Hoy les propongo reflexionar sobre el humor, pero no sobre cualquier
humor, sino sobre el humor negro. El humor negro se basa en la crítica a los
valores tradicionales. Suele hacer un ataque mordaz y políticamente incorrecto
a las convenciones sociales, aunque de una manera muy sutil. El humor negro
requiere una dosis de ironía y sarcasmo y, sobre todo, una atracción hacia la
transposición velada de límites morales.
Intenta responder a la atracción humana por lo macabro; representa la
superación de realidades terribles mediante la catarsis y suele estar
acompañado de la provocación. Consiste en el humorismo como mecanismo de
defensa del yo frente a la realidad externa.
A propósito del humor negro, la ironía y el sarcasmo, me acordé de que hace
ya unos cuantos años me recomendaron un libro bastante particular, llamado “El
diccionario del diablo”. Tan particular como su autor, Ambrose Bierce, cuya
historia quiero compartir hoy con ustedes.
Ambrose Bierce nació en el año 1842, pero no se sabe cuando murió. La
última vez que se supo de él fue por un telegrama que envió a un amigo en la Navidad
de 1913 desde México, donde se había unido al ejército de Pancho Villa. Luego, sencillamente
desapareció.
Es un escritor del pesimismo, dicen algunos. Sumamente cínico y
vehemente, fue apodado por algunos colegas como el “amargo Bierce”. Era el
décimo hijo de trece hermanos cuyos nombres todos empezaban todos con la letra “A”.
Su infancia transcurrió en el seno de una modesta familia rural, rígidos
observantes del calvinismo.
La educación que recibió fue muy severa y llena de represiones. Quizás
por este motivo, Bierce desarrolló una enemistad profunda contra su familia,
sobre todo hacia sus padres.
Siendo aún un adolescente, Bierce tuvo una relación amorosa con una
señora de más de setenta años. Poco tiempo después, se enroló como voluntario
en la Guerra Civil Americana y fue soldado hasta caer herido en una batalla,
allá por 1866.
Abandonó entonces el ejército y comenzó su actividad como periodista y
escritor. A través de los años, fue cultivando un humor amargo que reflejaba
muy bien a través de una serie de definiciones satíricas que publicaba en el
diario “Argonaut” y que más tarde reuniría en el libro que les mencioné: “El
diccionario del diablo”.
Les cuento algunas de esas definiciones. Del adolescente dice que es
“aquel que se está recuperando de la niñez”.
El año, para Bierce es un “período de 365 decepciones”. La depresión es
el “estado de ánimo producido por un chiste del periódico, la actuación de un
payaso o la contemplación del éxito ajeno”. La juventud, el “período de lo
posible”.
Aunque su fama de amargo le había ganado unos cuantos adversarios, desde
sus columnas Bierce impartía su desprecio contra políticos ladinos y personajes
con grandes fortunas. Esto y la publicación de varios libros le valieron, en su
época, la reputación del escritor más célebre de la costa occidental de los
Estados Unidos.
Los últimos años de su vida los dedicó a preparar con mucho esmero, esto
es recopilar, revisar, editar y corregir sus obras completas. Una vez terminada
esta tarea, con 70 años, agobiado por el asma, inició un viaje al pasado y
recorrió todos los campos de batalla que había visto en su juventud durante la
guerra. Y finalmente consiguió un permiso para cruzar la frontera a México, que
estaba en plena revolución.
Pero antes le escribió una carta a un familiar, que decía: “Adiós. Si
oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado
hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una
manera muy buena de salir de esta vida”.
Alivio para Bierce era “despertarse temprano, en una mañana fría, y
descubrir que ese día es domingo”. Me asombra que esta definición refleje tan
bien la sensación de alivio. Y con una enorme cuota de ingenio define la nariz
como “protuberancia del rostro humano que comienza entre los ojos y termina en
los asuntos ajenos”.
Quizás parezca extraño que en este espacio, donde celebramos las buenas
noticias y rescatamos los hechos positivos, hablemos de este autor. Pero lo
cierto es que Ambrose Bierce descargaba su cinismo como una forma de criticar o
reírse del peor costado del hombre. Hombre que él definía como un “animal tan
extraviado en la contemplación de lo que cree ser, que no tiene en cuenta lo que
indudablemente debería ser…”
Bierce era un maestro del cinismo y la ironía. De los cínicos, él decía
que son “canallas cuya visión defectuosa les hace ver las cosas como son, no
como deberían ser…”. Como si el cinismo fuera una vía regia para descubrir la
realidad del mundo.
Todo con una buena dosis de humor negro. Porque el humor negro también
es humor. Y el hecho de reírnos de nosotros mismos, muchas veces es signo de
una enorme lucidez.
¿Qué piensan ustedes de la ironía o el sarcasmo? ¿Pueden separarlos de
su connotación más negativa? ¿Les divierte o les causa rechazo el humor negro?
Natalia Peroni
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