martes, 4 de septiembre de 2012

Qué harías si no tuvieras miedo


Hoy les propongo que hablemos del miedo al cambio. 
Veamos qué dice al respecto el escritor Spencer Johnson en su maravilloso libro “¿Quién se ha llevado mi queso?”
El autor nos relata un cuento para ilustrar este tema. Dice así:
En un país lejano, vivían cuatro personajes. Todos corrían por un laberinto en busca del queso con el que se alimentaban y que los hacía felices. Dos de ellos eran ratones; los otros dos eran unas personitas, no humanas pero con aspecto y modo de actuar muy parecidos a los de los humanos actuales. Sus nombres eran Kif y Kof. Los ratones, aunque sólo poseían cerebro de roedores, tenían muy buen instinto y buscaban el queso seco y curado que tanto gustaba.
Kif y Kof, las personitas, utilizaban un cerebro repleto de creencias para buscar un tipo muy distinto de Queso -con mayúscula -, que ellos creían que los haría ser felices y triunfar.

Cada mañana, los cuatro buscaban queso por el laberinto. Un día encontraron lo que buscaban en una central quesera: el preciado Queso. A partir de entonces, iban todos los días a la central a disfrutar del queso.

Al cabo de un tiempo, las personitas siguieron yendo pero muy relajadas, porque al fin y al cabo ya sabían dónde había queso y cómo llegar hasta él.

No tenían ni idea de dónde provenía el queso pero suponían que estaría siempre en su lugar. “Aquí tenemos queso para toda la vida”, dijo uno de ellos. “Nos merecemos este queso”, dijo el otro.

Con el correr de los días la confianza se transformó en arrogancia y no advirtieron lo que estaba ocurriendo: se estaban quedando sin queso. Hasta que una mañana, descubrieron que no había más. Los dos ratones, que ya habían notado que el queso iba disminuyendo, instintivamente supieron qué hacer: salir a buscar otro. Era simple; la situación había cambiado, por lo tanto los ratones decidieron cambiar. Y se fueron a buscar un nuevo queso.

Las personitas, en cambio, no habían prestado atención a los pequeños cambios y habían dado por sentado que su queso seguiría allí eternamente.

Imagínense los gritos que comenzaron a dar cuando vieron que no había más queso. ¡Estaban indignados!  “¡Esto no es justo!”, vociferaban. “¡Queremos el queso que nos merecemos!”, continuaban.  

Para las personitas, encontrar queso era dar con la manera de obtener lo que creían que necesitaban para ser felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos, su propia idea de lo que significaba el queso.

Para algunas, encontrar queso era poseer cosas materiales. Para otras, disfrutar de buena salud o alcanzar la paz interior.

Y mientras los ratones ya hacía rato que habían salido en busca de un queso nuevo, las dos personitas se quedaron un largo tiempo vacilando y penando por el queso que ya no tenían, y tratando de encontrar queso allí donde ya hacía mucho tiempo que no había. Finalmente, una de las personitas pudo un día pudo empezar a reírse de sí misma.

"Mírate, Kof, mírate” -se decía-. “Cada día hago las mismas cosas, una y
otra vez, y me pregunto por qué la situación no mejora. Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso divertido."

Y se preguntó algo muy simple:

"¿Qué harías si no tuvieses miedo?"

“Pensó en ello. Cuando te impide hacer algo, el miedo no es bueno. Entonces, respiró hondo y se adentró en el laberinto, avanzando con paso veloz hacia lo desconocido, a buscar un nuevo queso.” ¡Y lo encontró! Con otro sabor, de otra textura, diferente, pero queso al fin.

Kof advirtió entonces que lo que nos da miedo nunca es tan malo como imaginamos. El miedo que dejamos crecer en nuestra mente es peor que la situación real. Lo que creemos que va a pasar siempre es malo si escuchamos al miedo. Y cuanto más tiempo dejamos que el miedo nos paralice, más grande es la fantasía del horror que vamos a vivir si nos movemos, si cambiamos.

Kof se rió de sí mismo y llegó a la conclusión de que reírse de la situación y de lo mal que estaba actuando había sido el primer paso para el cambio. Advirtió que la manera más rápida de transformar una situación “es reírse de la propia estupidez”, según el propio autor, que continúa diciendo:  “después de hacerlo, uno ya es libre y puede seguir avanzando.”

Kof, el protagonista de este cuento, nos enseña que el inhibidor más grande de los cambios está dentro de uno mismo y que las cosas no mejoran para uno mientras uno no cambia.

Y que al quedarse sin el queso viejo, en otro lugar siempre hay un queso nuevo, aunque en el momento de la pérdida uno no lo crea posible. Hay una recompensa de queso nuevo en algún lugar del laberinto tan pronto uno deja atrás los miedos y disfruta con la aventura de la búsqueda.

Y ustedes amigos ¿qué tienen para contarnos respecto de esto? ¿Suelen dar por sentado su queso? ¿Se han quedado sin él? ¿Sienten que ya es hora de buscar un queso nuevo?
Vicky Detry

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