lunes, 20 de agosto de 2012

Sobre la vejez


Hoy quiero reflexionar con ustedes sobre la vejez. Cuando Cicerón escribió “De Senectute”, el tratado sobre la vejez, tenía 62 años. No sabía que moriría muy poco después en manos de sus enemigos políticos. Era viejo. Allá por el siglo I A.C., ser sexagenario equivalía a ser casi un anciano. Pero su prosa y su oratoria eran todavía de las mejores de la Roma de esos tiempos.
El libro está escrito en forma de diálogo entre un personaje octogenario llamado Catón, y dos de sus jóvenes discípulos, que ciertamente estaban maravillados por la plenitud de su maestro. Catón cuenta en el libro sus razones para no renegar de la vejez y, en cambio, aceptarla como una etapa rica de la vida, colmada de dones y placeres.
A lo largo del texto, despliega cuatro razones por las cuales la vejez puede parecer miserable y, por supuesto, las refuta una por una.
El primer motivo es que la vejez aparta a la persona de las actividades. Cicerón, a través de Catón, se pregunta de cuáles. Las cosas grandes no se hacen con la fuerza, la rapidez o la agilidad del cuerpo sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión, que la vejez posee en abundancia.
Aunque es verdad que la memoria disminuye, hay ejemplos notables de viejos capaces de recitar pasajes enteros de obras literarias y otros ancianos que tuvieron la dicha de que sus estudios duraran lo mismo que su vida.
Y esta es una muy linda manera de decir que estuvieron siempre renovándose y aprendiendo. Sócrates, por ejemplo, empezó a estudiar la lira -y el propio Catón la lengua griega- en la ancianidad.
La segunda razón para deplorar la vejez es la pérdida de la fuerza física. El argumento de Cicerón, puesto en boca de Catón, es que la vida no debe valorarse por ella. Es obvio que la fuerza física decrece. También es obvio que abundan las enfermedades. Pero estas ¿no son también propias de los jóvenes? ¿Es que alguien está libre de la debilidad y la dolencia?
"Hay que hacer frente a la vejez, y hay que compensar sus defectos con la diligencia. Lo mismo que hay que luchar contra la enfermedad, hay que hacerlo contra la vejez", dice el sabio anciano.
Y agrega algo que suena muy moderno: "Es preciso llevar un control de la salud. Hay que practicar ejercicios moderados, tomar la cantidad de comida y bebida convenientes para reponer las fuerzas, no para ahogarlas. Y no solo hay que ayudar al cuerpo, sino mucho más a la mente y al espíritu. Pues también estos se extinguen con la vejez, a menos que les vayas echando aceite como a una lamparilla".
El sentido común que encierran estas recomendaciones es por cierto llamativo si pensamos que fueron escritas hace más de 2.000 años. Si desconociéramos el origen de este texto, hasta aquí podríamos decir que fue escrito por alguien contemporáneo a nosotros.
Cosa que seguramente no nos va a resultar fácil de identificar en su refutación del tercer motivo para deplorar la vejez, que es, quizás, el más citado a lo largo de todo el tratado.
Consiste en que la edad avanzada no nos permite disfrutar de los placeres. En este punto, Catón lanza una larga diatriba contra los placeres. La pasión, alega, nos arrastra a acciones vergonzosas y criminales. En su opinión, es una suerte que la edad aleje de nosotros lo más pernicioso de la juventud. "Nada hay tan detestable como el placer, si es verdad que este, cuando es demasiado grande y prolongado, extingue toda la luz del espíritu", dice el autor.
No solo no hay que reprochar a la vejez que sepa prescindir de los placeres, sino que hay que felicitarla por ello. Concluye entonces diciendo que una vida virtuosa es garantía de bienestar.
La última razón para deplorar la vejez, la proximidad de la muerte, es analizada en “De Senectute” de la siguiente manera: "Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas". Si no hay nada después de la muerte, nada debemos temer. Si la muerte es la puerta para la vida eterna, deberíamos desearla.
Por supuesto, en la época de Cicerón el tema de la longevidad tenía características distintas de las que posee en la época actual. Hoy es esperable que las personas aspiren a una larga vida. Por ende, desear vivir muchos años no es una ambición descabellada.
El tema que en esta oportunidad nos preocupa y nos ocupa, es la calidad de esa vida, que en estos tiempos es más larga. Calidad de vida que tiene que ver con la disponibilidad que tenemos de tiempo libre, con el goce del ocio, la satisfacción de las propias necesidades y muchos otros aspectos que se vuelven particularmente relevantes en este período de la vida.
Porque en nuestros tiempos se ha alargado casi veinte años esa etapa que llamamos ancianidad. Hay, por supuesto, una vejez burocrática que deviene a los sesenta y pico si queremos hacerla coincidir con el momento de la jubilación. Sin embargo, a partir de allí restan muchos años para disfrutar de la vida en forma plena.
Y aunque la sociedad moderna margine a los viejos, quizás esté en cada uno de nosotros determinar si además de la vejez cronológica, además de la vejez burocrática, aceptaremos o no una vejez psicológica, emocional y espiritual. El desafío está en plantearnos si somos capaces de sentirnos todavía jóvenes de corazón.
Siempre nos gusta saber sus opiniones y sugerencias. A ver, los adultos mayores: ¿En qué aspectos se sienten especialmente jóvenes? ¿Qué situaciones cotidianas les dan alegría y los rejuvenece? ¿Cultivan vínculos que los hagan sentirse felices?
Natalia Peroni

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