jueves, 29 de agosto de 2013

A propósito de la ansiedad

Hoy quiero compartir con ustedes una risueña reflexión que inicié hace unos días, cuando me puse a releer uno de los libros de la genial escritora y dibujante argentina Maitena Burundarena.
El libro en cuestión se llama “Curvas peligrosas” y refleja magistralmente las múltiples facetas del mundo femenino. Más allá de mi expresa admiración por esta artista, cuya impronta reúne la profundidad de sus observaciones con un humor agudo y sutil, creo sinceramente que no debe existir una sola mujer que no se sienta identificada con algunas de las situaciones que describe Maitena.
Una de las páginas se titula “Cuando la ansiedad te tiene en sus brazos”, y muestra, a lo largo de nueve ilustraciones –cada una con el comentario correspondiente de la autora- ciertas escenas en las que tanto mujeres como hombres se vuelven presas inevitables de una mortal ansiedad.
Les cuento los ejemplos que pone Maitena:
1)   Tirar del papel de la impresora antes de que termine de salir.
2)   Arrancar antes de que el semáforo cambie.
3)   Abrir el microondas antes de que suene.
4)   Seguir cliqueando el mouse mientras espera el relojito.
5)   Pararse en el pasillo antes de que el avión se detenga.
6)   Espiar el final del libro antes de terminarlo.
7)   Seguir llamando al ascensor cuando ya marcó que viene.
8)   Tirar del botón del inodoro antes de terminar con lo que fuimos a hacer al baño.
9)   Verificar que el teléfono funciona cuando te dijo: “Te llamo”.
Les juro que cada vez que estoy con el ánimo bajo por algún motivo, abro cualquier libro de Maitena en cualquier página y empiezo a reírme a carcajadas.
¡No me digan ustedes que no pertenecen a alguna de las categorías de ansiosos que mencioné recién! Yo debo confesarles que estoy en casi todas, y podría agregar varios ejemplos a la lista de Maitena.
Lo paradójico, cuando pienso en mis diversas ansiedades, es que soy, por otro lado, muy pero muy paciente, sobre todo con los demás. Tiendo indefectiblemente a justificar, comprender y disculpar los yerros ajenos, en una medida algo excesiva, según he descubierto y aprendido hace no mucho tiempo, después de algunas sesiones de terapia sumamente reveladoras.
Pero quizás no haya tal paradoja, y se pueda ser a la vez ansioso, paciente y feliz. ¿Por qué no?
Les cuento algunas situaciones que me generan ansiedad:
·        Fijar los ojos en los botones del ascensor mientras subo a un piso alto. ¡Se me hace eterno el trayecto! Pero aunque intente distraerme mirándome en el espejo o espiando de reojo a mis eventuales compañeros de encierro, vuelvo irremediablemente a los botones, y tengo la sensación de que el ascensor va cada vez más lento. ¡Una tortura!

·        Esperar a que se llene la bañadera cuando me preparo un baño de inmersión. Se me figura que la bañadera es una pileta olímpica, y lo peor es que no puedo recurrir al truco de hacer otras cosas mientras se llena, porque ya he inundado varias veces mi baño al olvidar alegremente las canillas abiertas, en mi denodado esfuerzo por aplacar mi ansiedad. Huelga aclarar que además de ansiosa soy distraída. Combinación fatal a la hora de prevenir accidentes domésticos.

·        Aguardar la devolución de mi tarjeta por parte del cajero automático. Siempre temo que mi pobre tarjeta sea devorada por ese frío artefacto, que emite una serie de sonidos algo escalofriantes antes de decidirse a entregarme lo que es mío. Como si me estuviera advirtiendo, en su robótico idioma, que la próxima vez no será tan benévolo y la fagocitará. Suelo salir casi corriendo de los cajeros automáticos. Pensándolo bien, más que ansiedad me dan miedo.
Y a ustedes, queridos oyentes, ¿en qué situaciones los tiene en sus brazos la ansiedad? ¿Qué suelen hacer al respecto? ¿Cómo viven el hecho de ser personas ansiosas?

¡No sigo con las preguntas para no aumentar la ansiedad que tengo de escuchar sus respuestas! 
Clarina Pertiné

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