sábado, 21 de septiembre de 2013

Pensar la muerte

Hoy me gustaría reflexionar con ustedes sobre la posición del hombre en diversos períodos de la historia con relación a la muerte.
Es parte de la esencia del hombre no sólo su instinto de autoconservación, sino también su posición ante la muerte. La muerte es un hecho tan esencial y básico que es parte del fundamento de la noción de hombre. Los griegos, en la tragedia, intentan expresar la visión trágica del mundo que se manifiesta en la idea de fugacidad, es decir, en el hecho radical de la muerte. Así, la muerte surge como soporte ontológico de la tragedia y a la vez la tragedia, como arte, funciona como una catarsis frente a esa visión trágica. El héroe trágico, es el que toma clara conciencia de que la muerte es el límite vital de la condición humana, pero a la vez es el que puede enfrentarse a esta realidad afirmando el deseo por la vida. Para los griegos, especialmente aquellos que sostenían la religión olímpica homérica, la muerte implicaba el paso al Hades, lugar de los muertos, en el que sólo quedaba una sombra del cuerpo (psique). No existía para ellos, a diferencia de los cristianos, una vida más allá de la muerte, una salvación trascendente.
En la Edad Media cristiana aparece el concepto de muerte mística. El héroe cristiano, si bien comparte algunas de los rasgos del héroe griego, tiene como principal característica la búsqueda de su salvación. Es en este sentido que aparece el tema de la muerte mística. Así, la vida presente se vuelve una especie de muerte, ya que la verdadera vida, la real era la que venía después de la muerte del cuerpo. Era una operación espiritual mediante la cual el hombre lo que hacía era adelantar su propia muerte o anticipar la verdadera vida durante la experiencia mística. Esta muerte mística podía incluso llegar a tener una dimensión sensorial Podemos observar un ejemplo en los poemas de San Juan de la Cruz (1).
Vivo sin vivir en mí
Y de tal manera espero,
Que muero porque no muero.
………………………………………………..
Esta vida que yo vivo
Es privación de vivir;
Y así, en continuo morir
Hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo:
Que esta vida no la quiero,
Me muero porque no muero.

El mito de la vida eterna es un tema siempre presente en las diferentes culturas. El deseo de inmortalidad se ha desarrollado a través de las religiones, de ritos fúnebres, en la modernidad de manera secular a través de la idea del paraíso social o del paraíso proporcionado por el progreso (finales del siglo XIX) y también a través del arte. A partir del siglo XX va a surgir la utopía biológica con sus dos vertientes: por una parte, el mito de la eterna juventud, logrado a partir de la cirugía estética a la que se suman diferentes terapias alternativas y por otra, la inmortalidad o eternidad que detiene la frontera radical de la muerte (autotrasplantes, células embrionarias, trasplante de órganos).
En la Grecia Antigua tanto como en la Edad Media el hombre encontraba a través de manifestaciones artísticas y culturales una manera de aproximarse a la comprensión de la muerte. En la actualidad la utopía biológica crea un mundo que todo el tiempo intenta ocultar, disfrazar la muerte. En una sociedad donde lo valorado es  producir y consumir, el que muere, y en consecuencia sale de la cadena producción/consumo, genera poco o nada de interés a la comunidad.
Hablamos de una negación de la muerte, ya que se considera que la muerte se convirtió en un tabú dentro de la sociedad occidental. Ese espacio antes ocupado por la muerte ahora es ocupado por la publicidad y la propaganda. Rafael Argullol llama a este efecto el vértigo inmóvil: “La muerte requeriría de una lentitud y de una pausa, una capacidad de detenerse que produciría terror”. Es necesario un permanente bombardeo de estímulos para ocupar ese espacio vacío y así evitar la reflexión. La necesidad de un movimiento continuo supone o deja en evidencia la imposibilidad de detenerse para así permitirse pensar.

Acercarse a la idea de la muerte no significa proponerse pensar en ella, sino dejar espacios vacíos, hacer lugar para que puedan surgir espontáneamente nuestros pensamientos.
Natalia Peroni

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