Hoy les
propongo que hablemos del miedo al cambio.
Veamos qué
dice al respecto el escritor Spencer Johnson en su maravilloso libro “¿Quién se
ha llevado mi queso?”
El autor
nos relata un cuento para ilustrar este tema. Dice así:
En un país
lejano, vivían cuatro personajes. Todos corrían por un laberinto en
busca del queso con el que se alimentaban y que los hacía felices. Dos de ellos eran ratones;
los otros dos eran unas personitas, no humanas pero con aspecto y modo de
actuar muy parecidos a los de los humanos actuales. Sus nombres eran Kif y Kof.
Los ratones, aunque sólo poseían cerebro de roedores, tenían muy buen instinto
y buscaban el queso seco y curado que tanto gustaba.
Kif y Kof, las personitas,
utilizaban un cerebro repleto de creencias para buscar un tipo muy distinto de
Queso -con mayúscula -, que ellos creían que los haría ser felices y triunfar.
Cada mañana, los cuatro
buscaban queso por el laberinto. Un día encontraron lo que buscaban en una
central quesera: el preciado Queso. A partir de
entonces, iban todos los días a la central a disfrutar del queso.
Al cabo de un tiempo, las
personitas siguieron yendo pero muy relajadas, porque al fin y al cabo ya
sabían dónde había queso y cómo llegar hasta él.
No tenían ni idea de dónde
provenía el queso pero suponían que estaría siempre en su lugar. “Aquí tenemos
queso para toda la vida”, dijo uno de ellos. “Nos merecemos este queso”, dijo
el otro.
Con el correr de los días
la confianza se transformó en arrogancia y no advirtieron lo que estaba
ocurriendo: se estaban quedando sin queso. Hasta que una mañana, descubrieron
que no había más. Los dos ratones, que ya habían notado que el queso iba
disminuyendo, instintivamente supieron qué hacer: salir a buscar otro. Era
simple; la situación había cambiado, por lo tanto los ratones decidieron
cambiar. Y se fueron a buscar un nuevo queso.
Las personitas, en cambio,
no habían prestado atención a los pequeños cambios y habían dado por sentado
que su queso seguiría allí eternamente.
Imagínense los gritos que
comenzaron a dar cuando vieron que no había más queso. ¡Estaban indignados! “¡Esto no es justo!”, vociferaban. “¡Queremos
el queso que nos merecemos!”, continuaban.
Para las personitas,
encontrar queso era dar con la manera de obtener lo que creían que necesitaban
para ser felices. Cada una tenía, según fueran sus gustos, su propia idea de lo
que significaba el queso.
Para algunas, encontrar
queso era poseer cosas materiales. Para otras, disfrutar de buena salud o
alcanzar la paz interior.
Y mientras los ratones ya
hacía rato que habían salido en busca de un queso nuevo, las dos personitas se
quedaron un largo tiempo vacilando y penando por el queso que ya no tenían, y
tratando de encontrar queso allí donde ya hacía mucho tiempo que no había.
Finalmente, una de las personitas pudo un día pudo empezar a reírse de sí
misma.
"Mírate, Kof, mírate”
-se decía-. “Cada día hago las mismas cosas, una y
otra vez, y me pregunto
por qué la situación no mejora. Si esto no fuera tan ridículo, sería incluso
divertido."
Y se preguntó algo muy
simple:
"¿Qué harías si no tuvieses miedo?"
“Pensó en ello. Cuando te impide
hacer algo, el miedo no es bueno. Entonces, respiró hondo y se adentró en el
laberinto, avanzando con paso veloz hacia lo desconocido, a buscar un nuevo
queso.” ¡Y lo encontró! Con otro sabor, de otra textura, diferente, pero queso
al fin.
Kof advirtió entonces que
lo que nos da miedo nunca es tan malo como imaginamos. El miedo que dejamos
crecer en nuestra mente es peor que la situación real. Lo que creemos que va a
pasar siempre es malo si escuchamos al miedo. Y cuanto más tiempo dejamos que
el miedo nos paralice, más grande es la fantasía del horror que vamos a vivir
si nos movemos, si cambiamos.
Kof se rió de sí mismo y llegó
a la conclusión de que reírse de la situación y de lo mal que estaba actuando
había sido el primer paso para el cambio. Advirtió que la manera más rápida de transformar
una situación “es reírse de la propia estupidez”, según el propio autor, que
continúa diciendo: “después de hacerlo, uno
ya es libre y puede seguir avanzando.”
Kof, el protagonista de
este cuento, nos enseña que el inhibidor más grande de los cambios está dentro
de uno mismo y que las cosas no mejoran para uno mientras uno no cambia.
Y que al quedarse sin el
queso viejo, en otro lugar siempre hay un queso nuevo, aunque en el momento de
la pérdida uno no lo crea posible. Hay una recompensa de queso nuevo en algún
lugar del laberinto tan pronto uno deja atrás los miedos y disfruta con la
aventura de la búsqueda.
Y ustedes amigos ¿qué tienen para contarnos respecto de esto? ¿Suelen
dar por sentado su queso? ¿Se han quedado sin él? ¿Sienten que ya es hora de
buscar un queso nuevo?
Vicky Detry
No hay comentarios:
Publicar un comentario