sábado, 4 de agosto de 2012

Engañosas sutilezas del lenguaje


Empiezo por declarar solemnemente que todo lo que les voy a decir en la columna de hoy proviene de los archivos más profundos de mi forma de ser. Es decir, que esta confidencia que me permitiré hacerles tiene su origen en  mi modo de sentir respecto de algunas frases que escucho a menudo y que me provocan una reacción de intensa rebelión interna.
¿De qué está hablando Clarina?, se preguntarán. Pues bien, aquí va y me hago cargo de lo que digo y lo que me pasa.

Cuando alguien está hablando de otra persona y quiere expresar lo buena que es, lo bondadosa, amable, generosa, desprendida o cualquier otra virtud que ustedes imaginen, suele decir que esa persona es “incapaz de matar una mosca”, o mejor, para no poner como único ejemplo a una metáfora que incluye la injusta muerte de este insecto, podríamos citar también las siguientes sentencias: “Fulano es incapaz de traicionar a un amigo” o “Mengano es incapaz de hacerle daño a alguien conscientemente” o “Suntana es incapaz de dejarse corromper por el dinero”.

Y así podríamos seguir eternamente con la lista de “incapacidades” que estas buenas almas –con la mejor de las intenciones- le atribuyen a un grupo de personas, generalmente selecto, en su afán de hablar bien de ellas y de describir sus dones.

Es entonces cuando entra en escena un hervor de sangre que me revoluciona internamente y siento unas incontenibles ganas de sacudir a Fulano, a Mengano y a Suntano para que borren de sus caras las sonrisas de satisfacción por los supuestos halagos que están escuchando, y avisarles con urgencia, porque evidentemente no se han dado cuenta, que los están tildando de “incapaces”.

¿Soy clara? A ver: si alguien dijera de mí, por ejemplo, que soy incapaz de echar a correr un chisme, una falsedad para destruir el buen nombre y honor de una persona por dinero, o porque no me cae bien o por el motivo que fuera, le respondería a esa persona que está equivocada. ¿Por qué?

Porque me considero totalmente “capaz” (y acá pongan entre comillas la palabra “capaz”) de hacer eso. De hecho, como soy imaginativa, se me ocurren mil maneras de llevar adelante esa acción, y les aseguro que son una más deleznable que la otra.

Ahora, si me preguntan si realmente yo lo haría, ahí mi respuesta es otra: un rotundo no.

No lo haría de ningún modo, pero no porque sea incapaz de hacerlo, sino, en mi caso particular, porque considero que destruir el buen nombre y honor de una persona es algo absolutamente ruin y despreciable.

Entonces, en pleno uso de la libertad que tengo y que me constituye, como a cada ser humano del mundo, elijo no hacerlo. Elijo.

Podría hacerlo, soy perfectamente capaz de hacerlo, pero no lo hago por los motivos que ya mencioné y por varios otros sobre los que no me voy a extender en esta columna, pero que son parte de un código ético personal, del mismo modo que ustedes eligen cada día qué acciones entran dentro de su marco moral para llevarlas a cabo y cuáles quedan afuera.

En otra ocasión hemos hablado del peso y la importancia de la palabra en nuestras vidas. Hoy quizás sea una buena oportunidad para retomar esta cuestión y despertar nuestra mente, que tiende a anestesiarse dulcemente frente a las palabras halagadoras.

Podríamos intentar volver a confiar en nuestros instintos, en nuestro sistema de alerta mental, en nuestra perspicacia, para empezar a distinguir la paja del trigo.

Por supuesto que no les estoy diciendo –y esto va con humor- que si a partir de ahora alguien comenta que ustedes son incapaces de mentir, de robar, de aprovecharse de un indefenso, etcétera, tengan que considerarse ofendidos, maltratados o denigrados, porque sabemos que la intención de esa persona fue destacar una virtud de ustedes.

Lo que propongo es que estemos más atentos a estas sutilezas del lenguaje que podrían llegar a ubicarnos en el lugar de la incapacidad, cuando en realidad nos corresponde, por el solo hecho de ser humanos, estar siempre ubicados en el espacio de la libertad.

Una libertad interior que nos define y que nadie, absolutamente nadie, ni siquiera en situaciones extremas de privación de las libertades externas, puede quitarnos.

Como siempre les decimos, nos encanta recibir sus comentarios, opiniones y sugerencias. Respondemos a cada de uno de ustedes cuando nos escriben, no porque seamos incapaces de dejar a un oyente sin respuesta, sino porque elegimos libremente seguir construyendo este vínculo que nos plenifica.

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