En los días que corren ocurre muchas veces que cuando
vemos a un adolescente es muy difícil adivinar qué edad tiene. Podrían ser 14
años, 18 o 25. A simple vista, no sabemos.
¿Y cómo era la adolescencia en otras épocas? Cuando
nuestras abuelas comenzaban la adolescencia, para ellas, como para las mujeres
en general, había llegado la edad de “merecer”. Las jovencitas pasaban de usar
vestidos sencillos a otros con escotes más profundos, comenzaban a colorear sus
mejillas con un rubor cálido y, casi a escondidas, se ponían una sombra de
carmín en los labios.
Por su parte, los varones dejaban los pantalones cortos
para inaugurar las piernas tapadas con pantalones largos. ¡Y el baile ya había
comenzado!
Volaban pestañeos y sonrojos entre los unos y las otras
y se encendían las miradas. Los carnets de baile eran la manera de comenzar una
relación: había que apuntarse allí para conseguir dialogar con una señorita.
Cuando nuestros padres empezaban a transitar la edad de
los cambios en el cuerpo y en la mente, había también una etapa en que iban a
los bailes. Si bien ya no existían los carnets, se bailaba una pieza con cada
acompañante. Aparecieron las cinturas avispa, los tacones muy altos y los noviazgos
largos. Bailar “cheek to cheek” era una iniciativa audaz.
Después llegó la revolución sexual, ideológica y
política de los años setenta. La libertad
fue el orden que comenzó a regir las vidas de las personas. Potentes
expresiones como “Paz y amor”, “Sexo libre” y “Libertad de expresión” se
escuchaban a toda hora.
Estos eslóganes empapelaban las calles, transformando
la moda, la moral, los autos, los colores que se usaban, los libros que se
leían.
Influyeron en el matrimonio, que dejó de ser la única
opción posible para una pareja. También incidieron en la comida, la disciplina
y la educación. Y en cuestiones tan nimias como si la gente se bañaba o dejaba
de hacerlo. Cambiaron la manera de vivir, los modos de hablar y hasta las
flores, que de un día para otro pasaron a ser un símbolo incuestionable de esta
transformación tan profunda que echó por tierra viejas tradiciones e impuso una
nueva forma de vida.
Luego sobrevino la caída de los muros y de los
pensamientos más estructurados. Surgieron las ondas “new age” y ecológica junto
con varios otros hitos que fueron marcando el devenir de los tiempos.
Así llegamos a la época actual, con Internet a la
cabeza, no sólo como medio de comunicación y contacto sino como filosofía de
vida.
Hubo muchos logros y también varios desaciertos en el
camino. Pero, ¿dónde quedó la pubertad? ¿Cuándo la perdimos?
“El joven en crecimiento
de la actualidad se presenta apurado en su desarrollo y demorado en la finalización
de la adolescencia”, dice Isabel Semidober, licenciada en Psicología y
especialista en Orientación Vocacional.
Esos mágicos primeros años en que los niños comenzaban
a despuntar su adultez y en los que todavía había lugares adonde no podían ir;
esa transición que daba lugar a un principio de acomodación a la edad adulta;
ese período necesario para que los niños pudieran ir despidiéndose de a poco de
la infancia, es ahora una escalada feroz en la cual vemos a chicas de 10 años
usando la misma ropa que su hermana de 20.
La entrada en la etapa adolescente, que cada vez se da
más tempranamente, se ha transformado en una ruptura abrupta con la infancia.
Así es como hoy en día vemos a los chicos yendo a bailar a los mismos lugares
que los adultos, pero en diferentes horarios.
“En relación al
duelo por los padres de la infancia, podemos considerar que éstos, imbuidos
también en la crisis posmoderna, se acercan cada vez más a sus hijos
adolescentes, quedando así la figura del adulto muy desdibujada”, continúa
diciendo Isabel Semidober.
Sabemos que las etapas del crecimiento y del desarrollo
son importantes. Una no compensa ni reemplaza a la otra. Sabemos también que crecer
no es sólo un camino para llegar a la adultez sino que cada edad que transitamos
tiene una significación y un sentido propios.
Entonces, ¿cómo podemos los adultos ayudar a los
jóvenes a vivir con mayor plenitud su infancia y su adolescencia? ¿Qué podemos
hacer para acompañarlos en cada etapa, sin robarles ninguna?
Vicky Detry
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