Tenía
mucha razón el filósofo retórico Catalejo Peribáñez cuando pronunció su más
célebre proverbio: “¡Ay, qué sería de los hombres si no fuera por las mujeres!”
Presocrático
y hasta cierto punto peripatético, Peribánez era el discípulo dilecto del
célebre Zenón de Apnea, autor de festejados sofismas y silogismos, entre ellos
el que dice que una liebre jamás podría alcanzar a una tortuga, en tanto el
simpático quelonio cabalgara en ancas de un guepardo.
Sin
embargo, uno y otro disentían acerbamente y se trababan en fiera discusión
cuando el tema eran las mujeres. Catalejo sostenía que las mujeres son seres
beneméritos y que corporeizan la más feliz ocurrencia de Zeus –patrón y sota
del Olimpo-, en tanto Zenón argüía que ellas son un verdadero incordio, muy
controvertidas, embarazosas en más de un sentido.
La
posteridad no acalló ese debate; por el contrario, se extendió, supo adquirir enorme
diversidad de matices y por siglos mantuvo ríspida vigencia. Veamos algunas
opiniones.
Para
el ateniense Solón (siglo VI antes de Cristo) “los dioses hicieron dos cosas
perfectas: la mujer y la rosa; para Lope de Vega, “la mujer es lo mejor del
hombre”; para Göethe, “donde no hay mujeres, no hay buenos modales; para José
Ortega y Gasset, “el varón vale por lo que hace, en tanto que la mujer vale por
lo que es”; para Mahatma Gandhi, “si la no violencia fuera la ley del ser, el
futuro sería de las mujeres”; para Rubén Darío, “sin la mujer la vida es pura
prosa”; para Víctor Hugo, “la mujer tiene un poder único: el de saber aparentar
debilidad”… Y, astuto, Marcel Proust aconseja: “¡Dejemos las mujeres bonitas
para los hombres sin imaginación!”.
Los
libros de frases célebres abundan en apotegmas, proverbios y axiomas referidos
a la mujer, e indirectamente a la condición femenina, y el hecho de que esas
citas no sean siempre encomiásticas demuestra que aquella riña dialéctica en la
que se enzarzaban Catalejo Peribáñez y Zenón de Apnea no ha sido todavía del
todo sofocada: en foros intelectuales, en recintos políticos, en los seculares
y casi siempre vetustos recovecos del machismo religioso, alienta aún la
creencia de que el individuo varón ejerce algún tipo de predominio intelectual,
social y doméstico sobre el otro sexo.
La
historia revela que esa plenipotencia puso en vilo -¡tantas veces!- el destino
de la humanidad. (…)
Oportuno
es que las mujeres atiendan un requisito anunciado por Ambrose Bierce y que
suele figurar en los libros de frases célebres: “Por cierto –dijo el cuentista
norteamericano-, la mujer es de veras encantadora cuando nos permite caer en
sus brazos sin caer en sus manos”.
Clarina Pertiné
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