Hoy quiero
reflexionar con ustedes sobre la vejez. Cuando Cicerón escribió “De Senectute”,
el tratado sobre la vejez, tenía 62 años. No sabía que moriría muy poco después
en manos de sus enemigos políticos. Era viejo. Allá por el siglo I A.C., ser
sexagenario equivalía a ser casi un anciano. Pero su prosa y su oratoria eran
todavía de las mejores de la Roma de esos tiempos.
El libro
está escrito en forma de diálogo entre un personaje octogenario llamado Catón,
y dos de sus jóvenes discípulos, que ciertamente estaban maravillados por la
plenitud de su maestro. Catón cuenta en el libro sus razones para no renegar de
la vejez y, en cambio, aceptarla como una etapa rica de la vida, colmada de
dones y placeres.
A lo largo
del texto, despliega cuatro razones por las cuales la vejez puede parecer
miserable y, por supuesto, las refuta una por una.
El primer motivo es que la vejez
aparta a la persona de las actividades. Cicerón, a través de Catón, se pregunta de cuáles. Las
cosas grandes no se hacen con la fuerza, la rapidez o la agilidad del cuerpo
sino mediante el consejo, la autoridad y la opinión, que la vejez posee en
abundancia.
Aunque es
verdad que la memoria disminuye, hay ejemplos notables de viejos capaces de
recitar pasajes enteros de obras literarias y otros ancianos que tuvieron la
dicha de que sus estudios duraran lo mismo que su vida.
Y esta es
una muy linda manera de decir que estuvieron siempre renovándose y aprendiendo.
Sócrates, por ejemplo, empezó a estudiar la lira -y el propio Catón la lengua
griega- en la ancianidad.
La segunda razón para
deplorar la vejez es la pérdida de la fuerza física. El argumento de Cicerón, puesto en
boca de Catón, es que la vida no debe valorarse por ella. Es obvio que la
fuerza física decrece. También es obvio que abundan las enfermedades. Pero estas
¿no son también propias de los jóvenes? ¿Es que alguien está libre de la
debilidad y la dolencia?
"Hay
que hacer frente a la vejez, y hay que compensar sus defectos con la
diligencia. Lo mismo que hay que luchar contra la enfermedad, hay que hacerlo
contra la vejez", dice el sabio anciano.
Y agrega
algo que suena muy moderno: "Es preciso llevar un control de la salud. Hay
que practicar ejercicios moderados, tomar la cantidad de comida y bebida
convenientes para reponer las fuerzas, no para ahogarlas. Y no solo hay que
ayudar al cuerpo, sino mucho más a la mente y al espíritu. Pues también estos
se extinguen con la vejez, a menos que les vayas echando aceite como a una
lamparilla".
El sentido
común que encierran estas recomendaciones es por cierto llamativo si pensamos
que fueron escritas hace más de 2.000 años. Si desconociéramos el origen de
este texto, hasta aquí podríamos decir que fue escrito por alguien
contemporáneo a nosotros.
Cosa que
seguramente no nos va a resultar fácil de identificar en su refutación del
tercer motivo para deplorar la vejez, que es, quizás, el más citado a lo largo
de todo el tratado.
Consiste en que la edad avanzada no
nos permite disfrutar de los placeres.
En este punto, Catón lanza una larga diatriba contra los placeres. La pasión,
alega, nos arrastra a acciones vergonzosas y criminales. En su opinión, es una
suerte que la edad aleje de nosotros lo más pernicioso de la juventud. "Nada
hay tan detestable como el placer, si es verdad que este, cuando es demasiado
grande y prolongado, extingue toda la luz del espíritu", dice el autor.
No solo no
hay que reprochar a la vejez que sepa prescindir de los placeres, sino que hay
que felicitarla por ello. Concluye entonces diciendo que una vida virtuosa es
garantía de bienestar.
La última razón para deplorar la
vejez, la proximidad de la muerte, es analizada en “De Senectute” de la
siguiente manera:
"Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre
deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida,
como para todas las demás cosas". Si no hay nada
después de la muerte, nada debemos temer. Si la muerte es la puerta para la
vida eterna, deberíamos desearla.
Por
supuesto, en la época de Cicerón el tema de la longevidad tenía características
distintas de las que posee en la época actual. Hoy es esperable que las
personas aspiren a una larga vida. Por ende, desear vivir muchos años no es una
ambición descabellada.
El tema que
en esta oportunidad nos preocupa y nos ocupa, es la calidad de esa vida, que en
estos tiempos es más larga. Calidad de vida que tiene que ver con la
disponibilidad que tenemos de tiempo libre, con el goce del ocio, la
satisfacción de las propias necesidades y muchos otros aspectos que se vuelven
particularmente relevantes en este período de la vida.
Porque en
nuestros tiempos se ha alargado casi veinte años esa etapa que llamamos
ancianidad. Hay, por supuesto, una vejez burocrática que deviene a los sesenta
y pico si queremos hacerla coincidir con el momento de la jubilación. Sin
embargo, a partir de allí restan muchos años para disfrutar de la vida en forma
plena.
Y aunque la
sociedad moderna margine a los viejos, quizás esté en cada uno de nosotros
determinar si además de la vejez cronológica, además de la vejez burocrática,
aceptaremos o no una vejez psicológica, emocional y espiritual. El desafío está
en plantearnos si somos capaces de sentirnos todavía jóvenes de corazón.
Siempre nos
gusta saber sus opiniones y sugerencias. A ver, los adultos mayores: ¿En qué
aspectos se sienten especialmente jóvenes? ¿Qué situaciones cotidianas les dan
alegría y los rejuvenece? ¿Cultivan vínculos que los hagan sentirse felices?
Natalia Peroni
No hay comentarios:
Publicar un comentario