viernes, 30 de agosto de 2013

Lista cerrada de amigos

Tengo un amigo que tiene cerrada su lista de amigos. Sí, señores, exactamente como lo están escuchando. Gustavo, mi amigo, tiene una posición tomada respecto de la amistad, y no hay argumento que lo haga cambiar de opinión.
Yo lo he intentado varias veces, porque no puedo creer que haga una afirmación tan categórica siendo él una persona tan cálida y sociable, pero no hay caso: lo dice muy en serio, más allá de que en muchas oportunidades me haya hecho reír la vehemencia con que defiende su postura.
El desarrollo de su idea sería más o menos así: Los verdaderos amigos son los de la infancia y la adolescencia. Con ellos entablamos un vínculo en el que compartimos experiencias sumamente intensas e inolvidables que nos dejan una huella imborrable en el alma. Un recuerdo, una marca profunda hecha del afecto más hondo y sazonada por los colores de etapas irrepetibles y, según él, también irreemplazables.
Por lo tanto, continúa Gustavo, toda la gente que llega a nuestra vida una vez terminadas esas etapas, serán personas a las que podremos apreciar, respetar, valorar, incluso admirar, pero de ninguna manera les será posible acceder a la categoría de amigos. Punto final.
¿No importa lo que hagan?, le pregunto, insistente. ¿No importa si te demuestran que te quieren, que te apoyan, que están presentes en tu vida adulta para ayudarte, para escucharte, para consolarte o animarte cuando lo necesites?
No importa, responde sin el más mínimo atisbo de duda. Porque no se trata de lo que hagan o dejen de hacer.
De hecho, admite, puede ser que pongan en juego todas las acciones propias de un excelente amigo, pero no llegarán a serlo porque las raíces de la amistad -tal como él la concibe- tienen que ver con un tiempo (la infancia y la adolescencia) en el que el corazón está abierto de un modo incomparable, natural, espontáneo, carente de barreras de cualquier tipo y dispuesto a compartirlo todo sin hacer cálculos que la madurez posterior casi siempre nos fuerza a hacer.
El corazón infantil y juvenil, dice Gustavo, concibe y siente la amistad como un valor supremo, pero no desde la mente sino desde un misterioso y mágico espacio emocional que inexorablemente cierra sus puertas una vez que llegamos a la edad adulta.
¿Y esas puertas no se pueden abrir nunca más?, vuelvo a la carga aunque con menos ínfulas, ya que Gustavo irradia una convicción irreductible.
Nunca jamás, responde él risueño para dar por terminada la conversación que hemos sostenido infinidad de veces a lo largo de los años.
Permítanme contarles, queridos oyentes, que tengo la suerte de haber conocido a Gustavo a los 20 años, y parece que llegué justo antes de que cerrara su lista de amigos, según me asegura. Me considero privilegiada por eso y doy fe de su amistad, que tanto bien me ha hecho a lo largo de los veintipico de años que llevamos siendo amigos…
Así que, aunque no comparto en absoluto su punto de vista porque mi experiencia de vida está llena de encuentros espectaculares -en plena adultez- con personas a las que considero verdaderas y excelentes amigas, tanto o más que a aquellas a quienes adoraba en mi infancia o adolescencia, debo decir que puedo comprender el sentimiento que da origen a la teoría de Gustavo.
Porque coincido con él en que la impronta de los años de juventud es imborrable y que al corazón abierto de par en par no hay quien le gane. Pero, a diferencia de mi gran amigo, no creo que las puertas del corazón se cierren después de ninguna etapa de la vida.
De hecho, mi lista de amigos está abierta y seguirá así hasta el día en que exhale mi último suspiro. Y aún entonces, quién sabe, podría suceder que apareciera alguien nuevo, cuya misión fuera solo sostener mi mano durante unos minutos. A esa persona, hoy y siempre, yo no dudaría en llamarla amiga.

¿Y ustedes, queridos oyentes? ¿Tienen abierta o cerrada su lista de amigos? ¿Cuáles son sus razones para una u otra decisión?
Clarina Pertiné

jueves, 29 de agosto de 2013

Por qué leer a los clásicos

¿Conocen Uds. un escritor llamado Italo Calvino? Siempre creí que era italiano, ya que esa es la lengua en la cual escribió un libro maravilloso titulado Si una noche de invierno un viajero, entre muchas obras más, entre novelas, cuentos y poesías. Pero lo cierto es que Italo Giovanni Calvino Mameli nació en Cuba en el año 1923, quizá en forma casual, ya que sus padres se encontraban trabajando en la isla antes de regresar a Italia.
Y como la pluma para algunos es ligera, lo fue también para este notable escritor que  también publicó artículos para diversos periódicos y algunos ensayos. Hoy quería compartir con Uds. sus reflexiones sobre “Por qué leer a los clásicos”.
Empieza diciendo que los clásicos son “esos libros de los cuales se suele oír decir: «Estoy releyendo...» y nunca «Estoy leyendo...». Y con respecto a la palabra releer considera que “El prefijo iterativo delante del verbo «leer» puede ser una pequeña  hipocresía de todos los que se avergüenzan de admitir que no han leído un libro famoso. Para tranquilizarlos bastará señalar que por vastas que puedan ser las lecturas «de formación» de un individuo, siempre queda un número enorme de obras fundamentales que uno no ha leído.”
Comparto la vergüenza que me produce admitir, en algunos círculos, no haber leído obras que muchos consideran fundamentales para nuestra formación cultural. Me consuelan entonces, las palabras de Calvino cuando dicen que “…leer  por primera vez un gran libro en la edad madura es un placer extraordinario: diferente (pero no se puede decir que sea mayor o menor) que el de haberlo leído en la juventud. La juventud comunica a la lectura, como a cualquier otra experiencia, un sabor particular y una particular importancia, mientras que en la madurez se aprecian (deberían apreciarse) muchos detalles, niveles y significados más.
Es como enamorarse en la adolescencia o pasados los cuarenta. Son dos experiencias diferentes pero enriquecedoras por distintos y diversos motivos que otro día podemos analizar en este espacio. Y entonces  Calvino ensaya otra definición de los clásicos diciendo “Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha  leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para  saborearlos”.
¡Cuánta promesa encierra esta frase! “En realidad, -dice el autor-, las lecturas de juventud pueden ser poco provechosas por impaciencia, distracción, inexperiencia en cuanto a las instrucciones de uso, inexperiencia de la vida. Pueden ser (tal vez al mismo tiempo) formativas en el sentido de que dan una forma a la experiencia futura, proporcionando modelos, contenidos, términos de comparación, esquemas de clasificación, escalas de valores, paradigmas de belleza: cosas todas ellas que siguen actuando, aunque del libro leído en la juventud poco o nada se recuerde. Al releerlo en la edad madura, sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado. “
El ensayo es más largo y los invito a buscarlo en la red. Quisiera terminar con su tercera definición de los clásicos que dice así: “Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual. Por eso en la vida adulta debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud. Si los libros siguen siendo los mismos (aunque también ellos cambian a la luz de una perspectiva histórica que se ha transformado), sin duda nosotros hemos cambiado y el encuentro es un acontecimiento totalmente nuevo”.
Por todo lo dicho hasta ahor, quizá puedo contarles sin ningún pudor que la lectura de Los miserables funciono como una bisagra en mi vida, hecho que ocurrió hace menos de un año y luego de 35 de lectura postergada de una obra de tanta belleza. Y en tren de confesiones, soy culpable de haber terminado Ana Karenina de Tolstoi hace sólo un par de meses.

Pero como dice Calvino, en materia de clásicos, “que se use el verbo «leer» o el verbo «releer» no tiene mucha importancia”. Si disfrutan la lectura y les llego la hora, les recomiendo matizar los best seller del momento con algunos clásicos que sobreviven, entre otras cosas, por mucho de las recomendaciones de Clavino que nos alienta a leerlos.
Natalia Peroni

A propósito de la ansiedad

Hoy quiero compartir con ustedes una risueña reflexión que inicié hace unos días, cuando me puse a releer uno de los libros de la genial escritora y dibujante argentina Maitena Burundarena.
El libro en cuestión se llama “Curvas peligrosas” y refleja magistralmente las múltiples facetas del mundo femenino. Más allá de mi expresa admiración por esta artista, cuya impronta reúne la profundidad de sus observaciones con un humor agudo y sutil, creo sinceramente que no debe existir una sola mujer que no se sienta identificada con algunas de las situaciones que describe Maitena.
Una de las páginas se titula “Cuando la ansiedad te tiene en sus brazos”, y muestra, a lo largo de nueve ilustraciones –cada una con el comentario correspondiente de la autora- ciertas escenas en las que tanto mujeres como hombres se vuelven presas inevitables de una mortal ansiedad.
Les cuento los ejemplos que pone Maitena:
1)   Tirar del papel de la impresora antes de que termine de salir.
2)   Arrancar antes de que el semáforo cambie.
3)   Abrir el microondas antes de que suene.
4)   Seguir cliqueando el mouse mientras espera el relojito.
5)   Pararse en el pasillo antes de que el avión se detenga.
6)   Espiar el final del libro antes de terminarlo.
7)   Seguir llamando al ascensor cuando ya marcó que viene.
8)   Tirar del botón del inodoro antes de terminar con lo que fuimos a hacer al baño.
9)   Verificar que el teléfono funciona cuando te dijo: “Te llamo”.
Les juro que cada vez que estoy con el ánimo bajo por algún motivo, abro cualquier libro de Maitena en cualquier página y empiezo a reírme a carcajadas.
¡No me digan ustedes que no pertenecen a alguna de las categorías de ansiosos que mencioné recién! Yo debo confesarles que estoy en casi todas, y podría agregar varios ejemplos a la lista de Maitena.
Lo paradójico, cuando pienso en mis diversas ansiedades, es que soy, por otro lado, muy pero muy paciente, sobre todo con los demás. Tiendo indefectiblemente a justificar, comprender y disculpar los yerros ajenos, en una medida algo excesiva, según he descubierto y aprendido hace no mucho tiempo, después de algunas sesiones de terapia sumamente reveladoras.
Pero quizás no haya tal paradoja, y se pueda ser a la vez ansioso, paciente y feliz. ¿Por qué no?
Les cuento algunas situaciones que me generan ansiedad:
·        Fijar los ojos en los botones del ascensor mientras subo a un piso alto. ¡Se me hace eterno el trayecto! Pero aunque intente distraerme mirándome en el espejo o espiando de reojo a mis eventuales compañeros de encierro, vuelvo irremediablemente a los botones, y tengo la sensación de que el ascensor va cada vez más lento. ¡Una tortura!

·        Esperar a que se llene la bañadera cuando me preparo un baño de inmersión. Se me figura que la bañadera es una pileta olímpica, y lo peor es que no puedo recurrir al truco de hacer otras cosas mientras se llena, porque ya he inundado varias veces mi baño al olvidar alegremente las canillas abiertas, en mi denodado esfuerzo por aplacar mi ansiedad. Huelga aclarar que además de ansiosa soy distraída. Combinación fatal a la hora de prevenir accidentes domésticos.

·        Aguardar la devolución de mi tarjeta por parte del cajero automático. Siempre temo que mi pobre tarjeta sea devorada por ese frío artefacto, que emite una serie de sonidos algo escalofriantes antes de decidirse a entregarme lo que es mío. Como si me estuviera advirtiendo, en su robótico idioma, que la próxima vez no será tan benévolo y la fagocitará. Suelo salir casi corriendo de los cajeros automáticos. Pensándolo bien, más que ansiedad me dan miedo.
Y a ustedes, queridos oyentes, ¿en qué situaciones los tiene en sus brazos la ansiedad? ¿Qué suelen hacer al respecto? ¿Cómo viven el hecho de ser personas ansiosas?

¡No sigo con las preguntas para no aumentar la ansiedad que tengo de escuchar sus respuestas! 
Clarina Pertiné

lunes, 26 de agosto de 2013

La paz perpetua

Si Uds como yo, leyeron los diarios durante las últimas semanas, quizá se hayan asombrado de la enorme magnitud de los conflictos que están ocurriendo en Egipto y Siria. Por diversas causas que requerirían un análisis más profundo, y sobre todo, de alguien más conocedor de la situación política y sociológica de estos países, sigue creciendo día a día la cantidad de muertes productos de conflictos intra e inter estatales.
Sí podemos pensar juntos por qué la guerra, qué hace que una persona levanté un puñal, un fusil, o más sofisticados instrumentos de muertes contra sus congéneres.
Kant, uno de los más grandes filósofos de la modernidad ilustrada, escribió unos pocos años antes de morir una obra corta sobre la guerra titulada La paz Perpetua. Quizá es irónico pensar que el título hace alusión a una ilustración que exhibía una taberna holandesa en cuyo escudo se podía leer, sobre la pintura de un cementerio la frase, Sobre la paz perpetua.
Creo que la ironía que trasluce el título de la obra de Kant, se refiere no a su convicción de la imposibilidad de alcanzar la paz entre los hombres, sino a la enorme ineficacia de los políticos que a veces están a cargo de dicha tarea. Veamos por qué.
En un artículo de la Revista de Humanidades de la Universidad de México, Teresa Santiago Oropeza dice que, ironías aparte, “Kant tenía la convicción de que una paz perpetua es posible, siempre y cuando el hombre se deja guiar por su razón práctica para abandonar el mecanismo de la guerra y plantearse la paz como un fin y un deber. El hombre tiene una inclinación a vivir en comunidad pero, al mismo tiempo, quiere preservar su individualidad a cualquier costo, a lo que llama Kant una insociable sociabilidad. Es este un mecanismo natural que, sin embargo, puede ser usado a favor del progreso moral de la especie como un incentivo para abandonar el estado anímico de la guerra y construir, tanto las condiciones políticas, como las herramientas jurídicas que lleven a la contención y, eventualmente, la erradicación de la guerra. Las ideas principales de este proyecto racional para una paz perpetua constituyen el leiv motif del famoso ensayo: Hacia una paz perpetua. En ese texto el autor estipula las condiciones para una paz definitiva --una paz perpetua--, en la forma de artículos preliminares y definitivos. Bases jurídicas mínimas que garanticen la confianza mutua entre los pueblos, una constitución republicana y más adelante una federación de estados libres son algunas de las etapas que habrán de satisfacerse en la instauración de esa paz definitiva”
 Sigue diciendo la autora. “Los ochenta años que Kant vivió cubren un período de la historia en el cual tuvieron lugar algunos de los eventos que hicieron de Europa y el mundo el ámbito plurinacional que ahora conocemos; entre otros, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y el acontecimiento que marcó el paso de la sociedad a la modernidad política: la Revolución Francesa. Algunos de éstos tuvieron un impacto directo en el pensamiento filosófico de Kant, en el sentido de que, de no haber ocurrido, probablemente algunas de sus tesis no hubieran sido formuladas con la misma convicción. No obstante, lo que realmente importa destacar es que a Kant no le pasó de largo el hecho de que los grandes cambios van asociados a las movilizaciones sociales, las revoluciones y las guerras”
Hay un concepto clave que explica el por qué de las guerras según el filósofo que tiene que ver con lo que el llama la  “insociable sociabilidad” del ser humano. En palabras del mismo Kant, es explicado así: “Entiendo aquí por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres, esto es, el que su inclinación a vivir en sociedad sea inseparable de una hostilidad que amenaza constantemente con disolver esa sociedad. (...) El hombre tiene una tendencia a socializarse, porque en tal estado siente más su condición de hombre (...) Pero también tiene una fuerte inclinación a individualizarse(aislarse), porque encuentra simultáneamente en sí mismo la insociable cualidad de doblegar todo a su mero capricho (...)”
Para Kant, en principio, la naturaleza conflictiva del ser humano no es necesariamente un aspecto negativo sino un elemento indispensable para su avance en la formación de principios prácticos para su vida en sociedad.
Kant propone una serie de reglas o leyes, con el fin de ir estrechando el espacio a la posible legitimación del recurso bélico. Entre otras,  la prohibición de que existan reservas secretas en los tratados de paz; o La prohibición de que un Estado pueda ser adquirido por otro mediante herencia, intercambio, compra o donación o la prohibición de que la política exterior de lugar a deuda pública.

Pero en la imposibilidad de analizar una obra tan rica me quedo con la convicción del filósofo acerca de la paz, que es posible y debe ser construida. Por todos y para todos.
Natalia Peroni

domingo, 25 de agosto de 2013

Por qué amamos

Hoy les propongo que hablemos sobre por qué amamos. Helen Fisher es investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad de Rutgers, EE.UU. Ha conducido un extenso estudio sobre la evolución, la expresión y la ciencia del amor.
Ante la pregunta sobre por qué nos gusta una persona en concreto entre todas las demás la autora responde que nadie sabe la respuesta. Se sabe que  interviene un componente cultural muy importante pero el momento también es muy importante: hay que estar dispuesto a enamorarse. La gente tiende a enamorarse de alguien que tiene alrededor, próxima; nos enamoramos de personas que resultan misteriosas, que no se conocen bien.
Ella estudió la diferencia entre cómo se enamoran las mujeres y cómo se enamoran los hombres. Dice que en los hombres descubrieron una mayor actividad en una pequeña región cerebral asociada con la integración de los estímulos visuales. Lo cual ella dice que tiene sentido ya que durante millones de años, el hombre ha tenido que mirar bien a la mujer y tomarle la medida para ver si ella le daría un niño saludable.
En su estudio también encontró algo en las mujeres que le llamó mucho la atención continúa la autora, descubrió en ellas una mayor actividad en unas tres áreas diferentes, asociadas con la memoria y la rememoración, no simplemente con la capacidad de recordar. Dice que al principio no lo entendó, pero luego pensó que, durante millones de años, una mujer no podía mirar a un hombre y saber si podía ser un buen padre y un buen marido. Para saberlo, tenía que recordar. Tenía que recordar lo que había dicho o hecho, cómo se había comportado con anterioridad.
Cuando le preguntan qué le sucede al cerebro de los mamíferos cuando están realmente locos de amor. Ella dice que se encontró actividad en muchas partes del cerebro, pero las dos cosas más importantes fueron la actividad en una pequeñísima fábrica que hay cerca de la base del cerebro, llamada el área ventral tegmental. Y lo que hace esa fábrica es producir dopamina, un estimulante natural: un estimulante que proporciona sensaciones de plenitud, euforia y cambios de humor.

La Dra Fisher dice que cada vez que producimos un pensamiento, o tenemos una motivación, o experimentamos una emoción, siempre se trata de química, sin embargo, no todo se reduce a eso, podemos conocer toda la química que hay detrás del amor romántico –todavía no la conocemos toda, pero estamos empezando a conocerla en parte- y todavía ser capaces de captar toda su enorme magia.
Por otra parte dice que el impulso sexual es diferente del amor romántico y es diferente del afecto. Comenta que evolucionaron de manera diferente. . El impulso sexual evolucionó para que saliéramos a buscar a nuestras parejas. El amor romántico por otra parte es lo que ella llama el impulso verdadero, porque emana del cerebro primitivo y es más fuerte que el impulso sexual.
Ella dice que “Cuando estamos locamente enamorados, queremos irnos a la cama con nuestra pareja, pero lo que realmente queremos es que nos llame por teléfono, que nos invite a cenar, etc. Se crea una unión emocional.”
Una de las características principales del amor romántico es el deseo de contacto sexual… y de exclusividad sexual, cuando nos enamoramos pasamos a ser realmente posesivos. Dice que en la comunidad científica lo llaman “vigilancia de la pareja”. Lleva consigo una gran felicidad y una gran tristeza. Cuando se nos rechaza estando enamorados se  produce una tristeza enorme.

Y ustedes queridos oyentes, después de tanta explicación científica ¿por qué aman?
Vicky Detry

jueves, 22 de agosto de 2013

Tengo una idea

Hace un par de meses comentamos el libro AgilMente, de Estanislao Bachrach que es un joven biólogo molecular que explica en un lenguaje claro y sencillo el funcionamiento del cerebro.
Es muy ilustrativa la forma que él explica cómo nace las ideas nuevas. Quizá vos, del otro lado del micrófono, sabes mucho de esto porque sos un publicista y empezas tus días de trabajo con un desayuno creativo junto a tus compañeros de la agencia que, con la ayuda de un coach, exprimen sus cerebros con un brain storming que salpica de ideas un enorme pizarrón blanco que domina la cabecera de una larga mesa de reuniones.
O de repente trabajas en una empresa de desarrollo de software, preferiblemente multinacional, que dispone de espacios ad hoc para incentivar la creatividad de sus empleados. Mesas de pool, bancos al aire libro, parrilla, catering de comida molecular servido en vajilla minimalista y maquinas de cafe.
Pero la buena noticia que trae Bachrach es para todos. Mejor dicho, para todos los que tengan ganas de ser creativos. Sin límite de edad, porque contrario sensu, Bacrach asegura que hasta el último día de tu vida podes desarrollar tu cerebro y estimular tu capacidad creativa.
El misterio detrás de la generación de una idea aparentemente está en la asociación de miles y millones de experiencias acumuladas en tu mente. Desde el momento en que nacés hasta ahora que estas escuchando la radio, todo lo que pasó en tu vida, lo que leíste, lo que viste, lo que escuchaste, todo queda guardado en tu memoria.
“Es la combinación de cosas que vos ya tenías de manera azarosa, que se convierte en algo nuevo. Cuando Bill Gates inventó Microsoft no lo hizo de cero: sabía escribir en chips, manejar una computadora, vio que existía una PC (que no la inventó él). La técnica número uno para ser más creativo es la asociación de cosas que aparentemente no tienen ninguna relación. Si tengo que resolver un problema en la computadora, pienso en grúas o en animales, lo que sea, y ahí uno empieza a asociar libremente. La dificultad es que la gente se autocensura: Esto no va a funcionar, esto es muy caro, mi jefe no va a querer. Cuando vas a expresar una idea primero aparece un filtro que es el de la cultura, la experiencia y la certeza. Si vos sentís por tu experiencia que esto no va a andar porque es caro, porque se te van a reír, porque genera mucha incertidumbre, porque la cultura del país o de la organización no va con eso, te callás y ése es el gran problema: no hay que callarse.”
“Uno de los grandes conceptos de la neurociencia sobre el cambio real de los humanos es que tu cerebro cambia si vos te das cuenta solo de las cosas, es lo que se llama el inside o revelación. Clic, revelación, inside, flash, es todo lo mismo. Cuanto más focalizás y te metés en el problema no vas a tener clics. Debés soltar el problema, irte a caminar o lo que tengas ganas, y si realmente estás interesado en resolverlo te van a aparecer soluciones.”
“Cuando una persona es creativa y desarrolló la habilidad de la creatividad ya no se cansa porque convierte la cantidad en un hábito. Un oficinista puede estar más cansado que una persona que maneja un camión 10 horas, porque él va por una ruta conocida, no usa la electricidad de la conciencia, va en piloto automático. Si no sos muy creativo y querés serlo más, hay ejercicios. Al principio te vas a cansar, físicamente.”

Barchrach nos propone ejercicios sencillos para entrenar nuestro cerebro. Con ustedes, quería compartir estos tramos de su libro que contagia optimismo sobre la posibilidad de generar ideas nuevas que mejoren nuestra vida. Todos podemos ser creativos!
Natalia Peroni

miércoles, 21 de agosto de 2013

La joven vejez

Hoy les propongo que hablemos de la joven vejez.
"Estamos programados genéticamente para vivir 120 años", asegura José Manuel Ribera, catedrático en Geriatría especialista en personas mayores y miembro científico de SEMAL, Sociedad Española de Medicina Antienvejecimiento y Longevidad. Pero el organismo, antes o después, acaba deteriorándose. Pasar de 110 años es algo excepcional. El objetivo ya no es tanto batir nuevas marcas de edad, sino dotar de calidad de vida esos últimos años.
Según James Vaupel director del Instituto Max Planck de investigaciones demográficas en Rostock, Alemania, existen 250.000 personas en el mundo con más de 100 años. De 1980 a 2010 se ha multiplicado el número de centenarios españoles y alrededor de un tercio de estos centenarios puede cuidar de sí mismo.
Pero ¿de qué depende que los sentidos comiencen a fallar o que se pierda la independencia para valerse por uno mismo? Existen tres factores que influyen en este proceso fisiológico: los genes, los hábitos y los agentes externos que repercuten de forma negativa en el organismo. "La herencia genética solo condiciona el 25% de nuestra longevidad, el 75% restante dependerá de nuestra forma de vida", recuerda José Serres, presidente de Semal. Siempre hablando de personas que no hayan padecido una enfermedad grave.
Para prevenir cualquier deterioro en la vejez, los médicos insisten en que es importante seguir una dieta mediterránea (es decir, baja en grasas y rica en fruta y verdura) y desarrollar actividad física con frecuencia.
Este es el secreto de Leoncia, una centenaria española: el ejercicio. Va todos los días al gimnasio: sube y baja escaleras, hace bicicleta estática, estiramiento de brazos con anillas y ejercicios para controlar el temblor de las manos que le provoca el párkinson, la única patología que padece. "Es una fiera", expresa Darío Álvarez, el fisioterapeuta del centro. "Posee una personalidad arrolladora. No aparenta para nada la edad que tiene y es autónoma cien por cien", añade. Cuando se le pregunta qué hizo para llegar tan bien a los 100 años ella dice  "Trabajar mucho hasta juntar el día con la noche para darle de comer a mis hijos y no parar de hacer deporte". El novelista español Azorín dice: "Envejecer es perder la curiosidad por lo que nos rodea.”
Dolores, una centenaria española que no ha dejado de leer ni un solo día cumple al pie de la letra los consejos de los especialistas en medicina antienvejecimiento: mantener una actividad intelectual intensa.
Los cambios demográficos hacen replantear a los expertos una cuestión: ¿Cuándo empieza realmente la vejez? Los 65 años que marcan la etapa final de la vida laboral "no tienen por qué ser un indicador".
Pero pareciera que alimentarse de manera saludable no es suficiente. Mantener una actitud positiva ante la vida y tener apoyo social contribuye de forma favorable a estirar la vejez.
Mi tía abuela Nelly tiene 90 envidiables jóvenes años y cuenta que empezó a cantar recién a los 70. Al día de hoy sigue perfectamente activa escribiendo cuentos, yendo a la productora a grabarlos en cd. Ella dice que su hermana querida que falleció a los 98 años siempre le decía “Nelly hay que tener proyectos, el que no proyecta se muere”.

Y ustedes queridos oyentes ¿proyectan para no envejecer?
Vicky Detry

domingo, 18 de agosto de 2013

Los hijos no-pródigos

Hoy me gustaría invitarlos a imaginar conmigo una adaptación libre de la Parábola del Hijo Pródigo. Seguramente la conocen o la habrán oído pero vale la pena perder unos segundos reconstruyendo el argumento. Un padre tiene dos hijos, el menor de ellos un día le pide su parte de la herencia, la malgasta y vuelve arrepentido a la casa de su padre que lo recibe con brazos abiertos y ordena preparar una fiesta para su bienvenida. El mayor de los hijos, en cambio, lo recibe con algo de resentimiento y enojo.
La reflexión de este párrafo del evangelio de San Lucas de acuerdo con un enfoque teológico, la dejo en manos de aquellos que gozan de la sabiduría del alma que es la fe. La interpretación  cristiana de esta parábola nos habla de un Padre misericordioso, que perdona y se regocija de haber recuperado su hijo que consideraba perdido.
Pero podríamos jugar con otras interpretaciones. Adaptaciones libres al estilo de una obra clásica que se podría recrear en los teatros porteños del circuito under. Podríamos pensar en el personaje con menos espacio en la parábola tradicional y transformarlo en protagonista. Protagonista de un guión cuyo título sería Los hijos no-pródigos.
Podrían ser, en el ámbito político, aquellos afiliados a un partido, por ejemplo. Aquellos a quienes los candidatos en época de campaña no les hablan, no les prometen. Porque son votos seguros.
O quizá los contribuyentes que pagan los impuestos puntualmente. Aquellos que ven con asombro como se benefician con una moratoria los que gozan de los beneficios de los servicios públicos sin importarles quienes los sostienen.
 O podríamos pensar, también, en los abonados de un servicio de cable, o teléfono celular. Que pagan una cuota más cara que aquella que le es prometida a todos los posibles nuevos clientes.
También, por qué no, podríamos pensar en una historia familiar, como la de la Biblia. Donde hay hijos cuya crianza es más fácil. Esos hijos que no repiten, que vuelven a la hora que les pedimos y que ayudan a levantar la mesa
El protagonista de este guión podría ser alguien como vos, que vas a trabajar todos los días. Que transitas la facultad con sus altos y bajos y lográs obtener un título. Que pones  el lavaropa a la mañana y planchas a la tarde. A vos que estas cansado, como que no, pero no tenes demasiado tiempo para darte cuenta ni siquiera de eso.
Vos serías el protagonista de esta historia, la de los hijos no-pródigos. De esa historia, te quiero contar el final. No va a haber papelitos de colores. Ni demasiados aplausos. No vas a tener una fiesta en tu honor ni serás vestido con galas. No habrá un banquete regado de buen vino en el último capítulo. Solo la certeza de que cumpliste con tu deber.
Porque los caminos rectos muchas veces se confunden con la normalidad. Y la normalidad carece de eventos grandilocuentes. Está poblada de detalles mínimos que tienen como telón de fondo la responsabilidad.
Como la ruta de la felicidad, que se aparece de a ratos porque es esquiva. Pero que al final del camino,  que es el final de la vida, puede darte la seguridad de haber tenido una vida feliz.
Como este guion, que cuenta la historia de los que no volvieron, porque nunca se fueron. Aquellos que no tuvieron mucha oportunidad de festejo porque no había tiempo. O lo había, y decidieron utilizarlo para cumplir las obligaciones de todos los días.
La historia de aquellos a quienes no les hablan los candidatos, los que pagan los impuestos, los que son poco mirados por sus mayores, que son a veces mal atendidos por las empresas. Que no decaiga, les diría desde este espacio.
Sirvan estos minutos de homenaje a todos los hijos no-pródigos que espero algún día puedan ser protagonistas de un cuento, una parábola o un best-seller. Aunque parezca poco, hoy solo son protagonistas de sus buenas vidas. Y su nombre aparece reflejado con letras de molde en el corazón de todos aquellos que hacen lo que es debido.
Animo y adelante! 
Natalia Peroni

El deseo

Hoy les propongo que hablemos del deseo. “Dicese del anhelo de saciar un gusto” lo define Wikipedia.  “A cada deseo le precede un sentimiento, se puede decir que al deseo sexual le precede un sentimiento de atracción. El deseo y su satisfacción, forman parte de la naturaleza humana.”
A su vez el diccionario Word reference  lo define como “una fuerte inclinación de la voluntad hacia el conocimiento, consecución y disfrute de algo. En algunos casos el individuo guiado por las emociones obtiene lo que desea sin importar las consecuencias de las acciones realizadas, en otros el deseo impulsa al individuo a hacer grandes sacrificios desinteresados para satisfacer esa necesidad, cuando no se obtiene lo deseado el fracaso lo lleva a un estado de frustración e insatisfacción existencial, pero cuando lo obtiene una sensación de satisfacción y plenitud crea un estado de felicidad.”
En su libro “El alma está en el cerebro” el famoso escritor Eduard Punset afirma que “el deseo nos saca de nosotros mismos, nos desubica, nos dispara y proyecta, nos vuelve excesivos, hace que vivamos en la improvisación, el desorden y el capricho, máximas expresiones de la libertad llevada al paroxismo.”
Continúa diciendo: “El deseo reivindica la vida, el placer, la autorrealización, la libertad. Unos planifican su vida, mientras que otros la viven al ritmo que les marca el deseo. El deseo de vivir y de hacerlo a su manera. Por eso sus autobiografías son más descriptivas que explicativas, pues sus vidas no tanto se deben a los resultados u objetivos cumplidos sino al sentido inherente al mismo proceso de vivir. Y este proceso lo establece siempre el deseo.
Punset comenta que si bien el deseo rebosa incertidumbre acerca del itinerario, a muchas personas les garantiza la seguridad en cuanto a los pasos dados. Bien entendido el deseo no es una voz oscura, confusa y estúpida, sino que en una persona madura, es luminosa, clara e inteligente. Las emociones están en la base de los deseos y de la inteligencia se dice que es emocional. Visto de este modo, el deseo se convierte en el portavoz de uno mismo.
El deseo ha sido relacionado con el amor en muchas oportunidades y más que con el amor se lo ha relacionado con el sexo. Pero Punset dice que quienes más plena capacidad de amar tienen son aquellos que no distinguen amor y deseo.
Cuando le preguntan si ser feliz es desear menos Punset aclara que no es desear menos sino que se puede salir de la infelicidad renunciando a tener muchos deseos a la vez. En definitiva no se puede desear todo al mismo tiempo. Él dice que en relación al deseo “hay que rediseñar una nueva tabla
de compromisos: no se puede, cuando se tiene una vivienda, pretender una segunda; enseñar idiomas a los hijos y, por lo tanto, enviarlos a estudiar al extranjero; enrolarlos en la escuela más cara y famosa; tener varios, demasiado seguidos; compaginar la carrera con un segundo trabajo.” Uno puede desear todo lo que quiera pero si uno pretende ser feliz difícilmente puede desearlo todo a la vez.

Y ustedes queridos oyentes ¿cómo funciona en sus vidas el deseo? ¿Los oscurece o los ilumina?
Vicky Detry

Borges y la memoria

Hoy les propongo pensar un poco en la memoria de la mano de Funes Ireneo , el personaje orillero del cuento de Borges “Funes el memorioso”
¿Existió realmente Funes Ireneo  o es sólo un personaje de ficción?. Esta pregunta cabe si pensamos en el estrecho límite donde juega Borges en alguno de sus cuentos, entre la ficción y la realidad, límite que a veces parece difuso.
En un primer momento el cuento puede llevarnos, como lectores, a confundir el personaje del relato con Borges. Borges es, por momento, el cuentista y Funes al mismo tiempo. Recordemos que el cuento narra la historia de un peón de campo quien perdida la capacidad de olvidar a causa de un accidente, yace inmovilizado en su lecho de enfermo. No poder olvidar significa recordar todo, hasta los mínimos detalles por eso Funes dice que su memoria es un “vaciadero de basuras”.
No poder olvidar, recordar todo, es según Borges, la causa por la cual Funes Ireneo no puede pensar. “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer”, dice el narrador sobre su personaje, a la vez admirado y denostado en diversos pasajes del cuento.
Poder olvidar es también, poder dormir. Funes casi no podía dormir. El sueño y el olvido son dos caras de una misma moneda para Borges. Curiosamente, después de un período de su vida en la que lo atormentó el insomnio, escribió este cuento, dotando a su personaje de una memoria absoluta, incapaz de perder el detalle más pequeño de todo cuanto ocurría a su alrededor.  “No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y de diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez”, dice Borges de Ireneo.
¿Se imaginan por un momento como sería vivir sin poder olvidar? ¿Se imaginan cómo sería no dormir? Si consideramos el sueño  como un depurador de recuerdos (sólo quedan en nuestra mente lo importante o lo más impresionante que nos haya sucedido), al no dormir no eliminamos recuerdos, es decir, no tenemos la capacidad de olvidar muchas cosas con las que no podríamos vivir.
Seríamos conscientes, por ejemplo, de los signos de envejecimiento que día a día se reflejan en nuestro cuerpo. Recordaríamos todos y cada uno de los momentos del día, con la cual la evocación del día anterior nos tomaría un día entero. ¿Podríamos por ejemplo, volver a tener un hijo si recordamos con exactitud los dolores de parto, las noches sin dormir y las innumerables veces que nos preocupamos por su salud? ¿Saldríamos a la calle si no pudiéramos olvidar el caos que nos espera en esta ciudad una vez traspuesta la puerta de nuestro hogar?
Y tantas otras cosas. Habría cosas grandiosas, con seguridad. Funes, por ejemplo, había aprendido luego de su accidente varios idiomas. Había creado un sistema de numeración donde a cada número le correspondía una cosa diferente y en pocos días había llegado hasta el 24.000 antes de abandonarlo por parecerle muy ambiguo. Recordaba cada hoja de cada árbol de un bosque entero.
Pero creo que, en definitiva, el balance no sería positivo. Porque para ser felices, para disfrutar de algunos pocos o muchos momentos de felicidad, tenemos que olvidar aquello que nos angustia o nos entristece. Tenemos que olvidar también las veces que nos equivocamos para poder animarnos a hacer cosas nuevamente. Olvidar también el dolor que nos hayan provocado algunas ofensas para poder perdonar o reparar de alguna forma los vínculos con nuestros seres queridos.

Y cada noche, dejar nuestros pensamientos de lado y olvidarnos por unas cuantas horas de todo, durmiendo ese sueño maravilloso de la mayoría de nosotros, que  afortunadamente podemos olvidar.
Natalia Peroni

sábado, 10 de agosto de 2013

Cuerpos equivocados

Hoy me gustaría compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el libro  CUERPXS EQUIVOCADXS Hacia la comprensión de la diversidad sexual Adrián Helien y Alba Piotto. Los autores abordan esta difícil temática de manera clara, combinando las miradas de un médico psiquiatra y sexólogo y una periodista, que intenta llevar luz al tema de la transexualidad, como una manifestación más de la rica y multifacética diversidad humana.
El “sexo” es una palabra compleja que abarca diferentes significantes: genético, gonadal, genital interno/externo, hormonal, fenotípico, de asignación al nacer, de crianza, psicosocial. La medicina y la ley siempre se refirieron al sexo como sinónimo de “sexo biológico” (pene o vagina), que además se constituyó como un “sexo verdadero” sin tener en cuenta la identidad y el rol de los géneros.
Hay un sexo “legal” (masculino/femenino), que es el asignado en el documento de identidad y que se determina en el momento de nacer acorde a la asignación a partir de los genitales externos, aún cuando se pueden presentar distintos grados de alteración. Hay, además, una identidad de género que expresa cómo se identifica subjetivamente cada individuo (como hombre o como mujer o como ambos en distintas proporciones). También hay un rol de género que abarca todas la conductas esperables en la comunidad consideradas acordes si se es varón, mujer o se tiene una actitud ambivalente. Es la expresión pública de la identidad de género.
Desde este punto de vista, hablar de cambio de sexo es un reduccionismo, porque limita la transexualidad sólo al aspecto genital de la persona, dejando de lado que la vida de un ser humano implica algo mucho más amplio: el desarrollo de su identidad.
El tema del “cuerpo” fue, a lo largo de la historia, un campo de batallas ideológicas. En la actualidad, y debido a los avances médicos y tecnológicos (cirugía estética, trasplantes de órganos, etc), es un campo posible de transformaciones que da lugar, a veces, no sólo a cambios corporales sino a cambios subjetivos. Dice Kovadloff: “La medicina de nuestro tiempo ha demostrado que el cuerpo propio bien puede ser un cuerpo ajeno, con corazón ajeno,    pulmón ajeno, o prótesis de toda índole, que vienen a evidenciar que cada uno de nosotros puede estar constituido por lo impropio antes que por lo propio”.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de trans? Se trata de un término que engloba a todas las personas que no presentan correspondencia entre sexo y género: transexuales, travestis, transgéneros.
La transexualidad atraviesa todas las clases sociales, culturas, niveles de educación y se registra en la historia desde hace muchísimo tiempo. Cuando alguien se pregunta por otro: ¿Qué es?,  ¿Es gay?, ¿Es travesti?, hay una sola respuesta posible: es un ser humano que no puede ser encorsetado en la concepción binormativa hombre/mujer más allá de la elección sexual y amorosa que asuma para sí.
Hablar de transexualidad es entrar en el terreno del sexo y del género e implica considerar el deseo  y las prácticas sexuales. Lo diverso despierta nuestra atención porque vivimos en una cultura y en una sociedad constituida por el axioma que dice “existen dos sexos y dos géneros”. Lo que no corresponde a ese modelo heterosexual ha sido durante mucho tiempo calificado desde la medicina y la ley como “perversión”, como un individuo “defectuoso” que debía ser tratado y curado o castigado. Fue así que se construyeron categorías para poder diagnosticar lo que se consideraba una enfermedad. Cuando nos interpelamos y abordamos la historia de la sexualidad descubrimos que ésta no es un instinto natural (o destino biológico), sino una construcción histórica. Así la diferencia sexual ha condicionado a la experiencia humana. Por esta razón, muchos transexuales que no se animan a salir del placard, se casan, forman familias, y viven una vida impostada acorde al “deber ser” o a lo “políticamente correcto”, pero con un gran costo emocional y psíquico. Son individuos que arrastran la certeza de que la naturaleza se equivocó con ellos y de que deben soportar el dolor de vivir en un “cuerpo equivocado”.
Hay diferentes hipótesis que tratan de dar cuenta del porqué de la transexualidad. Desde la genética, hasta la explicación psicosocial dan cuenta de una batería de explicaciones que conducen a caracterizar a la transexualidad como algo del orden de lo patológico, de la enfermedad, del defecto.

De a poco, muy de a poco, se van abriendo otros caminos que intentan dar cabida a las diferencias. 
Natalia Peroni

¿Quién me mandó?

Vos te preguntaste alguna vez quién te mando a meterte en algo? Algún curso, una carrera, una reunión a la salida del trabajo, una promesa de encuentro en un shopping un sábado a la mañana o cualquier otro evento que te mueva a preguntarte “¿a mi, quién me mandó?”.
Te propongo que pensemos en esto de buscar un responsable para cargar la culpa del tedio que nos provocan algunas actividades. O simplemente algo o alguien que nos exima de la responsabilidad de haber pretendido estirar nuestro tiempo, provocar cuellos de botella en nuestros horarios de por sí ajustados por las actividades de todos los días.
Generalmente asumimos compromisos sobre los cuales no tenemos mucho poder de decisión. Los horarios del trabajo, estudio o gimnasia generalmente nos vienen impuestos. El tiempo restante lo utilizamos para organizar nuestra casa, nuestra vida social y la de nuestra familia. Así transcurren nuestros días hasta que sin querer o queriendo, nos vemos involucrados en actividades que nos llevan a preguntarme ¿quién me mandó?
Ir a una reunión de consorcio y mágicamente, salir con un cargo en el consejo de administración. Hablar con un pariente lejano y programar un encuentro que hemos dilatado por unos cuantos años. Comprometerse con una amiga para ayudarla a elegir ropa para una fiesta a la cual no estamos invitadas. Ofrecerse a lavar el auto familiar el fin de semana, o ir a sacar entradas para el teatro al microcentro. ¿Quién nos manda?
Cuando podemos elegir y claramente lo hacemos contra nuestros deseos de una vida tranquila, ¿quién nos manda? O mejor dicho ¿por qué en esas situaciones nos sentimos mandados cuando debiéramos experimentar esa misma sensación cada vez que ejercemos nuestro derecho a elegir?
Podríamos seguir indagando en este sentido, en el de nuestras elecciones, y pensar si somos realmente protagonistas de nuestro destino. ¿Cuánto hay de elección y cuánto de imposición en nuestro diario vivir? Pero también podemos pensar en una suerte de cadena de causas y efectos que hilvanan nuestras acciones.
De esta forma, poner el despertador a las 7 de la mañana puede no ser precisamente una elección pero si el de conservar un trabajo que nos permita tener un determinado ritmo de vida. Correr una hora en la cinta tampoco  no parece ser algo producto de una elección sino la esperanza de modelar nuestro cuerpo y tener una vida saludable. Pasar noches en vela con nuestros hijos responde al deseo y la elección de formar una familia o preparar una comida especial puede ser una excelente forma de agasajar a nuestros amigos.
Pero hay veces que no logramos hilvanar esas causas, o que suenan ridículas. Y nos es más fácil imaginarnos coaccionadas en nuestras elecciones, producto de la manipulación de alguien que nos gobierna.
¿Quién sería ese alguien? Quién, si no yo, sería responsable de mis acciones? Borges también se hizo esta pregunta, de la manera genial que solía hacérselas. Los últimos versos de su poema “Ajedrez” dicen:
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Si tenés la respuesta, la esperamos con ansia. Mientras tanto, seguiremos preguntándonos ¿quién nos mandó a hacer esto?
Natalia Peroni

miércoles, 7 de agosto de 2013

¿Adónde van los libros?

Hoy les propongo que hablemos, en singular, sobre el destino de nuestros libros. Digo, en singular, porque es un tema muy íntimo que requiere por lo tanto de una charla persona a persona. Ustedes, los todos, van a saber disculparme. Así que hoy te voy a hablar a vos. Vos pensarás que voy a hacer una reflexión sobre qué va a pasar con los libros en papel versus los libros digitales. Pero no. Yo quiero hablarte de algo que me preocupa sobremanera y es lo siguiente: “dónde se van los libros que leímos, que un día compramos, que en algún momento teníamos en nuestras bibliotecas y ya no están más!!” El otro día miraba mi biblioteca horrorizada porque no están ninguno de los libros que leí y que me encantaron. Esos libros que me marcaron. Los que morí cuando los leí, esos que no tenían que terminar, por supuesto que no. Los que no quería que terminaran y que, al hacerlo, sentí una mezcla de tristeza inmensa, de vacío inconmensurable con, ese placer indescriptible que sentís de “haberlo leído”.
Esos libros que yo, por lo menos, no puedo leer de noche porque no logro cerrarlos para irme a dormir. Cada página que se termina digo “bueh la última” y sigo. Hasta que, lógica y conscientemente, me pongo un freno y lo cierro como quien decide parar de comer chocolate porque hace mal comer tanto. Esos libros que hicieron que soñara despierta o que hicieron que deseara vivir en otro siglo.
O aquellos, seguro que te acordás, los  que te hicieron compañía simplemente o que te ayudaron a palear el insomnio en algún momento. O los otros, los que lograron que no pudieras dormir después del pánico que te causaron o de la impresión. También los que te abrieron un mundo, sabes de qué te hablo, los que venías tranquila leyendo sin encontrar mucho sentido y una frase, una simple frase te catapultara a otra galaxia con la fuerza de un viento blanco que no te avisa o las frases que te revuelcan en tu mundo, como la ola que te agarra de espaldas, totalmente desprevenida. Y ya no volvés. Esas particulares frases de un libro que hoy en día seguramente se llamarían, las frasesnohayvueltaatras.com. Dejás de ser la que eras, pasas a ser otra. No se vuelve de lugares como Borges o Marguerite Duras o Cortazar o Vargas Llosas o miles de otros.  Son lugares, dejan de ser personas, son tiempo, son un universo. Entrar en sus libros, que te dejen recorrer sus casas tomadas, mirarte en sus espejos circulares o sus golems y vivir a través de el amante, tomar el té, sencillamente, en camisón, con las visitadoras de Pantaleón no es moco de pavo. Se te retuerce todo. Esos libros dónde se van.
Tengo una confesión que hacer: miro mi biblioteca y casi no me reconozco. Hay un libro de Danielle Steel!!! Con el perdón de esa autora, no tengo nada personal contra ella pero, qué hace un libro de Danielle Steel en mi biblioteca???? El cual nunca leí!! ¿Cómo llegó allí? y lo que es más grave y peor aún, ¿cómo desplazó a Liliana Heker que no habita más en mis estantes???? ¿Dónde, en el nombre de Dios, está Crimen y Castigo???  Que fue fiel testigo de mis noches insomnes en la cocina comiendo galletitas. ¿Qué pasó con “El nombre de la rosa”? ¿Y con “Verde Oscuridad”? ¿Dónde se fue? Y ¿los “Diarios de Anais Nin”?
Por suerte no todo está perdido porque “El amor en los tiempos del Cólera” sigue estando. Convive con algunos otros nuevos aun no leídos y con aquellos que no reconozco. Y espero que nunca dejé de estar por ahí porque en ese caso ya no se qué haría.
El otro día le decía a mi amiga Clarina, “Amiga querida te pido que si me muero, antes de dejar que entre alguien en mi casa cambies mi biblioteca, que no dejes que la gente la vea así como está, haceme ese favor,  porque temo que todos van a decir “Pero, ¿qué leía esta chica?” Ella, como es buena amiga lo juro sobre mi futura tumba. Ahí me dormí tranquila.

Y ahora te dejo oyente amigo, querido, sabiendo que vas a entender esta intimidad que me tomé el atrevimiento de imponer ya que el tema lo ameritaba. 
Vicky Detry

Ser o parecer

“No solo hay que serlo, sino también parecerlo”, solían decir nuestros abuelos cuando querían inculcarnos, sobre todo, valores como el pudor, el decoro y otros por el estilo.
En general ellos soltaban esta dura sentencia ante determinados personajes, que hoy en día calificaríamos como estererotípicos: por ejemplo, alguna mujer que, a su criterio, si andaba ligera de ropas no podía pretender que nadie la considerara inteligente; o algún hombre que, si en su trabajo no era severo casi hasta el maltrato, no debía esperar que sus empleados lo respetaran; y hasta algún joven, que aunque fuera casi un niño, si no se calzaba un traje y no se engominaba el pelo para una entrevista de trabajo, difícilmente podía aspirar a ser contratado.
En resumen, la idea era que no solamente había que ser inteligente o respetable o eficiente… sino tener el aspecto correspondiente. Correspondiente, por otra parte, a un modelo bastante rígido, que no daba demasiada cabida a la originalidad, la creatividad o el destello particular con que algunas personas brillan y que no suele llevarse muy bien con los moldes en serie.
Hoy en día podemos decir que en varias sociedades se ha evolucionado considerablemente en este sentido, y es así como podemos ver empresarios exitosísimos en sus negocios que ostentan, además de sus 28 años promedio, un look descontracturado y amable capaz de incluir el pelo revuelto, tatuajes, zapatillas fluorescentes y piercings, entre otros detalles de color.
En esas sociedades -a veces- es también posible que algunos hombres admiren la sabiduría y la lucidez de algunas bellas mujeres sin que sus curvas o sus escotes desaten en ellos un prejuicio invalidante.
Pero hoy me gustaría detenerme especialmente en una especie de epidemia emocional tremenda que viene invadiendo a las sociedades en general, tanto a las más desarrolladas como a las menos, y que está carcomiendo la calidad del mundo laboral cada vez con mayor virulencia.
Se trata de una suerte de necesidad imperiosa, más parecida a la desesperación que a un rasgo saludable, de parecer ocupados aunque no lo estemos.
He visto y padecido las consecuencias de este síndrome sin nombre en infinidad de situaciones. Por ejemplo: cuando voy a cualquier local de comida rápida, veo una multitud de jóvenes empleados moviéndose a toda velocidad sin que se evidencie el propósito de esos espasmos, o al menos sin que ellos puedan efectivamente lograr lo que sea que se proponen.
Porque suelen equivocarse con el pedido que les hicimos, o con el tamaño de la bebida que nos entregaron o con los condimentos que les pusieron o les dejaron de poner a las hamburguesas, y entonces, al tener que subsanar los errores, tanto los empleados como nosotros, los clientes, perdemos el tiempo que ellos creían haber ganado corriendo frenéticamente de un lado al otro del local.
Cambiando de escenario, tuve alguna vez una jefa sumamente trabajadora que no soportaba que nadie la viera en situación de descanso. Entonces, cuando yo entraba a su oficina, ella se ponía de pie de un salto y revolvía papeles en forma casi histérica, repitiendo: “Estoy a mil, estoy a mil”. Y yo sabía que no estaba a mil; por lo menos no en ese momento en que el café humeante sobre su escritorio evidenciaba un instante de distensión que –vaya a saber por qué- ella no estaba dispuesta a asumir frente a mí ni frente a nadie.
Indudablemente hay gente que vive muy estresada pero también existen personas –y les confieso que me resultan un poco más irritantes- que mueren por parecer estresadas. Suelen tener los celulares implantados en la oreja mientras realizan cualquier actividad, y renuevan diariamente su lista de muletillas, que incluyen: “No doy más”; “Así vivimos”; “Me estoy volviendo loca/loco”; “No pegué un ojo anoche” o “Esto no es vida”.
¿Conocen gente así, queridos oyentes? Personas de quienes les consta que les encanta parecer hiperactivas, dar esa imagen, convencernos de algo que en el fondo sabemos que no es lo que parece? Y me atrevo a una pregunta más audaz: ¿alguno de ustedes se considera o se reconoce como gente así?

Esperamos sus anécdotas con mucha curiosidad, para reírnos un poco de nosotros mismos y de nuestra locura diaria; para registrarla y poder subsanarla, de vez en cuando, con un merecido recreo. Aunque sea breve; tan breve como este programa, en el cual está permitido frenar, respirar, sonreír y repensar todo lo que se nos ocurra
Clarina Pertiné

domingo, 4 de agosto de 2013

¿Para qué molestarse en salir de casa?

Si alguien está haciendo algo en algún lugar y podemos participar del mismo virtualmente ¿para qué molestarse en salir de casa?

Así comienza su charla de las Ted Conferences el esquiador Ben Saunders, reconocido porque en el año 2004 fue el primero en esquiar solo hasta el Polo Norte.  En ella, cita un pensamiento de George Lee Mallory quien se cree que fue el primero en escalar el Everest. Es el siguiente:

Ben Saunders reflexiona sobre este pensamiento. El dice que el argumento de Mallory de que salir de casa para emprender estas grandes aventuras es alegre y divertido no concuerdan con su propia experiencia.  Si le preguntan por qué surcó sólo el polo norte contesta que aun no lo sabe. Dice que al momento de quedarse solo en parte sentía mucho orgullo pero más que nada estaba completamente aterrorizado. Tardó 10 semanas en llegar al Polo Norte. 72 días donde no vio a ningún ser humano. Estaba arrastrando 180 kilos de alimentos y combustible y suministros y la temperatura promedio era de 35 grados bajo cero. Por lo tanto según él no iba a obtener mucha alegría o diversión.
Pero, dice que lo mágico de ese viaje es que como estaba caminando sobre el mar, sobre una capa de hielo flotante, errante y movediza donde se movía constantemente, va a la deriva y se recongela. Así que el paisaje que vio durante casi 3 meses existía sólo para él. Y entonces eso, es probablemente el mejor argumento para salir de su casa. 

 Y allí es donde él siente que se puede encontrar la verdadera esencia de la vida: al hacerlo, esforzarse, intentar la experiencia, participar, en lugar de sólo observar y maravillarse.


Saunders continúa diciendo que nuestras vidas son seguras y cómodas y que no hay muchas oportunidades para los exploradores en la actualidad. El dice: “Si quiero saber por ejemplo, ¿cuántas estrellas hay en la vía láctea?, ¿qué edad tenían esas cabezas gigantes en la Isla de Pascua?, la mayoría de Uds. pueden averiguarlo ahora mismo sin siquiera ponerse de pie.” 



Y ustedes queridos oyentes ¿abren la puerta un poco de vez en cuando?  
Vicky Detry