miércoles, 20 de marzo de 2013

Descanso en el camino


La metáfora de la vida como camino seguramente nos resulta familiar. Es probable que la hayamos leído en infinidad de textos escritos y también que la hayamos escuchado de boca de nuestros mayores y de otras personas que la utilizan, por ejemplo, cuando nos quieren dar un consejo y se ponen serias.
Vicentico dice en una de sus canciones: “Los caminos de la vida no son lo que yo esperaba; no son lo que yo creía; no son lo que imaginaba…” Y como él, siempre hubo y seguirá habiendo, por suerte, músicos, poetas, escritores, pensadores y místicos que nos hablan de los caminos de la vida ampliando con sus voces el alcance y la riqueza de esa metáfora tan usual.
Los caminos de la vida… Hoy, pensando en ellos y en cómo tantas veces nos conducen a lugares del alma que desconocíamos por completo, me puse a rememorar distintas experiencias de mi vida que me marcaron, alternadamente, con dos sellos indelebles: el dolor y la alegría.
Tanto uno como la otra me dejaron enseñanzas que no olvidaré jamás. Y cuando, incansablemente, vuelvo a preguntarme por el sentido del sufrimiento, después de andar un rato por los laberintos de mi mente como perro que se muerde la cola, suelo concluir que tal vez jamás llegaré a entender por qué el dolor forma parte de la existencia con la misma solidez constitutiva que el placer, pero en cambio puedo percibir con total claridad cómo cumple un papel clave en la maduración y el desarrollo de la vida humana.
El sufrimiento y el dolor pueden concebirse como sinónimos, o pueden diferenciarse uno del otro según quién los defina. Sin embargo, todos nosotros, antes o después, sabemos de qué hablamos cuando hablamos del sufrimiento o del dolor.
Gracias a Dios, también nos es posible reconocer aquellos momentos o aquellas personas que constituyen descansos en el camino de nuestra vida.
Yo lo viví hace poco, cuando un fuerte viraje de los vientos de mi vida me apartó del camino que venía transitando y me depositó en playas desconocidas para mí hasta entonces.
Al principio me froté los ojos porque el nuevo paisaje era de una nitidez abrumadora y yo estaba habituada a la neblina que me había acompañado durante mucho tiempo, protegiéndome, sin duda, pero impidiéndome ver tanto hacia adelante como hacia el interior de mi corazón.
Y poco a poco, detrás de los arbustos, entre espina y espina, desde el mar de mi desconcierto y las olas de mis dudas, fueron surgiendo y emergiendo estas criaturas, humanas todas, que me tendieron sus manos, casi sin conocerme, solo porque sí, porque son así, bondadosas y sensibles; porque contemplaron el brillo de mis lágrimas sin intentar descifrar su origen y prestaron atención a mis palabras, cuando las pude pronunciar.
Estas criaturas –tan gloriosamente humanas- no forman parte de mi pasado y ciertamente el futuro no les empaña la vista. Tienen distintas edades; sus ideas son de diferentes colores; sus risas suenan con diversos sonidos. El  lenguaje con que me hablan es claro e incluye palabras de consuelo y de aliento; abrazos fraternales, silencios respetuosos y presencia oportuna.
Estas criaturas, estas personas que sin prisa y sin pausa se van poniendo a la par de mis pasos en este nuevo camino que he emprendido, son valiosos y geniales descansos que me permiten sacudir el alma para librarla de cáscaras y de máscaras; para renovar sus fibras y hacer que hoy –o mañana, qué más da- vuelvan a vibrar.
Y ustedes, queridos oyentes: ¿tienen a su alrededor personas que son descansos en el camino de su vida? ¿Quiénes son? ¿Cómo son?
Clarina Pertiné

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