martes, 13 de noviembre de 2012

“Tu grato nombre”, artículo escrito por Norberto Firpo para el diario “La Nación” en 2009.


Tenía mucha razón el filósofo retórico Catalejo Peribáñez cuando pronunció su más célebre proverbio: “¡Ay, qué sería de los hombres si no fuera por las mujeres!”
Presocrático y hasta cierto punto peripatético, Peribánez era el discípulo dilecto del célebre Zenón de Apnea, autor de festejados sofismas y silogismos, entre ellos el que dice que una liebre jamás podría alcanzar a una tortuga, en tanto el simpático quelonio cabalgara en ancas de un guepardo.
Sin embargo, uno y otro disentían acerbamente y se trababan en fiera discusión cuando el tema eran las mujeres. Catalejo sostenía que las mujeres son seres beneméritos y que corporeizan la más feliz ocurrencia de Zeus –patrón y sota del Olimpo-, en tanto Zenón argüía que ellas son un verdadero incordio, muy controvertidas, embarazosas en más de un sentido.
La posteridad no acalló ese debate; por el contrario, se extendió, supo adquirir enorme diversidad de matices y por siglos mantuvo ríspida vigencia. Veamos algunas opiniones.
Para el ateniense Solón (siglo VI antes de Cristo) “los dioses hicieron dos cosas perfectas: la mujer y la rosa; para Lope de Vega, “la mujer es lo mejor del hombre”; para Göethe, “donde no hay mujeres, no hay buenos modales; para José Ortega y Gasset, “el varón vale por lo que hace, en tanto que la mujer vale por lo que es”; para Mahatma Gandhi, “si la no violencia fuera la ley del ser, el futuro sería de las mujeres”; para Rubén Darío, “sin la mujer la vida es pura prosa”; para Víctor Hugo, “la mujer tiene un poder único: el de saber aparentar debilidad”… Y, astuto, Marcel Proust aconseja: “¡Dejemos las mujeres bonitas para los hombres sin imaginación!”.
Los libros de frases célebres abundan en apotegmas, proverbios y axiomas referidos a la mujer, e indirectamente a la condición femenina, y el hecho de que esas citas no sean siempre encomiásticas demuestra que aquella riña dialéctica en la que se enzarzaban Catalejo Peribáñez y Zenón de Apnea no ha sido todavía del todo sofocada: en foros intelectuales, en recintos políticos, en los seculares y casi siempre vetustos recovecos del machismo religioso, alienta aún la creencia de que el individuo varón ejerce algún tipo de predominio intelectual, social y doméstico sobre el otro sexo.
La historia revela que esa plenipotencia puso en vilo -¡tantas veces!- el destino de la humanidad. (…)
Oportuno es que las mujeres atiendan un requisito anunciado por Ambrose Bierce y que suele figurar en los libros de frases célebres: “Por cierto –dijo el cuentista norteamericano-, la mujer es de veras encantadora cuando nos permite caer en sus brazos sin caer en sus manos”.
Clarina Pertiné

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