando esa lectura me obligaba a elevar la mirada -ya que en la librería había estantes desde el piso hasta el cielorraso- la dueña, con un gesto cómplice y sus gruesos anteojos montados sobre la nariz, acudía a auxiliarme con una escalera altísima, a la que subía con la agilidad de un trapecista, mientras yo contenía el aliento y mi abuela hojeaba las colecciones infantiles con curiosidad de niña.
Yo salía de la librería exultante, con mis tres o cuatro ejemplares en una bolsa, y cuando llegaba a casa los ubicaba en la biblioteca de mi cuarto, echaba un vistazo al conjunto y elegía el libro que iba a comenzar a leer esa misma noche, con un placer que en ese entonces pensaba que todo el mundo sentía y años después descubrí que era más parecido a un privilegio.
Los libros me acompañaron en cada etapa de mi vida. Fui una adolescente soñadora y un poco despistada en el mundo real, donde mi imaginación, estimulada por cientos de historias leídas apasionadamente, encontraba un poco estrechos los carriles para circular en la cotidianeidad.
He leído bajo la lluvia; he leído a la luz de las velas; he leído robándole horas al sueño; en un jardín, bajo las estrellas; en soledad y en compañía; en la sala de preparto, mientras esperaba que naciera cada uno de mis hijos; les leí a ellos infinidad de cuentos cuando eran niños; seguí leyendo cuando las lágrimas me anegaban los ojos y mojaban las hojas hasta arrugarlas; y también cuando la alegría me hacía estrujar algún libro sobre el pecho, agradecida por haber sido testigo de tanta pasión, o sabiduría, o belleza, o todo junto, en realidad.
Es tal la conciencia que tengo acerca de lo luminosa que me resulta la experiencia de la lectura, que cada tanto necesito rendirle homenaje, puesto que me ha sido regalada -por Dios o por los dioses-, y felizmente encontró en mi corazón una tierra ávida y fértil.
Hace poco renové mi voto de lealtad hacia los libros escribiendo unas palabras que hoy comparto con ustedes, y que dicen así:
No hay en el mundo una sensación tan inefable como la que me invade cuando me encuentro rodeada de libros.
El tiempo queda suspendido al aspirar el perfume de sus hojas, del cartón de sus tapas, del polvo dorado que despiden al sacudirlos suavemente, si se trata de libros antiguos, mientras un rayo de sol o de luna realzan su opulencia o su humildad.
Ese aroma seco, definido, penetrante, me ocupa por entero y me traslada a lugares solitarios de mi alma donde descanso en compañía de una frase cualquiera.
Sucede que en ese instante ya no importan demasiado las palabras –en ocasiones creo haber leído todas las que existen- sino su fragancia.
Es que ellas, las letras de todos los tiempos, atrapadas o liberadas en su cuerpo de papel y oliendo como huelen mis recuerdos más hondos, me confirman que estoy viva más que ninguna voz, más que ninguna caricia, con la presencia contundente de todo lo íntimo y esencial.
Y ustedes, queridos oyentes, ¿disfrutan de la lectura y de los libros? ¿Hay algún libro que haya dejado una huella imborrable en sus vidas? ¿Qué significan para ustedes los libros?
Clarina Pertiné

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