“¿Qué está pasando en el cielo que los
ángeles andan en la tierra?
No sé si ustedes saben que en España, hace
muchos años, los jóvenes demostraban su amor a las muchachas regalándoles un
piropo, que es, en realidad, un mineral perteneciente al grupo de los granates.
“Piropo” es una palabra que deriva del
griego pyros, que significa fuego, y
designa un rubí de un color rojo muy intenso debido a la concentración de
hierro que posee. Por ello se denomina piropo a
la frase galante que un varón dedica a una mujer, aunque, según parece, pronto
vamos a tener que decir que es también una costumbre caída en desgracia.
Del lento adiós al piropo empecé a
sospechar hace ya algunos años, si no décadas.
La experiencia personal y subjetiva me alertó sobre el peligro de
extinción de esta costumbre que yo creía argentina.
Y digo que yo creía argentina porque la
investigación que encaré, con método tan riguroso como me fue posible, me hizo
saber que es bien español eso de piropear, sobre todo si hablamos del piropo
del hombre hacia la mujer.
La lengua española refleja el carácter
extravertido de la sociedad, la tendencia a la exageración y el uso exacerbado
de los juegos de palabras y la metáfora.
Del lento adiós a los piropos, les decía, empecé
a sospechar cuando dejé de escucharlos. Yo creo que en esa despedida hay
involucrada, más que una cuestión de género, una cuestión de tiempo, de edades.
Está claro que son en su mayoría las
mujeres jóvenes quienes reciben un alto porcentaje de los piropos que se
escapan de las obras en construcción, de los encargados de edificios, de los
empleados que esperan la entrada de clientes en la puerta de sus negocios, o de
los hombres que caminan por la calle.
Con el correr de los años -al menos en mi
caso pasó algo así- algunas mujeres empezamos a priorizar la comodidad del taco
cuadrado por sobre la tortura del stiletto; preferimos el bienestar de unos
pantalones holgados al calvario de los jeans ajustados, y la tranquilidad de
poder movernos libremente al cuidado que entraña un escote.
O será que sencillamente –vuelvo a citar mi
caso- fui madurando y mis mejores virtudes pasaron a ser aquellas que no se
aprecian caminando por la calle.
Pero también puede ser -y acá les voy a
hablar del resultado de mi investigación- que ese halago fugaz y público que es
el piropo, haya ido perdiendo adeptos a medida que creció la conciencia en
materia de igualdad de derechos entre mujeres y hombres.
Porque según los especialistas en
cuestiones de género, la práctica del piropo realza de manera muy evidente los roles
tradicionalmente diferenciados de los
dos sexos: hombre activo y mujer pasiva. Se espera, en la mayoría de los casos,
que la mujer no responda ante un piropo.
El hombre, por su parte, se arroga el derecho de abordar públicamente a una
mujer desconocida.
Por otro lado, el límite entre el halago y
la grosería es una línea muy fina que hoy genera debates y ríos de tinta
virtual como nunca me hubiera imaginado encontrar en la investigación que
emprendí sobre esta costumbre en vías de extinción.
Supe por ejemplo de la existencia de un
programa en Chile denominado “El buen constructor”, patrocinado por empresarios
y el Ministerio de Vivienda, que busca modificar el lenguaje de los obreros de
la construcción. ¿Será que nunca más oiremos algo así como “tanta curva y yo
sin frenos” o “gracias suegrita, por mandar esta preciosura”?
Por cierto que esta medida cuenta con
algunos adeptos y muchos detractores, entre ellos los constructores, que sin
defender la grosería, sienten que constituye una limitación a su libertad de
expresión.
“Se ha vuelto una tradición entre los
constructores decirle algo bonito a una mujer, porque en verdad lo que nosotros
hacemos es reconocer la belleza nacional”, declara Ricardo Gutiérrez,
constructor de 58 años con más de 30 en el rubro.
Creo personalmente que desde el lado del
hombre -y por favor corríjanme ustedes, los oyentes varones, si estoy
equivocada- piropear a una mujer todavía es lo que se espera de ellos, sobre
todo si están en grupo. Y desde nuestro lado, el de las mujeres, quizás deberíamos
distinguir entre el piropo con intención elogiosa y el comentario con función
ofensiva.
Del primero, lamento su adiós; del segundo,
celebro su condena.
Nos encantaría saber qué piensan sobre el
piropeo. ¿Les gusta recibir piropos o los sienten como una ofensa? ¿Se animan a
piropear a un desconocido o a una desconocida?Natalia Peroni