Empiezo
por declarar solemnemente que todo lo que les voy a decir en la columna de hoy
proviene de los archivos más profundos de mi forma de ser. Es decir, que esta
confidencia que me permitiré hacerles tiene su origen en mi modo de sentir respecto de algunas frases
que escucho a menudo y que me provocan una reacción de intensa rebelión
interna.
¿De
qué está hablando Clarina?, se preguntarán. Pues bien, aquí va y me hago cargo
de lo que digo y lo que me pasa.
Cuando
alguien está hablando de otra persona y quiere expresar lo buena que es, lo
bondadosa, amable, generosa, desprendida o cualquier otra virtud que ustedes
imaginen, suele decir que esa persona es “incapaz de matar una mosca”, o mejor,
para no poner como único ejemplo a una metáfora que incluye la injusta muerte
de este insecto, podríamos citar también las siguientes sentencias: “Fulano es
incapaz de traicionar a un amigo” o “Mengano es incapaz de hacerle daño a
alguien conscientemente” o “Suntana es incapaz de dejarse corromper por el
dinero”.
Y
así podríamos seguir eternamente con la lista de “incapacidades” que estas
buenas almas –con la mejor de las intenciones- le atribuyen a un grupo de
personas, generalmente selecto, en su afán de hablar bien de ellas y de describir
sus dones.
Es
entonces cuando entra en escena un hervor de sangre que me revoluciona
internamente y siento unas incontenibles ganas de sacudir a Fulano, a Mengano y
a Suntano para que borren de sus caras las sonrisas de satisfacción por los supuestos
halagos que están escuchando, y avisarles con urgencia, porque evidentemente no
se han dado cuenta, que los están tildando de “incapaces”.
¿Soy
clara? A ver: si alguien dijera de mí, por ejemplo, que soy incapaz de echar a
correr un chisme, una falsedad para destruir el buen nombre y honor de una persona
por dinero, o porque no me cae bien o por el motivo que fuera, le respondería a
esa persona que está equivocada. ¿Por qué?
Porque
me considero totalmente “capaz” (y acá pongan entre comillas la palabra “capaz”)
de hacer eso. De hecho, como soy imaginativa, se me ocurren mil maneras de
llevar adelante esa acción, y les aseguro que son una más deleznable que la
otra.
Ahora,
si me preguntan si realmente yo lo haría, ahí mi respuesta es otra: un rotundo
no.
No
lo haría de ningún modo, pero no porque sea incapaz de hacerlo, sino, en mi
caso particular, porque considero que destruir el buen nombre y honor de una
persona es algo absolutamente ruin y despreciable.
Entonces,
en pleno uso de la libertad que tengo y que me constituye, como a cada ser
humano del mundo, elijo no hacerlo. Elijo.
Podría
hacerlo, soy perfectamente capaz de hacerlo, pero no lo hago por los motivos
que ya mencioné y por varios otros sobre los que no me voy a extender en esta
columna, pero que son parte de un código ético personal, del mismo modo que
ustedes eligen cada día qué acciones entran dentro de su marco moral para
llevarlas a cabo y cuáles quedan afuera.
En
otra ocasión hemos hablado del peso y la importancia de la palabra en nuestras
vidas. Hoy quizás sea una buena oportunidad para retomar esta cuestión y
despertar nuestra mente, que tiende a anestesiarse dulcemente frente a las
palabras halagadoras.
Podríamos
intentar volver a confiar en nuestros instintos, en nuestro sistema de alerta
mental, en nuestra perspicacia, para empezar a distinguir la paja del trigo.
Por
supuesto que no les estoy diciendo –y esto va con humor- que si a partir de
ahora alguien comenta que ustedes son incapaces de mentir, de robar, de
aprovecharse de un indefenso, etcétera, tengan que considerarse ofendidos,
maltratados o denigrados, porque sabemos que la intención de esa persona fue
destacar una virtud de ustedes.
Lo
que propongo es que estemos más atentos a estas sutilezas del lenguaje que
podrían llegar a ubicarnos en el lugar de la incapacidad, cuando en realidad
nos corresponde, por el solo hecho de ser humanos, estar siempre ubicados en el
espacio de la libertad.
Una
libertad interior que nos define y que nadie, absolutamente nadie, ni siquiera
en situaciones extremas de privación de las libertades externas, puede
quitarnos.
Como
siempre les decimos, nos encanta recibir sus comentarios, opiniones y
sugerencias. Respondemos a cada de uno de ustedes cuando nos escriben, no
porque seamos incapaces de dejar a un oyente sin respuesta, sino porque
elegimos libremente seguir construyendo este vínculo que nos plenifica.
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