Mientras
pensaba cómo abordar el tema de la belleza, de lo bello, se me ocurrió googlear
la palabra. El primer resultado que me mostró el buscador virtual es la
definición de la palabra por Wilkipedia.
Luego se desplegaron estos títulos “Todo lo que necesitas para estar más guapa
y en forma” “Belleza y salud, Aprende a domar la melena de león”, “Trucos de
belleza para mujeres, maquillaje peinados”, “Noticias sobre el Buenos Aires
Fashion Week”, “Ofertas de belleza, Modela tu cuerpo con un nuevo sistema no
invasivo”.
Pero
como una imagen vale más que mil palabras, abrí la solapa del buscador que
desplegó cientos de fotos de mujeres ciertamente muy bellas, la mayoría de
ellas jóvenes, delgadas, con y sin ropa pero siempre elegantes, glamorosas,
podríamos decir.
Y
pensé que para Google la belleza es cosa de mujeres. De mujeres de no más de 30
años y menos de 50 kgs.
Es
difícil reconstruir el camino que realizamos en una búsqueda por internet, pero
creo recordar que fueron dos o tres intentos más lo que me llevaron a buscar
imágenes sobre Rubens, un pintor barroco del siglo XVI. Tiene muchos cuadros
con mujeres al desnudo que representaban el ideal de belleza del momento. Los
convoco a contrastar el ideal de la mujer bella de la actualidad con la comparación de una de las obras de Rubens,
por ejemplo Las tres gracias.
Créanme
que es muy difícil pensar que ambos modelos de belleza correspondan a un mismo
concepto, el de la mujer bella.
Y
luego de esta larga introducción me sumerjo en una de las preguntas que podemos
hacernos con respecto a la belleza. No solo de la belleza de la mujer, que no
es la única que la posee. De la belleza de las cosas, de los seres humanos, de
la naturaleza, de la vida.
Es
objetiva o subjetiva, relativa o absoluta? Como la belleza es un valor podemos
generalizar la pregunta de esta manera, ¿tienen valor las cosas porque las
deseamos o las deseamos porque tienen valor?.
Si
sostenemos que la belleza (o cualquier otro valor) es objetiva, decimos que se
encuentra en la realidad exterior al sujeto que la capta. Esto puede querer
decir que esta en las cosas sensibles, en otro mundo distinto del que
percibimos, en Dios o en otro lugar. Si decimos que es subjetiva, implica que
está dentro del sujeto que la aprecia.
Ambas
posiciones abren preguntas. De la primera podemos cuestionarnos cuál es ese
conjunto de reglas que permite establecer si un objeto es bello o no lo es. Es
la armonía, por ejemplo? La proporción o equilibrio de los objetos que la
componen?
Si
es subjetiva, la belleza dependerá del gusto, pero del gusto de quién? ¿De un
grupo de individuos? ¿De cada individuo en particular. ¿Del ser humano como
tal? A estos se refiere el refrán “sobre gustos no hay nada escrito” y
entonces, desde esta postura, ¿le cabe algún lugar a la crítica en materia
estética?
El que sostiene que la
belleza es absoluta está convencido de que es única y que, a lo sumo, puede
ocultarse en algunas épocas y aparecer en otras. Si, en cambio, pensamos que es
relativa, tendremos que aclarar como lo señalamos antes con la subjetividad, si
esa relatividad tiene que ver con cada una de las personas, con los miembros de
una clase social o aquellos contemporáneos a un mismo período histórico. Desde
esta postura, nuevamente, no resulta fácil explicar porque algunas obras han
sido juzgadas como poseedoras de una gran belleza a lo largo de extensos
períodos históricos.Natalia Peroni
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