El
doctor Norberto Levy, médico psicoterapeuta a quien ya hemos citado en este
espacio cuando hablamos de uno de sus libros, llamado “La sabiduría de las
emociones”, es también autor de una obra cuyo título es “Aprendices del amor”.
Allí,
en forma de preguntas y respuestas, Levy recorre el amplio espectro de las
emociones humanas y examina su relación con la mente, proponiendo al lector
modos concretos para reconocer y recuperar la complementariedad esencial que
existe entre ambas. Esa complementariedad es, para el autor, una de las claves
en el camino de la autocuración psicológica.
Una
de las preguntas que el doctor Levy plantea es la siguiente: “¿Qué vínculo
existe entre el amor, la inteligencia y la sabiduría?” Y dice: “La inteligencia es la capacidad de
resolver problemas. El tipo de problemas que pueda resolver definirá cuál es la
inteligencia que tengo: si es filosófica, matemática, química, corporal o
musical, etc.”
“Si
utilizo mi inteligencia en química para producir armas que destruyen a mucha
gente, tendré una inteligencia química pero no una inteligencia que comprenda
la cualidad unitaria que subyace en todo lo vivo y el rol complementario que
cumplen todos sus componentes. La sabiduría es, precisamente, el conocimiento
vivencial profundo de dicha unidad. Dicho de otro modo, la sabiduría es el amor
hecho autoconciencia. Es la energía del amor convertida en concepto,
conocimiento, enseñanza.”
Acto
seguido, el autor inquiere: “¿Cómo actúa la sabiduría frente a un conflicto?”,
a lo que responde:
“Un
conflicto es un vínculo en el que cada parte cree que la solución radica en la
eliminación del otro: Yo estaré bien solo
si logro vencerlo o apartarlo. Esta es la esencia del conflicto tanto en el
universo personal como intrapersonal.”
“Un
conflicto intrapersonal típico es el que se da entre los impulsos y la mente.
El impulso dice: Yo quiero expresarme,
convertirme en acción, y tú, mente, no me dejas. Te la pasas calculando y
anticipando y no me dejas vivir. Quiero eliminarte para poder ser feliz.”
“La
mente responde: Tú avanzas enceguecido y
traes más problemas que otra cosa. Estoy harta de que te equivoques, te
ilusiones, te engañen, y tener que pasarme la vida tratando de arreglar los
platos rotos. Te voy a frenar como sea porque eres un peligro total”.
“Y
así puede continuar largamente esta batalla con todo el daño y sufrimiento que
acarrea… hasta que alguien pueda devolver la armonía a ese sistema.”
“Esa
es la tarea de la sabiduría. Ella es la que puede reconocer la parte de verdad y de error que hay en cada antagonista y
explicárselo a cada uno de ellos del modo en el que lo puedan entender. De esa
forma contribuye a reconstruir el vínculo de complementariedad perdido entre
los impulsos y la mente, ese vínculo en el que ambos se pueden volver a
reconocer tan necesarios el uno para el otro como lo son las dos manos entre
sí.”
“Los
impulsos y la mente” –continúa Levy- “podrían compararse con el acelerador y el
freno. Vistos de forma aislada parecen opuestos que se anulan uno al otro.
Recién cuando se incorpora la imagen del auto en el tránsito es que se
comprueba que son complementarios: puedo acelerar porque cuento con el freno y
viceversa.”
Y
finaliza esa respuesta afirmando que “conectar con la unidad mayor que permite
ver lo complementario que hay entre lo aparentemente opuesto es lo que hace la
sabiduría del amor”.
Queridos
oyentes, hay cuestiones que nos parecen tan obvias que justamente obviamos algo
fundamental, que es prestarles atención para profundizar en ellas y así aprender
nuevas maneras de capitalizarlas a favor de nuestra salud emocional y afectiva.
Les recomendamos entonces
el libro “Aprendices del amor”, del doctor Norberto Levy.Clarina Pertiné
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